La izquierda como holograma
La gente no es facha, solamente tiene mucho miedo a pasarlo peor todav¨ªa y resulta m¨¢s f¨¢cil seguir una bandera que a un holograma
Como a todo el mundo, a los hippies siempre les ha gustado m¨¢s la hierba del vecino. Con los pa¨ªses pasa lo mismo. Uno mira (en este contexto, uno es un espa?ol, Espa?a y uno son dos palabras que salen mucho juntas a lo largo de la historia), pues eso, que uno mira a su derecha en el mapa, que no en la historia, y ve Francia. Y si mira a la izquierda, ve Portugal entero. De Francia s¨®lo se dibuja lo que hay un poco pasados los Pirineos. Los antiguos a esta manera de representar la llamaban pars pro toto (la parte por el todo, como en la prueba de Saber y ganar); pero, hoy, dicho en lat¨ªn parece que se quiera hablar de m¨²sica para gente con perilla. Los idiomas, si no se usan, acaban diciendo disparates. Mejor que los diga el hablante. Los idiomas y el taxi son de quienes los trabajan. Estos d¨ªas, el pa¨ªs vecino por antonomasia (no es el nombre de un poeta, solo otra figura ret¨®rica), ha sido Francia a ra¨ªz de sus elecciones presidenciales. Las barbas en votos de Emmanuel Macron, o del sistema, y las tijeras de Marine Le Pen, de esas imponentes, de hierro forjado, pensadas para esquilar todas las ovejas de Arles, encontraban una correspondencia entre nosotros. Lo que en Europa es Par¨ªs, entre nosotros es Castilla y Le¨®n y lo que surja. Me refiero a la derecha que surgi¨® del fr¨ªo.
El fr¨ªo, nuestro fr¨ªo, es el del Valle de los Ca¨ªdos. Y de ah¨ª emerge esa derecha, como en aquella pel¨ªcula de Peter Cushing, La carne y el demonio. Es una derecha ultra, donde el prefijo ultra viene de ultratumba. Est¨¦ticamente, aparentan modernidad, o por lo menos actualidad, con la americana apretada y el bot¨®n revent¨®n; sin embargo, desde el cine de George Romero, sabemos que la americana es el atributo del zombi, en este caso zombis resucitados en los escaparates del barrio de Salamanca. La ultraderecha de Francia va unos a?os por delante. Ha pasado por el reanimador de H. P. Lovecraft. Le Pen logr¨®, previo parricidio pol¨ªtico, dar una imagen asumible. El aire de europeidad que necesitaba lo arrambl¨® luego de quien de verdad lo ten¨ªa, Angela Merkel. El resto es un fotorreportaje para Paris Match. La parte sucia, el lastre, lo ha soltado en provecho de ?ric Zemmour. Un polemista de aspecto funesto, por utilizar el nombre, Lefuneste, del vecino de Aquiles Tal¨®n. Se ha convertido en un pol¨ªtico que parece salido de las novelas de Michel Houellebecq. Tiene esa cosa siniestra que solo puede describir alguien que ha comprendido el tedio de Joris-Karl Huysmans y el horror de Lovecraft. Pero si la ultraderecha francesa puede elegir entre una versi¨®n de Gargamel y una falsificaci¨®n de sus vecinos alemanes, nuestra extrema derecha tiene que conformarse con alguien que a¨²n sigue actuando como un personaje del Guerrero del Antifaz.
Los antifacistas (partidarios del antifaz) son lo contrario de los antifascistas. Del fascismo, solo les molesta el nombre. Aquello qued¨® atr¨¢s. Los zombis no tienen pasado. Ni futuro. Solo son inercia. Pero esa inercia, ?de d¨®nde viene? ?De la crisis? ?Del hartazgo? ?Del descontento? En un mitin que a principios de abril dio en Niza el izquierdista Jean-Luc M¨¦lenchon (pero no era ¨¦l en persona, sino que proyect¨® su holograma), se dirigi¨® a los fach¨¦s pas fachos (los descontentos o disgustados que no se han hecho fachas). A punto ha estado M¨¦lenchon de pasar a la segunda vuelta electoral, dejando fuera a Marine Le Pen. Al final, los franceses le han tomado en serio. Cuando abandon¨® el Partido Socialista, se se?al¨® a M¨¦lenchon como un socialista radical, alguien que se hab¨ªa salido del camino (ahora resulta que el otro camino era v¨ªa muerta, 1,7% de los votos). Luego se present¨® a s¨ª mismo como insumiso, y el sistema lo enclaustr¨® en una caricaturesca insumisi¨®n de personaje col¨¦rico, de Ordenalfab¨¦tix. Hoy, sus seguidores le llaman el Viejo y lo pasean sobre el escudo como a Abrarac¨²rcix. Su poci¨®n m¨¢gica: comprendi¨® que los votantes eran antes fach¨¦s que fachos. Tambi¨¦n lo sabe Marine Le Pen y por eso su condici¨®n ultra la camufl¨® hace tiempo en la cara oculta de la luna. Hasta ahora, los partidos se disputaban el voto de centro; hoy, el centro es el descontento.
La izquierda es un holograma. Ha dejado de existir en persona, pero a¨²n dura su idea. Y con eso basta para seguir adelante. La izquierda existe en tanto que tiene a quien dirigirse. En tanto que sabe a qui¨¦n hablarle. La gente no es facha, solamente tiene mucho miedo a pasarlo peor todav¨ªa. Resulta m¨¢s f¨¢cil seguir una bandera que a un holograma. Pero los hologramas hablan y las banderas no. Y la gente quiere que le hablen, que le cuenten cosas. Los pol¨ªticos gustan cuando cuentan cosas de la vida. No hay una izquierda verdadera, ni una izquierda caviar. Solo hay un mont¨®n de gente dispuesta a votar a la izquierda y deseando dejar de vivir como zombis.
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