Mackinder, China y el imperio gamberro
Europa necesita grandes acuerdos entre los partidos pol¨ªticos que erradiquen todo lo que mine su unidad. Lo que est¨¢ en juego va mucho m¨¢s all¨¢ del escenario ucranio; es su propia libertad
Rusia perpetra delante de Europa una guerra a c¨¢mara lenta. Lo hace con un objetivo perverso: generar en los europeos un diferencial psicol¨®gico entre nuestra indignaci¨®n y nuestra incapacidad. Un diferencial que desemboca en una frustraci¨®n impotente que, adem¨¢s, chapotea en el dif¨ªcil territorio pol¨ªtico del miedo. Querr¨ªamos hacer algo m¨¢s que sancionar comercialmente a Rusia, suministrar armas a los ucranios y ser hospitalarios con quienes buscan la protecci¨®n de nuestras fronteras. Desear¨ªamos interponernos entre el agresor y el agredido como en una disputa callejera entre un gamberro y su v¨ªctima, pero no podemos.
Sabemos que la legalidad democr¨¢tica no lo permite y constatamos nuestra impotencia para disuadir a Rusia e impedir que los ucranios sufran el pataleo diario que debilita su resistencia. Esta situaci¨®n tr¨¢gica nos retuerce ¨¦ticamente porque consumimos gas y materias primas rusas a la espera de desembarazarnos de su dependencia. Algo que tardar¨¢ en suceder, como los efectos s¨ªsmicos que causar¨¢ la recepci¨®n de millones de refugiados ucranios, que impactar¨¢n a no muy tardar sobre nuestras inestables sociedades y pondr¨¢n a prueba los lazos europeos de solidaridad y convivencia.
La administraci¨®n de la violencia que visualizamos no sucede en Alepo o Kabul, sino en ciudades y con gente que recuerda nuestra vida cotidiana. Es triste afirmarlo, pero es un hecho que nos interpela en t¨¦rminos culturales y sentimentales. Esta circunstancia nos desestabiliza emocionalmente al abrir con facilidad las compuertas del miedo y la incertidumbre. Las detonaciones b¨¦licas se escuchan en toda Europa. Intuimos, incluso, que la guerra puede llegar hasta nosotros y golpearnos directamente. ?Nos protege de ella el muro de sanciones que hemos interpuesto entre Rusia y nosotros? Si no han impedido que el invasor siga aplastando al pueblo ucranio, ?su impacto minar¨¢ la capacidad de Rusia en el futuro de agredir Moldavia, las rep¨²blicas b¨¢lticas o Polonia a trav¨¦s del corredor de Suwalki?
Pasa el tiempo y Rusia contin¨²a la guerra sin apenas oposici¨®n pol¨ªtica ni necesidad de emplear toda su capacidad militar y, por el momento, sin muestras de fatiga interna. Estrangula lentamente a Ucrania en el terreno militar. Lo hace como si quisiera forzar a Europa a verlo y a soportar, por tanto, los costes ¨¦ticos y psicol¨®gicos de no poder impedirlo materialmente. De hecho, empezamos a normalizar la indignaci¨®n mediante un consumo informativo que opera como parte de un dise?o de guerra h¨ªbrida que debilita nuestro compromiso con Ucrania. Putin sabe que estamos cansados por la pandemia y los efectos de la crisis social y econ¨®mica que ha producido. Como sabe tambi¨¦n que la indignaci¨®n europea es un malestar de ida y vuelta. Puede galvanizar a corto plazo a la opini¨®n p¨²blica pero, si la guerra y sus efectos se alargan, erosionar su resistencia. No minusvaloremos esto. Rusia es experta en hackear opiniones p¨²blicas a trav¨¦s de la ciberguerra. Lleva prepar¨¢ndose desde hace muchos a?os y la sociedad europea est¨¢ siendo impulsada muy r¨¢pidamente por sus l¨ªderes democr¨¢ticos a cambiar sus prioridades estrat¨¦gicas sin medir el impacto pol¨ªtico que puede tener. No digo que no tenga que hacerse, pero hay que pensar mejor la forma de comunicarlo y el relato que aborde tan arriesgado esfuerzo.
Pasar de querer reconstruir la prosperidad europea a sustituir esta prioridad por la seguridad tiene sus costes y provocar¨¢ desequilibrios internos muy profundos. M¨¢xime cuando el ¨¦xito de la vacunaci¨®n y la tranquilidad que generaba el relato de los fondos Next Generation se ha interrumpido de golpe en el imaginario colectivo. Adem¨¢s, la seguridad se ha colado en el inconsciente europeo por la puerta de atr¨¢s del miedo. Esto cambia la solidaridad continental de un eje de consenso Norte-Sur a otro Este-Oeste. Modifica el dise?o de una econom¨ªa verde a otra armamentista y geopol¨ªtica. La digitalizaci¨®n, que contribu¨ªa a reducir la huella de carbono, tendr¨¢ en el futuro que enfatizar la apuesta por una soberan¨ªa tecnol¨®gica que garantice chips y ciberresiliencia. Y, por ¨²ltimo, nuestro modelo energ¨¦tico tendr¨¢ que acelerar a contra reloj su autonom¨ªa mediante un impulso de renovables que solo podr¨¢ conseguirse si se asumen costes de transici¨®n tan elevados que pueden comprometer la viabilidad estructural de una estrategia de descarbonizaci¨®n pensada para 2050
Todos estos cambios pesar¨¢n sobre las capacidades econ¨®micas europeas. Sobre los fondos Next Generation y sobre los liderazgos internos dentro de la Comisi¨®n. Entre otras cosas, porque provocar¨¢n un estr¨¦s institucional que requerir¨¢ una gesti¨®n m¨¢s realista. Europa tiene que asumir que est¨¢ en el punto de mira de un imperio gamberro que patea a los ucranios para intimidarnos con su violencia. Quiere el Donb¨¢s y neutralizar lo que quede de Ucrania bajo un Gobierno t¨ªtere. Pero quiere m¨¢s. Quiere testar las capacidades militares de Estados Unidos y los niveles de compromiso pol¨ªtico que es capaz de desplegar esta superpotencia dentro de la lucha por la hegemon¨ªa global que libra con China.
Aqu¨ª es donde el gigante asi¨¢tico entra en juego, y la Nueva Ruta de la Seda tambi¨¦n. La invasi¨®n de Ucrania fuerza a Europa a tener que protegerse de Putin, pero a Estados Unidos a defenderla mientras hace lo mismo con Taiw¨¢n, Corea del Sur, Jap¨®n o Australia. Una estrategia de largo alcance que compromete a Europa en su pretendido proyecto de convertirse en tercer actor global. No en balde le obliga a invertir en seguridad y reformular su modelo de estabilidad interna ante los retos socioecon¨®micos que se vislumbran y que ahora le exigen militarizarse frente a un imperio gamberro con capacidades intimidatorias y de resistencia que desbordan las europeas a corto y medio plazo.
Pensar este escenario est¨¢ sujeto a urgencias que comprometen incluso nuestra supervivencia. Por eso, la pol¨ªtica europea exige consensos entre los grandes partidos pol¨ªticos que erradiquen la polarizaci¨®n y todo lo que mine nuestra unidad. Europa necesita pol¨ªticas realistas que sirvan a ideales democr¨¢ticos. Lo explicaba Harold Mackinder en Democratic Ideals and Reality hace un siglo cuando preven¨ªa a Europa de los riesgos del momentum que viv¨ªa durante las negociaciones del Tratado de Versalles en 1919. La historia vuelve a pivotar sobre la geograf¨ªa. La Nueva Ruta de la Seda quiere instaurar una hegemon¨ªa que someta al Viejo Continente a los intereses geopol¨ªticos de una superpotencia euroasi¨¢tica que, bajo el liderazgo chino y la ayuda rusa, se extienda del Volga al Yangts¨¦.
Por ello, Rusia no duda en mostrarse ante Europa como un pretoriano con poder nuclear y convencional al que nutre militarmente una extraordinaria industria de armamentos. Un mat¨®n con musculatura espartana que ha disciplinado a su pueblo bajo un dise?o vertical que excepciona la democracia y silencia a cualquier opositor con el ruido de un zarismo tecnol¨®gico que hegemoniza las redes sociales. Un mafioso que ha militarizado su econom¨ªa con un PIB sumergido operativamente en la deep web. Gracias a este imperio gamberro, la competencia comercial europea frente a China a trav¨¦s del arancel verde que supon¨ªa su apuesta por una econom¨ªa descarbonizada tendr¨¢ que esperar. La guerra en Ucrania ha frustrado este objetivo. Es m¨¢s, ha logrado que China siga siendo nuestro primer socio comercial y aumente nuestra dependencia hacia ella gracias a una Ruta de la Seda que se hace m¨¢s irremplazable que antes. Sobre todo, si se quiere que China medie y ponga fin a la guerra. La historia vuelve a ponernos a prueba, como dec¨ªa Mackinder, comprometiendo la libertad de Europa.
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