?Estado de la naci¨®n o estado de los partidos?
El peor mensaje que puede salir del debate es que el sistema pol¨ªtico est¨¢ al servicio de los partidos, no del inter¨¦s general; que sus cuitas particulares importan m¨¢s que el bienestar de todos
Una de las lecciones de las crisis econ¨®micas anteriores, como la que surgi¨® tras el colapso de Lehmann Brothers, es que los gobiernos en ejercicio, los encargados de resolverlas, fueron apartados por los ciudadanos a la m¨¢s m¨ªnima oportunidad. Salvo Merkel, gracias a la rigidez de su ministro Sch?uble, todos fueron engullidos por el desaliento ciudadano. Seguimos siendo sociedades culturalmente cristianas, el mundo no nos es accesible sin las nociones de culpa y expiaci¨®n. Necesitamos que alguien con nombre y apellidos pueda ser apuntado como responsable. Y a estos efectos tiene poco recorrido el parapetarse detr¨¢s del se?alamiento a los imperativos sist¨¦micos, al coronavirus, a Putin o a lo que sea que nos trastoque una imputaci¨®n de culpabilidad ¡°familiar¡±, pr¨®xima, reconocible. Si los pol¨ªticos tienden a ponerse medallas cuando las cosas van bien, muchas veces gracias a una coyuntura internacional favorable, ?c¨®mo van a ser cre¨ªdos cuando se escudan en causas ex¨®genas si las cosas vienen mal dadas?
No, no lo tienen nada f¨¢cil los speechwriters de La Moncloa de cara al pr¨®ximo debate sobre el estado de la naci¨®n. Este cierra el curso pol¨ªtico con una traca final. Ser¨¢ el ¨²ltimo acto en el que la pol¨ªtica consiga captar nuestra atenci¨®n. Luego viene ya sin soluci¨®n de continuidad el carpe diem vacacional hasta que retornemos a la inh¨®spita rutina de la inflaci¨®n galopante y su efecto sobre la nueva vida cotidiana. Para entonces lo que esta semana se nos escenifique en el Congreso habr¨¢ ca¨ªdo en el olvido. Todo salvo las promesas. Por eso, en tiempos de incertidumbre es casi mejor ni mentarlas, porque de no poder cumplirse alimentar¨¢n a¨²n m¨¢s la frustraci¨®n. M¨¢s vale recurrir a alguna versi¨®n del sangre, sudor y l¨¢grimas. Tampoco servir¨¢n demasiado las justificaciones que expliquen c¨®mo hemos llegado hasta aqu¨ª; interesa el c¨®mo se argumente lo que se vaya a hacer a partir de ahora, no las disquisiciones sobre el pasado inmediato.
En todo caso, la credibilidad del Gobierno estar¨¢ en funci¨®n de su capacidad para mostrarse unido. Cuando aprieta el miedo, este solo puede ser aliviado sintiendo al liderazgo cohesionado, actuando al un¨ªsono. Y aqu¨ª los precedentes, hasta la antesala misma del debate, no le son nada favorables. En crisis como esta, lo que menos le importa al ciudadano com¨²n es lo que vaya a poder ganar del debate este u otro partido, lo que espera son soluciones para resolver problemas concretos. Es muy probable que nos encontremos lo contrario; cada partido aprovechar¨¢ los focos para pavonearse y marcar distancias frente a los otros, y esto puede ser letal para el Gobierno si en su alianza parlamentaria (y gubernamental) cada cual va su bola.
El peor mensaje que puede salir del debate es que el sistema pol¨ªtico est¨¢ al servicio de los partidos, no del inter¨¦s general; que sus cuitas particulares importan m¨¢s que el bienestar de todos. Porque, como digo, al final ser¨¢ evaluado en t¨¦rminos de actores pol¨ªticos ganadores y perdedores. Tanto hemos interiorizado sus pr¨¢cticas, que el objeto de la sesi¨®n, el ¡°estado de la naci¨®n¡±, pasar¨¢ a un segundo plano. Los an¨¢lisis se concentrar¨¢n en diagnosticar la salud de cada uno de los partidos, el ¨ªndice de polarizaci¨®n entre unos u otros o las expectativas de la oposici¨®n a partir de ahora. Es casi inevitable. Pero si la conclusi¨®n a la que llegamos es que quienes deber¨ªan resolvernos los problemas no dan la talla, han devenido en otro problema m¨¢s, es cuando de verdad tendremos razones para preocuparnos de verdad. No quiero prejuzgar. Estaremos expectantes.
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