Dime que me quieres
La extensi¨®n de las campa?as ha crecido como un magma, por lo que incluso en septiembre tenemos que sufrir la competici¨®n particular de cada autonom¨ªa, aunque los votantes no vayan a ser convocados hasta mayo
Con los impuestos pasa lo mismo que con los derechos sociales pero a la inversa. Resuenan en el debate pol¨ªtico como ofertas en el zoco de las promesas electorales. As¨ª, bajar los impuestos es una exigencia de los votantes similar a la del amante que quiere escuchar a su pareja decirle que lo quiere. Es una p¨®cima tan seductora para los queridos ni?os que, finalmente, acosada por el descenso de expectativas en las encuestas, la izquierda est¨¢ obligada a asumirlo. Y promete bajar los impuestos, a su vez, aunque limitando un poquito los techos de renta, no vaya a ser que acabe por ser progresista becar a los alumnos ricos en colegios exclusivos. Una vez llegados al poder, tanto la izquierda como la derecha suben los impuestos. Ha sucedido irremediablemente y en algunos casos en flagrante contradicci¨®n con las promesas. Si la mentira es de calibre insoportable, basta tan solo justificar el cambio de rumbo por la situaci¨®n econ¨®mica internacional.
Con los derechos sociales sucede lo mismo pero a la inversa. Tanto el matrimonio gay como la admisi¨®n de los transexuales en la normalidad, a la derecha le resultan intolerables y los convierte en una afrenta contra la idea de familia tradicional. Y que cada cual imagine lo que significa la familia tradicional. Si la izquierda consigue aprobar esos avances es con el coste evidente de representarse como una especie invasora de las intimidades y cargando con el estigma de estar m¨¢s preocupada por regir en las costumbres sociales que en la verdadera gesti¨®n pol¨ªtica. Se les caracteriza con facilidad como encarnaci¨®n de una nueva mojigater¨ªa buenista. Todo lo que quieran, pero cuando la derecha llega al poder, pese a sus promesas de arremeter contra todo lo logrado, casi nunca se atreve a tocar una coma de esas leyes que impugn¨® en el Constitucional. Y el mundo sigue su rumbo, pues ya nos hemos acostumbrado de manera natural a entender que lo que si grita en la campa?a electoral se queda en la campa?a electoral.
Esta din¨¢mica ha ensanchado los m¨¢rgenes del discurso mitinero hasta donde nos encontramos ahora mismo. Se puede decir lo que se quiera, que a la gente no le da miedo nada. El juguete democr¨¢tico se puede romper tantas veces como venga en gana, que se repara y volvemos a la normalidad. O al menos es lo que muchos creen sin apreciar el nivel de confrontaci¨®n en cada pa¨ªs y el intenso acoso a las democracias. Puestos a decir lo que la gente quiere o¨ªr, ganar¨¢ siempre el m¨¢s atrevido y aventurado. Casi nunca el m¨¢s honesto. La extensi¨®n misma de las campa?as electorales ha crecido como un magma, por lo que incluso en el mes de septiembre tenemos que sufrir las ofertas de cada autonom¨ªa en su competici¨®n particular, aunque los votantes no vayan a ser convocados hasta mayo pr¨®ximo para sus elecciones locales. Ah¨ª es nada. Bajar impuestos es una promesa fabulosa, sobre todo si mientras tanto pagas cada vez m¨¢s tasas urbanas, impuestos locales y cargas indirectas. Incluso al contratar el seguro privado para lograr que un m¨¦dico te reciba antes de pasar cuatro meses en lista de espera, nadie repara en que si tu servicio p¨²blico de salud te empuja a buscar el amparo fuera para protegerte a ti y a los tuyos, te est¨¢ forzando a un sobrecoste mucho mayor que la reducci¨®n prometida v¨ªa impuestos. Donde uno menos lo espera, en cada desembolso, ah¨ª est¨¢n agazapados los verdaderos impuestos.
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