El estancamiento
La idea de crisis de la democracia no explica lo que nos pasa, que es una suerte de afianzamiento mediocre que consolida un sistema pol¨ªtico en el que hay m¨¢s rechazo que elecci¨®n, m¨¢s descarte que preferencia
Progresistas y reaccionarios comparten una misma v¨ªa por la que circulan en sentido contrario. Dan igualmente por sentado que la historia discurre sobre un eje que enlaza el pasado con el futuro, aunque unos quisieran recorrerlo hacia delante y con mayor rapidez mientras que sus antagonistas desear¨ªan frenarlo e incluso retrotraerse hacia un pasado supuestamente mejor. La ret¨®rica pol¨ªtica ha explorado todas las posibilidades de declinar este campo de juego: el campo sem¨¢ntico de la adaptaci¨®n frente al de la rebeld¨ªa; llamamientos a defender la cultura frente a la barbarie amenazante; progresistas desafiados por retr¨®grados¡ Las fuerzas pol¨ªticas en liza han aceptado que existe un movimiento inexorable de la historia y solo se diferencian en que sit¨²an la cat¨¢strofe hacia delante o atr¨¢s. Las dos principales ideolog¨ªas que sustituyen hoy a la derecha y la izquierda son la nostalgia y la prisa.
Es verdad que nuestro tiempo se agita en torno a patolog¨ªas que tienen esa dimensi¨®n; hay procesos que nos sit¨²an en horizontes catastr¨®ficos (cuyo ejemplo m¨¢s preocupante es la crisis clim¨¢tica) y movimientos que amenazan con los peores retrocesos (como el avance de la extrema derecha en tantos pa¨ªses del mundo). Sin restar gravedad a tales riesgos, pienso que lo caracter¨ªstico de nuestras democracias es que, no habiendo desaparecido completamente esa doble amenaza de aceleraci¨®n irreflexiva y regresi¨®n, ya no vivimos exclusivamente en ese eje lineal sino en un entorno m¨¢s ca¨®tico y que nos obliga a diagnosticar las nuevas situaciones sin las categor¨ªas que nos han servido hasta ahora para entenderlas. El terrorismo, los extremismos pol¨ªticos, las migraciones masivas, el acceso al poder de personajes siniestros, nuevas guerras y conflictos se interpretan con frecuencia o como algo completamente nuevo o como la reedici¨®n de algo que ya sucedi¨® en el pasado. Abundan las advertencias acerca de c¨®mo se gest¨® en el pasado una crisis supuestamente similar (el precedente m¨¢s socorrido es la Rep¨²blica de Weimar) o la descalificaci¨®n del adversario como ¡°comunista¡± o ¡°fascista¡±, dando a entender que sabemos perfectamente lo que significan hoy estos t¨¦rminos o que quienes as¨ª se presentan sabr¨ªan definirse a s¨ª mismos m¨¢s all¨¢ de una gen¨¦rica inscripci¨®n en un grupo ideol¨®gico cuya actualizaci¨®n apenas son capaces de realizar. En ambos casos el an¨¢lisis carece de la necesaria conciencia hist¨®rica que, si algo nos ense?a, es que las novedades son tan escasas como las repeticiones. Llamamos ¡°condici¨®n humana¡± precisamente a aquel fondo que limita nuestro repertorio de aciertos y errores; si entendemos la historia como un escenario en el que surgen cosas nuevas y nuestra respuesta a ellas puede ser original y creativa es porque no estamos predeterminados para hacerlo tan bien o tan mal como lo hicimos en el pasado. Que la historia sea imprevisible puede resultar inquietante, pero sin esa dimensi¨®n de ignorancia y sorpresa nuestra libertad ser¨ªa un espejismo.
No pensaremos bien el mundo si seguimos haci¨¦ndolo a partir de una concepci¨®n lineal de la historia. Hay muchas dimensiones de la realidad que no se explican con esta met¨¢fora de un movimiento que unos quisieran proseguir y otros frenar o desandar. El espacio pol¨ªtico no es lineal, plano, sino superpuesto y ca¨®tico; las ideolog¨ªas ¡ªo lo que quede de ellas¡ª tienen menos coherencia de la que presumen, en consonancia con unas sociedades m¨¢s complejas, singularizadas y contradictorias. Las etiquetas que se exhiben o con las que se denigra a otros no responden a construcciones ideol¨®gicas sino a instintos de posicionamiento y combate.
La democracia actual se comprende mejor desde la idea de estancamiento que como la lucha entre el avance y la regresi¨®n. La misma idea de crisis de la democracia ¡ªentendida como el pre¨¢mbulo de su posible desaparici¨®n¡ª no explica lo que realmente nos pasa, que es una suerte de afianzamiento mediocre. Lo peor de esos discursos acerca de la crisis de la democracia es que dan a entender que la democracia es un asunto del pasado, de mantener un supuesto pasado glorioso, y no del futuro. Las democracias son m¨¢s estables de lo que dan a entender quienes advierten reiteradamente de su fragilidad pero menos capaces de realizar las transformaciones exigidas por las crisis a las que se enfrentan.
Si los modernos pensaron la democracia sobre un fondo de movilidad hist¨®rica, nosotros tenemos que diagnosticar sus males desenmascarando la falsa movilidad: del progreso ha muerto el finalismo y ha sobrevivido la din¨¢mica. La incapacidad de cambio se transforma en agitaci¨®n superficial. Hace tiempo, Fredric Jameson advirti¨® que se hab¨ªa disuelto la antinomia cambio-estancamiento en favor de un pseudomovimiento generalizado, una aceleraci¨®n improductiva. Hay en nuestras pr¨¢cticas pol¨ªticas una mezcla fatal de negaci¨®n de los problemas, postergaci¨®n de las soluciones, persistencia de las rutinas, vetos mutuos y cortoplacismo que termina reduciendo al m¨ªnimo su capacidad transformadora. El hipercalentamiento permanente de los debates no se traduce en transformaci¨®n real de las sociedades, sino que enmascara la incapacidad de llevarla a cabo. La energ¨ªa se agota en ocurrencias ret¨®ricas y la tensi¨®n hacia los objetivos deseables se sustituye por el rechazo de las pretensiones del adversario. En este contexto es donde habr¨ªa que situar, a mi juicio, el recurso a impugnar los pactos del adversario. Tengo mi opini¨®n sobre qu¨¦ pactos son mejores que otros y bajo qu¨¦ condiciones deber¨ªan suscribirse, pero no estoy hablando aqu¨ª de mis preferencias sino de la l¨®gica oportunista desde la que se niega legitimidad a un pacto con Vox o con EH Bildu. Quienes nos advierten del peligro de que gobiernen los extremistas tendr¨ªan mayor credibilidad si se mostraran dispuestos a sacrificar sus ventajas electorales e impidieran realmente el acceso al gobierno de quienes consideran extremistas. El discurso del miedo al otro extremo es el grado cero de la pol¨ªtica, un recurso exagerado y poco cre¨ªble cuando se nos exige que creamos, al mismo tiempo, la gravedad de la amenaza y la imposibilidad de hacer algo para impedirlo.
El resultado final de toda esta turbulencia es la consolidaci¨®n de un sistema pol¨ªtico en el que hay m¨¢s rechazo que elecci¨®n, m¨¢s descarte que preferencia. M¨¢s que palancas, iniciativas o puntos de Arqu¨ªmedes, la f¨ªsica social est¨¢ llena de vetos, bloqueos, inflexibilidad, impedimentos y rigideces. No sabemos qu¨¦ hacer con la agregaci¨®n de los rechazos. Esto lo entienden muy bien los l¨ªderes pol¨ªticos, que prefieren acomodarse a la situaci¨®n y meter miedo en vez de generar esperanza. No es extra?o que una confrontaci¨®n tan elemental acabe por enquistar los problemas y prefiera que el adversario desespere a implicarlo en su soluci¨®n. Este es el horizonte que nos espera en asuntos como la cuesti¨®n territorial, la reforma constitucional, la monarqu¨ªa o el poder judicial: que en estos y otros asuntos de similar gravedad muy probablemente se imponga un insatisfactorio statu quo sobre una transformaci¨®n deseable pero sin los apoyos que requerir¨ªa.
A las fuerzas pol¨ªticas no deber¨ªamos pedirles que se presenten con identificaciones ideol¨®gicas enf¨¢ticas ¡ªque generalmente se traducen en alguna simple contraposici¨®n, como antifascistas o como defensores de una realidad nacional amenazada¡ª sino qu¨¦ razonable esperanza pueden alimentar. Eso de que a uno le definen sus enemigos es la ret¨®rica del minimalismo pol¨ªtico, un viejo truco para presentarse como lo contrario de lo peor, dado que uno no es capaz de ser identificado como mejor. La supuesta maldad de los adversarios no nos convierte inevitablemente en buenos. La tarea ciudadana de controlar al poder no se ejerce hoy afianzando el eje de confrontaci¨®n elemental sino pregunt¨¢ndose por la capacidad que los agentes pol¨ªticos tienen de realizar las transformaciones sociales necesarias, la mayor parte de las cuales son imposibles desde la l¨®gica que nos ha tra¨ªdo hasta aqu¨ª.
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