Las hijas de la mujer ahogada
No se trata de renegar de ninguna obra ni de cancelar a ning¨²n autor, sino de evitar que el relato de la mujer que sufre sea el ¨²nico relato posible, que esta figura femenina siga marcando un canon hegem¨®nico
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El imaginario popular est¨¢ pre?ado de mitos sobre mujeres malditas. La chica de la curva, la novia abandonada, la infanticida que llora a sus ni?os. Consumidas por la pasi¨®n o condenadas por su deseo, el estigma marca sus cuerpos de leyenda, cuerpos hechos de palabras que se repiten de generaci¨®n en generaci¨®n, un susurro que parte la noche y pasa de madres a hijas. Y el consejo siempre es el mismo: cuidado.
En Over her dead body: death, femininity, and the aesthetic, la cr¨ªtica literaria Elisabeth Bronfen habla de la fascinaci¨®n cultural por el sufrimiento femenino: ¡°la cultura usa el arte para so?ar la muerte de mujeres hermosas¡±. En la historia del arte y de la literatura abundan las representaciones de mujeres malditas o muertas, y su tragedia es sublimada, adem¨¢s de erotizada. El cine es todav¨ªa m¨¢s expl¨ªcito. La forma en la que se encuadra y se graba la agon¨ªa de una mujer suele ser muy distinta a c¨®mo se trata la de un hombre. El t¨®pico de la rubia torturada en los slashers (subg¨¦nero del cine de terror), entre gemidos y mohines poco probables, es solo uno de ellos.
?A qu¨¦ se debe este so?ar del que habla Bronfen? ?Acaso habita dentro de cada autor, artista o cineasta ¡ªmuchos de estos personajes est¨¢n creados por hombres¡ª una pulsi¨®n feminicida que se exorciza en el plano simb¨®lico? Como responde Maggie Nelson en El arte de la crueldad a una pregunta similar: tal vez, no lo creo, qui¨¦n sabe. Pero, aunque as¨ª fuese, esta pulsi¨®n no nacer¨ªa tanto de una decisi¨®n personal y consciente como de la inercia colectiva.
La representaci¨®n est¨¦tica de la muerte sirve como v¨ªa de escape, es un ensayo o un juego a trav¨¦s del cual nos relacionamos con el tab¨² de nuestra propia mortalidad. Este deseo de imaginar lo inimaginable necesita un tercero sobre el que proyectar la fantas¨ªa, alguien que muera por nosotros, otros cuerpos a los que contemplamos sufrir con una mezcla de angustia y placer. Problema: ese otro cuerpo, ese cuerpo otro, no es neutro ni arbitrario. La cultura machista construye lo femenino como lugar de alteridad. El cuerpo de la mujer es siempre otro, nunca propio. Observado, no observante. Pose¨ªdo, nunca poseedor. La mujer es la pelota que el creador y el espectador se pasan el uno al otro, y las historias que estos cuentan, sumidas en un tr¨¢fico endog¨¢mico, vuelven siempre a los mismos lugares comunes.
¡°Anoche todo el aire se llen¨® de azufre¡±. ¡°El agua se mete dentro de una mujer, si se enamora¡±. ¡°Una chica guap¨ªsima¡±. ¡°Se la llev¨® el agua. No iba a consentir que se casara. Era suya¡±. ¡°Abuela, ?es verdad eso del agua?¡± Podr¨ªa ser un eco m¨¢s del mismo guion tr¨¢gico, pero en este caso es todo lo contrario. En El agua, primer largometraje de la cineasta Elena L¨®pez Riera, el miedo y su subversi¨®n van de la mano. Ana, una adolescente de Orihuela, vive el verano de sus 17 a?os entre el presente que la absorbe ¡ªel pueblo, un enamoramiento, su familia¡ª y un deseo futuro: salir de all¨ª. La pel¨ªcula est¨¢ atravesada por una leyenda oscura, contada de abuelas a nietas, sobre una mujer que desapareci¨® antes de casarse, coincidiendo con una fuerte riada que aneg¨® el lugar. El agua, dicen, la llam¨®. Hasta aqu¨ª, el mito de la mujer ahogada.
Sin embargo, El agua arranca el mito de su contexto l¨²gubre y fat¨ªdico, de ni?as desvalidas y v¨ªctimas paralizadas, y lo planta en una tierra nueva, donde le ser¨¢ mucho m¨¢s dif¨ªcil germinar. Para ello se unen la caracterizaci¨®n de Ana ¡ªdura, de una dureza que tiene m¨¢s de determinaci¨®n que de aspereza¡ª; el v¨ªnculo entre esta, su madre y su abuela ¡ªtrenzado, en parte, por ese miedo at¨¢vico que condena a las mujeres del pueblo, un cord¨®n umbilical de sombras y deseo¡ª, y los testimonios reales de mujeres que narran la leyenda de la joven hechizada por el r¨ªo Segura.
?Por qu¨¦, seg¨²n Bronfen, la cultura patriarcal usa el arte para perpetuar sus normas? Porque, por debajo de la racionalidad y la conciencia, somos seres sensibles. El arte interpela a nuestra dimensi¨®n ps¨ªquica, se instala en los recovecos m¨¢s ignotos y corroe ¡ªo nutre¡ª nuestras emociones. Y es tambi¨¦n a trav¨¦s del arte que la resistencia feminista puede tejerse. Seguiremos aceptando, e incluso esperando, el sufrimiento femenino en la ficci¨®n como algo normal mientras las historias queden solo en manos de quienes ¡ªconsciente o inconscientemente¡ª se niegan a cuestionar el lodazal de misoginia, sadismo y paranoia en el que buceamos. No hablo de renegar de ninguna obra ni de cancelar a ning¨²n autor, sino de evitar que el relato de la mujer que sufre sea el ¨²nico relato posible, que esta figura femenina siga marcando un canon hegem¨®nico. Para que las creadoras y las espectadoras puedan romper con ese ir y volver de la pelota, es necesario que tengan acceso a contar sus historias y a producir nuevas im¨¢genes. Basta de mujeres muertas, malditas y aterrorizadas. Es hora de que sus hijas reescriban los mitos.
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