El hombre que quiso reinar
?Por qu¨¦ negar el deslizamiento de la hegemon¨ªa catalanista hasta la autodeterminaci¨®n y la independencia?
La historia tiende a repetirse cuando existe una continuidad como la que apuntamos en fecha reciente sobre el distanciamiento radical de nuestros Borbones respecto de la sociedad espa?ola. Una Trinidad ¡ªella, Godoy, Carlos¡ª definida por la reina Mar¨ªa Luisa, infinitamente superior a los vasallos, ajena a sus necesidades, cuyo ensimismamiento a¨²n encontramos en el comunicado de la Casa del Rey por la visita de ¡°Su Majestad¡±.
La agon¨ªa entonces evocada de nuestro Antiguo R¨¦gimen ofrece un episodio adicional, voluntariamente olvidado, cuya naturaleza supo percibir el ganador del juego, Napole¨®n: Godoy era el mayordomo de palacio, que, como en la historia medieval francesa, ejerc¨ªa un poder ilimitado sobre unos ¡°reyes holgazanes¡±, Carlos IV y Mar¨ªa Luisa. Impresentables. Result¨® l¨®gico que quisiera reinar. Para ello mont¨® en 1804 una imaginativa relaci¨®n con el emperador, por encima de los respectivos gobiernos, poniendo los recursos de Espa?a al total servicio de Napole¨®n (primer pago: Trafalgar), en espera de un reino o una regencia en Portugal. El corso lo vio claro: ¡°Godoy es un brib¨®n que me abrir¨¢ las puertas de Espa?a¡±. El trampantojo ¡ªgracias, Pepa¡ª del principado de los Algarbes, asignado al ¡°infame¡± en Fontainebleau (1807) fue la llave para ocupar Espa?a so pretexto de invadir Portugal. Balance: iniciar el siglo desde la cat¨¢strofe de la guerra de Independencia.
Consecuencia: solo cabe esperar efectos negativos caso de imponerse la primac¨ªa de las aspiraciones personales de un gobernante sobre los intereses colectivos. Desde coordenadas bien diferentes, y con otros protagonistas, asistimos a un fen¨®meno similar en la Espa?a de hoy. No se trata de un hombre que pretende reinar, sino de quien est¨¢ dispuesto a todo con tal de seguir gobernando. Hasta el enfeudamiento a los que tienen por objetivo la destrucci¨®n del reino. La historia de Godoy se repite.
El peligroso juego contin¨²a hoy, aun cuando tenga una vertiente positiva desarmando la falacia de que todo Gobierno espa?ol oprime a Catalu?a. Pedro S¨¢nchez insiste razonablemente en el di¨¢logo y las concesiones. ?Hasta d¨®nde estas?
Desde una visi¨®n abstracta de la democracia, ?por qu¨¦ negar el deslizamiento de la hegemon¨ªa catalanista hasta la autodeterminaci¨®n y la independencia? Solo que ese dominio nada tiene de democr¨¢tico, bas¨¢ndose en una presi¨®n homogeneizadora permanente, ante todo colectiva, que tantos hemos experimentado incluso a t¨ªtulo personal. Un totalitarismo horizontal que se vuelve agresivo ante cada obst¨¢culo constitucional. El mejor ejemplo es la reciente movida contra la sentencia del 25% de ense?anza en espa?ol. De ah¨ª que el paso socialista del Rubic¨®n, adhiri¨¦ndose al bloque independentista, no para impulsar el catal¨¢n, sino para relegar al castellano ¡°curricular¡± como lengua de aprendizaje, conlleve una quiebra del constitucionalismo. Precio a pagar, dada la subordinaci¨®n t¨¢ctica al secesionismo impuesta por nuestro presidente.
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