Ellos, los fascistas
La alerta antifascista permanente dificulta identificar las caracter¨ªsticas propias de los movimientos de derecha radical actuales y su reducci¨®n al estereotipo impide hacerles frente
El fascismo parece haber vuelto. O que siempre hubiera estado aqu¨ª. Vox alude a ¨¦l, a su versi¨®n falangista, ahora que las encuestas le dan la espalda y la crisis interna parece asomar la cabeza. Lo ha hecho recientemente en su mitin-feria de atracciones llamado Viva 22. Mezclando una apelaci¨®n a un pasado nacional fant¨¢stico, bizarro y ciertamente kitsch y unos espect¨¢culos musicales de dudosa calidad en los que se llam¨® a ¡°volver al 36¡å, Santiago Abascal invoc¨® all¨ª la figura de Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera para cuestionar su exhumaci¨®n, pero tambi¨¦n para reivindicar sus supuestas ¨²ltimas palabras, lo que es una forma de homenaje. No era la primera vez que lo hac¨ªa.
El espect¨¢culo organizado por Vox procur¨® tambi¨¦n exhibir su pertenencia a una inestable y heterog¨¦nea red de la ultraderecha internacional. Como hab¨ªa sucedido en a?os anteriores, acompa?aron a los espa?oles ?lvaro Uribe, Viktor Orb¨¢n, Javier Milei y Mateusz Morawiecki, entre otros. La novedad fue el discurso que Donald Trump envi¨® para que fuera emitido durante el acto. Tambi¨¦n, como hab¨ªa sucedido con las ¨²ltimas elecciones andaluzas, Giorgia Meloni estuvo presente en Madrid. Era la estrella del momento.
Pocas semanas antes, la l¨ªder de Hermanos de Italia hab¨ªa ganado las elecciones italianas y hab¨ªa certificado lo que algunos identificaron como el regreso del fascismo a Europa. En una primera impresi¨®n no les faltaba raz¨®n a quienes lo hac¨ªan, y las im¨¢genes de la joven Giorgia Meloni opinando que Mussolini fue un buen pol¨ªtico o levantando a media asta el brazo tras su ¡°Dios, patria y familia¡± no lo desment¨ªan. La llama tricolor que adorna el escudo de la formaci¨®n y que remite al Movimento Social Italiano de los herederos de Sal¨® es tambi¨¦n un preocupante signo de normalizaci¨®n est¨¦tica y narrativa del fascismo. Incluso del peor fascismo, el de la guerra civil de 1943-1945, el de las deportaciones, los asesinatos colectivos en las Fosas Ardeatinas, en Sant¡¯Anna di Stazzema o en Marzabotto (una r¨¢pida b¨²squeda permitir¨¢ observar con horror las edades de las v¨ªctimas de estas ¨²ltimas masacres). La sombra del ¡°blanqueamiento¡± ¡ªt¨¦rmino que, por otro lado, en ninguna de sus acepciones significa ¡°legitimaci¨®n¡±¡ª del fascismo se cierne sobre las nuevas derechas radical-populistas.
Claramente, Meloni y los suyos se remiten a una visi¨®n del fascismo italiano centrada en aspectos como su car¨¢cter modernizador y nacionalizador, su populismo desarrollista y su naturaleza de gran utop¨ªa nacional para un pa¨ªs necesitado de pegamento identitario. Es el discurso cl¨¢sico de la nostalgia posfascista y las peregrinaciones a la tumba del Duce en Predappio. El discurso del fascismo banal. Sin embargo, normalizar, incluso reivindicar la herencia del fascismo solo puede hacerse a partir de la crueldad o de la ignorancia. Ambas remiten a lo mismo: a no ver, o no querer ver, qu¨¦ signific¨® el fascismo para los italianos, y no solo. A ignorar, de manera arrogante a veces, a sus v¨ªctimas. En Abisinia: soldados bombardeados con gas mostaza, mujeres y ni?as convertidas en esclavas sexuales de los italiani brava gente. En Yugoslavia y Grecia: como parte de sus pol¨ªticas de ocupaci¨®n e italianizaci¨®n, que llevaron a campos de concentraci¨®n a miles de internos eslavos. En Italia: jud¨ªos y partisanos deportados a los campos de exterminio, civiles masacrados en operaciones combinadas a lo largo de la L¨ªnea G¨®tica para acabar con los apoyos a la Resistencia. En Espa?a: cientos de hombres, mujeres y ni?os destrozados por las bombas lanzadas sobre Alicante, Alca?iz, Valencia, Granollers o Barcelona por orden directa de Roma, es decir, de Mussolini. Tras un bombardeo sobre la entonces capital de la Rep¨²blica, en enero de 1938, su yerno Ciano escribir¨ªa: ¡°(¡) p¨¢nico que deven¨ªa locura. 500 muertos, 1.500 heridos. Una buena lecci¨®n para el futuro¡±. Muchas de esas v¨ªctimas eran ni?as y ni?os. Solo esto desmiente ya todo el tinglado normalizador del fascismo. Meloni, Abascal y los suyos deber¨ªan recordarlo.
Esto, efectivamente, es grave, y los historiadores estamos en el deber de se?alarlo. A pesar de ello, creemos que el peligro real para nuestras democracias no est¨¢ aqu¨ª. Desde hace algo m¨¢s de una d¨¦cada, cada vez son m¨¢s los gobiernos que desarrollan los temas de la derecha radical e incorporan planteamientos que el consenso antifascista europeo posterior a 1945 hab¨ªa impedido. La normalizaci¨®n de la derecha radical y su creciente visibilidad pol¨ªtica y medi¨¢tica es una de las caracter¨ªsticas fundamentales de nuestro tiempo, tras su llegada al poder en Estados Unidos, Hungr¨ªa, Brasil, Polonia, India y su incorporaci¨®n a coaliciones de gobierno y Parlamentos. Pero esto no quiere decir que Italia o Espa?a est¨¦n avanzando hacia el fascismo. Por duro que sea el presente que vivimos, no nos parece que pueda equipararse al de las d¨¦cadas de 1930 y 1940. Ni los contextos son los mismos ni las alternativas pol¨ªticas son equiparables.
Por eso es necesario detenernos en una cuesti¨®n delicada y dif¨ªcil de abordar: la del supuesto eterno retorno del fascismo, emparentada (y severamente discutida) con la tesis del fascismo eterno planteada hace ya a?os por Umberto Eco. Como dice Sergio del Molino en el pr¨®logo de Ellos, los fascistas. La banalizaci¨®n del fascismo y la crisis de la democracia (de pr¨®xima aparici¨®n), la alerta antifascista permanente dificulta identificar las caracter¨ªsticas propias de los movimientos de derecha radical actuales, sustituyendo el an¨¢lisis por la imposici¨®n, bastante acomodaticia, de estereotipos y met¨¢foras que ocultan m¨¢s de cuanto iluminan. Conocemos peor el pasado y entendemos a¨²n peor el presente. Trump, Abascal, Jair Bolsonaro, Matteo Salvini, Orb¨¢n o Meloni comparten elementos de cultura y praxis pol¨ªticas de naturaleza ultraconservadora, xen¨®foba, nativista y ultrarreligiosa. Pero llamarlos ¡°fascistas¡± dificulta conocer lo que el fascismo fue realmente: estado de guerra permanente, imperialismo agresivo, represi¨®n pol¨ªtica, excepcionalidad normativa, persecuci¨®n de las minor¨ªas, jerarquizaci¨®n racial, asesinato de civiles, deportaciones, genocidio. Y no solo eso. En el sentido contrario, la reducci¨®n al estereotipo emborrona las caracter¨ªsticas del fen¨®meno actual e impide hacerle frente. ?Es esa la forma de combatirlo? Vale la pena recordarlo: la apelaci¨®n a la lucha contra el ¡°fascismo¡± en las ¨²ltimas elecciones en Madrid y Castilla y Le¨®n no han dado precisamente buenos resultados a las fuerzas ¡°antifascistas¡±. No cabe descartar, por fin, un reverso perverso: el de generar orgullo por reacci¨®n. Hacer identidad del insulto del adversario. Apropi¨¢rselo. Si nos llaman fascistas, cantemos que volveremos a 1936. Y que la escalada contin¨²e.
Con todo, y por grave que nos parezca, creemos que el problema de fondo no es narrativo ni de interpretaci¨®n hist¨®rica. Tampoco lo es la emergencia o la consolidaci¨®n del fascismo: es la crisis de la democracia liberal y la falta de proyectos consolidados que la doten de musculatura frente a un proceso de erosi¨®n que se desarrolla desde dentro, y que incluye de manera creciente, arrogante y chirriante la banalizaci¨®n de los t¨¦rminos ¡°fascismo¡± y ¡°fascista¡± desde buena parte del espectro pol¨ªtico. La derecha radical europea est¨¢ plagada de nost¨¢lgicos del fascismo hist¨®rico, pero ese no parece ser el motivo que la hace atractiva para los millones de votantes que optan por soluciones populistas, identitarias y en ocasiones, antisistema. La normalizaci¨®n de esa derecha radical puede ser central en el vaciamiento de contenido de esta democracia liberal y puede acabar por convertirla en otra cosa, mientras continuamos se?alando con el dedo a un fascismo tan inexistente como evanescente.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.