Mujer con los ojos vac¨ªos
Me protejo en la pintura. Me a¨ªslo del mundo agarrada a ella. No importa cu¨¢les sean las normas
Hace 15 a?os forr¨¦ con pl¨¢stico las paredes y el suelo de una cocina que inutilic¨¦ durante seis meses. En lugar de oler a cocido o a tortita, la cocina ol¨ªa a aguarr¨¢s, los botes de pintura sustituyeron a los de especias, y las telas y bastidores echaron de la habitaci¨®n la ¨²nica mesa que encontramos al llegar a la casa. La luz que entraba por las ventanas era met¨¢lica, y yo pintaba viendo caer la nieve que te?¨ªa de blanco los tejados del vecindario. Pasaba muchas horas en aquella cocina y muchas otras buscando instant¨¢neas viejas que despu¨¦s trasladaba al lienzo haciendo desaparecer del todo a las personas fotografiadas: copiaba los arrastrados que Gerhard Richter resolv¨ªa magistralmente en sus pinturas, y las bocas y ojos de mis personajes se fund¨ªan con los fondos. Recorr¨ªa Brooklyn y Manhattan para entrar en cada flea market que apareciera a mi paso con varios guantes de l¨¢tex en el bolso, y sol¨ªa reencontrarme con las personas de mis pinturas, en celebraciones, sonrientes, mientras el paso del tiempo les arrugaba la piel y encorvaba sus figuras.
Ayer fui a la tienda donde encontr¨¦ gran parte de aquellas fotograf¨ªas. Hab¨ªa algunas pegadas a la pared muy cerca del techo. ?Todav¨ªa vend¨¦is fotos antiguas?, pregunt¨¦. ?Vend¨ªamos fotos antiguas?, respondi¨® la dependienta. 15 a?os atr¨¢s, apunt¨® mi marido. La dependienta solt¨® una carcajada. La dependienta debe tener la edad que yo ten¨ªa cuando me dedicaba a enfundar los deditos en l¨¢tex blanco para hurgar en vidas ajenas.
Es la segunda vez que estoy en Nueva York. La primera vez llegu¨¦ despu¨¦s de devorar las novelas de Paul Auster y de inmediato sent¨ª que esta ciudad es un gran monstruo ciego que podr¨ªa destrozar a cualquiera con sus dientes afilados en un abrir y cerrar de ojos. Caminando por Brooklyn supe de la muerte de Pinochet. En Manhattan vi por primera vez algunas de las piezas de Gerhard Richter, qued¨¦ impactada con los retratos de Andreas Baader y Ulrike Meinhof. Una noche acab¨¦ en casa de una pareja que ten¨ªa un gato que se llamaba como el rey em¨¦rito, el animal se escond¨ªa por los rincones mientras ellos rapeaban de pie en una habitaci¨®n min¨²scula y sin ventanas, delante del sof¨¢ de escay en el que me invitaron a sentarme nada m¨¢s llegar.
Yo intentaba pintarlo todo. Seis meses m¨¢s tarde volv¨ª a Valencia con las telas enrolladas, dejando los bastidores abandonados en aquella cocina donde parec¨ªa que fuera a cometerse un asesinato. Hui abrazada a un largo y grueso tubo de tejido de algod¨®n imprimado lleno de pintura seca.
Viv¨ª unos meses en Nueva York, pero nunca hablo de ello, si he vuelto ha sido con motivo del Festival LEM. Esta vez la atracci¨®n era la posibilidad de ver en directo la obra de Helen Frankenthaler, Hilma af Klint, Mary Cassat o Alice Neel. Ayer estuve un rato embobada viendo una cabeza en terracota de una mujer negra con las cuencas de los ojos vac¨ªas, una obra oscura de gran ligereza formal modelada por Elizabeth Catlett, quien politizaba su trabajo al tomar como referente a la gente de la calle. Saco mi diario de viaje y dibujo a la mujer con los ojos vac¨ªos. M¨¢s tarde pinto en directo en el festival. Esta vez no he tenido que forrar con pl¨¢stico el suelo ni las paredes de ninguna cocina. Mi b¨²squeda tampoco es la misma, ahora intento entender los procesos y soy capaz de compartir aquello que me inquieta. En el escenario puede pasar cualquier cosa: que la mancha no fluya, que el c¨²ter corte carne en lugar de papel, que se acabe la bater¨ªa de la c¨¢mara que proyecta mi trabajo en una pantalla. Me maravillo con lo abstracto del hallazgo y no espero que el p¨²blico lo haga conmigo, pero la emoci¨®n nos conecta y s¨¦ que no hace falta ser complaciente para que eso suceda. Me protejo en la pintura. Me a¨ªslo del mundo agarrada a ella. No importa cu¨¢les sean las normas, escribe Alice Neel: ¡°Cuando una pinta crea su propio mundo¡±. El arte son dos cosas, dice: ¡°La b¨²squeda de un camino y la b¨²squeda de la libertad¡±. La libertad juega al escondite y es escurridiza.
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