F¨¢mulas, criadas, subalternas
Acabar con la deshumanizaci¨®n de las empleadas en trabajo dom¨¦stico exige, por encima de leyes y votaciones, un cambio de mentalidad social
Las que barren. Seguramente compr¨¦ el libro por esa frase preliminar de Magda Szab¨®. Dice: ¡°El mundo se divide en dos clases de personas, los que barren y los que no¡±. Seguramente me acab¨® de convencer la retah¨ªla de sin¨®nimos que preced¨ªan al aforismo. Dicen: sirvienta, criada, dom¨¦stica, muchacha, maritornes, moza, chica, doncella, empleada de hogar, ayudanta, asistenta, menegilda, chacha, se?ora de compa?¨ªa, aya. Y f¨¢mula. Esa la desconoc¨ªa.
F¨¢mulas. As¨ª ha titulado Cristina S¨¢nchez-Andrade un breve libro que nace de un impulso: dar voz a las empleadas del hogar que trabajan en Espa?a para romper el silencio ¡ªsilencio de abusos, de desprecios, de sumisi¨®n¡ª que las atenaza. Late en sus p¨¢ginas otra voluntad: superar la idea cl¨¢sica de que el subalterno no puede ser representado, porque ni habla ni podemos hablar por ¨¦l. Y para ello la autora recoge, en crudo, su voz. Hablan estas empleadas del hogar de ni?os malcriados que les pegan, de maltrato psicol¨®gico continuado, de humillaciones tragadas, de explotaciones horarias, de dos a?os sin vacaciones, de maletas en la puerta, de guantes, cofia y ¡°en esta casa mando yo¡±.
Dice Deybi Vanesa (Honduras): ¡°Nadie habla aqu¨ª. Nadie habla. Ya le puede estar yendo de lo m¨¢s bajo y agachan la cabeza, porque como le digo, aqu¨ª nosotras no valemos nada¡±. Dice Mar¨ªa F¨¢tima (Cabo Verde): ¡°A veces yo ten¨ªa que poner la cara a un lado, porque me daban ganas de llorar. En total estuve 20 a?os. Y todos los d¨ªas pensando que me quer¨ªa ir¡±. Dice Rosario (Nicaragua): ¡°Pasados dos meses de estar ah¨ª, el se?or quiso abusar de m¨ª. Me encerr¨® en una habitaci¨®n¡±. Y todas esas voces expuestas en crudo reafirman una idea: vivimos en burbujas aisladas, paralelas. Somos desconocidos en mundos que apenas se cruzan. La Espa?a de las piscinas y la Espa?a del toldo verde. Pero en todas, como hormigas d¨¦biles y atomizadas, est¨¢n ellas: las invisibles.
Los que votan. No es com¨²n. Ning¨²n voto en contra. Todo el Congreso de los Diputados en pie, aplaudiendo y mirando hacia arriba, a la tribuna de invitados, a esa docena de chicas con vaqueros y sin protocolo. Mujeres j¨®venes, sonrientes, muchas de ellas extranjeras. El Congreso ha ratificado un convenio de la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo para proteger m¨¢s a las empleadas del hogar. M¨¢s bien, para desprotegerlas menos. Para darles derecho a cobrar el paro y a percibir luego, cuando se agote el desempleo, ayudas sociales; darles derecho a descansos y vacaciones como al resto de trabajadores; a cobrar por lo menos una vez al mes; a no ser despedidas sin motivo ni indemnizaci¨®n. M¨¢s de medio mill¨®n de mujeres ¡ªunas 200.000 en negro¡ª todav¨ªa contin¨²an as¨ª en Espa?a. En la prehistoria de los derechos laborales. Son las personas que cuidan ni?os, que arreglan casas y que atienden ancianos. El patio trasero de la sociedad: porque no se ve, porque sin ellas nada marchar¨ªa. Ellas, las f¨¢mulas, siguen discriminadas. Han estado siempre en las casas de los que deciden. De los que mandan ¡ªtambi¨¦n ahora en las casas de cualquiera, es verdad¡ª. Los que pod¨ªan cambiar las cosas ten¨ªan cerca una injusticia cotidiana. Pero ellas segu¨ªan discriminadas. Y sin voz. En la fragilidad a la que aboca la subalternidad. Y agachando la cabeza, como dice Deybi Vanesa. Porque si hay un trabajito, como ella dice, hay que cuidarlo. Y ah¨ª la dignidad es un lujo. Solo queda esconder la cara y llorar.
Los que emplean. Seguramente me interes¨® el libro por el punto de partida. Frank Victor Dawes, periodista de la BBC e hijo de una criada, puso un anuncio en The Daily Telegraph. Ped¨ªa a empleados y patrones del servicio dom¨¦stico de Inglaterra que le enviaran cartas con sus vivencias. Recibi¨® m¨¢s de 700.
Nunca delante de los criados. As¨ª se titula este ensayo que reconstruye la vida de la servidumbre victoriana. La base de todo el relato es c¨®mo se tuvo al personal dom¨¦stico por seres humanos de segunda. C¨®mo se les ped¨ªa que fueran lo menos humanos posible. No sonr¨ªan, no escuchen, no hablen. Par¨¦zcanse a muebles. Y lo m¨¢s triste: c¨®mo gran parte de los criados asum¨ªan sin ninguna amargura que otros nac¨ªan para mandar y ellos, para servir. Desviaci¨®n existencial, lo llamaba Frantz Fanon: vivir alienados en la explotaci¨®n. Oh, Se?or, mantennos en nuestro lugar, dec¨ªa la oraci¨®n matutina que rezaban los sirvientes. Era un tiempo de campanillas, pulsadores y cordones, de sombr¨ªas buhardillas con cama de hierro y de comedores en el s¨®tano con una f¨¦rrea jerarqu¨ªa del mundo de abajo. Sin duda, aquel tiempo ya pas¨®. Pero es posible que hasta hoy haya llegado un poso victoriano: despojar de su completa humanidad a las empleadas del hogar y verlas como una mezcla perfeccionada de Roomba y Alexa al servicio del empleador. As¨ª, sin sentimientos, las ve¨ªan en el siglo XIX para poder tolerar el abuso sin mala conciencia. Acabar con esa deshumanizaci¨®n supera leyes y votaciones. Exige un trabajo que no se puede descargar en f¨¢mulas, criadas o subalternas: un cambio de mentalidad social.
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