No, todos los hombres no son iguales
Hoy resulta m¨¢s importante que nunca tener en cuenta a esos varones, que son muchos y que ejercen de centinelas del avance de la regresi¨®n machista
Algo habremos hecho mal porque es la segunda vez que un amigo, de esos buena gente y respetuoso con el feminismo, me pregunta con apuro, casi esperando una brutal reprimenda: ¡°?Te ofendo si te llevo la maleta?¡±. Y no erramos, en absoluto, al denunciar el asesinato, las palizas o defender las pol¨ªticas contra la violencia de g¨¦nero, como se llama el maldito t¨¦rmino. Tampoco nos equivocamos al se?alar la brecha salarial o las violaciones y los abusos. Donde fallamos, tal vez...
Algo habremos hecho mal porque es la segunda vez que un amigo, de esos buena gente y respetuoso con el feminismo, me pregunta con apuro, casi esperando una brutal reprimenda: ¡°?Te ofendo si te llevo la maleta?¡±. Y no erramos, en absoluto, al denunciar el asesinato, las palizas o defender las pol¨ªticas contra la violencia de g¨¦nero, como se llama el maldito t¨¦rmino. Tampoco nos equivocamos al se?alar la brecha salarial o las violaciones y los abusos. Donde fallamos, tal vez, es renunciando a explicar a esos hombres que s¨ª aman a las mujeres que son parte y apoyo de nuestra lucha por la igualdad real, porque tambi¨¦n es la suya.
F¨¢cil es encontrar a cualquier gran mujer que se?ala al padre como factor de su empoderamiento e independencia. Es el hombre nacido en los a?os cincuenta o sesenta, que conoci¨® un entorno donde la mujer estaba metida en la cocina, subyugada a la voluntad del marido, casi sin alma propia, sin aspiraciones ni sue?os. Para sus hijas, en cambio, ese hombre quiso algo distinto: que no tuvieran que depender de nadie, que triunfaran en sus carreras, o que eligieran sus vidas. El padre que exp¨ªa a su anterior familia emerge como el primer feminista de nuestras biograf¨ªas.
F¨¢cilmente, daremos con ese novio o amigo que adora a su madre hasta las v¨ªsceras y que convierte su vida pr¨¢cticamente en una b¨²squeda de la misma. Esa mujer a la que subir a un pedestal y admirarla como algo sagrado, buscando solo apoyarla, escucharla o entenderla. Es ese pilar que ella no necesita, pero que ¨¦l elige ser en su vida. El compa?ero que encuentra sentido vital si¨¦ndolo, como el segundo aliado del feminismo.
Tambi¨¦n sorprende la cantidad de muchachos que se confiesan v¨ªctimas del propio machismo. Esos que en el colegio eran tildados de ¡°raritos¡± porque no les gustaba jugar al futbol o de ¡°d¨¦biles¡± por mostrar su sensibilidad sin complejos. Son quienes, a menudo, andan rodeados de mujeres y afirman haber encontrado antes un refugio en ellas para aceptar su sexualidad o su parte m¨¢s afectiva. El hombre protegido por nuestra causa, el tercer puntal para la lucha.
Quiz¨¢s obviamos a esos hombres o chicos, que incluso lamentan su deficiente educaci¨®n emocional porque no les permite conectar ni siquiera con sus propios sentimientos o anhelos. Actitudes o frases fr¨ªas como ¡°el hombre no llora¡± anularon su parte femenina, levantando un muro. Con ello, les arrebataron tambi¨¦n su capacidad de amar plenamente y de forjar v¨ªnculos profundos. El hombre castrado emocionalmente aparece ah¨ª como una v¨ªctima de la ausencia de empoderamiento femenino en la calle o en la familia.
Sin embargo, la ultraderecha ha venido a emborronar el debate p¨²blico y a decirnos que las leyes como la del solo s¨ª es s¨ª, la lucha contra la prostituci¨®n o contra la violencia de g¨¦nero solo buscan vendernos al hombre como un asesino, maltratador, proxeneta, putero, machista... Hasta la educaci¨®n sexual, clave contra la brutalidad de algunas violaciones perpetradas por gente joven, es ya se?alada como una forma de perversi¨®n de los ni?os, en vez de como un cortafuegos.
Ese mecanismo de los reaccionarios contra el feminismo empieza a calar, porque vivimos inmersos en una lucha de identidades, donde algunos piensan que los derechos compiten. Se afirma que hay hembrismo, o que las mujeres han arrinconado al macho, que le quieren quitar algo suyo. Se da a entender que las pol¨ªticas de g¨¦nero buscan poner a la mujer por encima del hombre, revertir la situaci¨®n de vulnerabilidad entre g¨¦neros.
Nada m¨¢s lejos. Falta pedagog¨ªa para explicar que si se dejaran de hacer pol¨ªticas de discriminaci¨®n positiva, o de dar permisos de paternidad, por ejemplo, las cosas no quedar¨ªan equiparadas socialmente, como quieren vendernos que ahora ocurre. En ausencia de contrapesos pol¨ªticos, la desigualdad seguir¨ªa creciendo en contra de las mujeres, en salarios, en puestos de direcci¨®n, en libertades p¨²blicas. A saber, el privilegio del var¨®n se consolidar¨ªa como norma.
Por eso, hoy resulta m¨¢s importante que nunca llamar a esos hombres, que son muchos y que ejercen de centinelas del avance de la regresi¨®n machista. Ese dique va desde el taxista que espera a que entres en tu casa ante de irse, pasando por el juez o el polic¨ªa que se dejan la piel en perseguir los cr¨ªmenes de g¨¦nero, o el camarero que espanta al pesado de turno. Los hombres no son todos iguales; es algo que se sabe. Pero incluso lo evidente, lo com¨²n, lo normalito, a veces tambi¨¦n es fundamental decirlo, y recordarlo desde el progresismo.