Desaciertos de la ortodoxia econ¨®mica imperante
La forma de medir el IPC, que ignora el impacto de la subida de los tipos de inter¨¦s sobre los gastos hipotecarios de las familias, ha quedado obsoleto y urge una actualizaci¨®n
Los economistas solemos estar en el punto de mira de la sociedad, y as¨ª seguiremos mientras no seamos m¨ªnimamente capaces, a trav¨¦s de un cambio de la imperante ortodoxia econ¨®mica, de solucionar los problemas relativos a la evidente incapacidad de equilibrar y optimizar los sistemas econ¨®micos, asignando m¨¢s eficazmente los enormes recursos naturales, econ¨®micos y tecnol¨®gicos existentes en el mundo actual. Y para ello es prioritario cambiar un buen n¨²mero de los axiomas imperantes y formas de medir las variables macroecon¨®micas relevantes.
Vamos a hacer aqu¨ª una breve referencia a un importante desacierto u olvido de la ortodoxia econ¨®mica vigente, como es el hecho de que al calcular el IPC, que mide el coste de la vida de los ciudadanos, no se incluya una parte tan sustancial en los gastos de millones de familias como es el coste mensual de las hipotecas, o m¨¢s concretamente de los intereses por los pr¨¦stamos hipotecarios que pagan puntualmente dichas familias, que merma significativamente su bolsillo y que constituye una parte sustancial del presupuesto y del coste de la vida de las mismas. Y en una ¨¦poca como la actual de importantes subidas de los tipos de inter¨¦s y, por tanto, de los costes hipotecarios, la realidad es que ese zarpazo que se est¨¢ dando a los bolsillos de un gran n¨²mero de ciudadanos no aparece reflejado en el IPC (s¨ª aparecen, en cambio, los alquileres pagados por las viviendas). Adem¨¢s de un notable olvido y ninguneo de una buena parte de la sociedad y, por consiguiente, de su proyecci¨®n en el sistema econ¨®mico global, ello origina adem¨¢s que muchas decisiones micro y macroecon¨®micas basadas en ese incorrecto c¨¢lculo del IPC sean err¨®neas e irreales.
Este sustantivo olvido, o problema de medici¨®n, ya se viene resolviendo estos ¨²ltimos a?os en diversos pa¨ªses, como en el Reino Unido, Australia o Nueva Zelanda, por ejemplo. En el Reino Unido existe un ?ndice General de Precios (CPIH) que incluye el coste de la vivienda para los propietarios ocupantes de las mismas, calcul¨¢ndose en t¨¦rminos de oportunidad o equivalencia. Esto es, se calcula el precio equivalente de alquiler que tendr¨ªan que pagar por estas viviendas sus propietarios ocupantes si fuesen arrendatarios de las mismas. Por otra parte, hay en ese pa¨ªs otro ¨ªndice de precios (HCI) que incluye directamente los costes de las viviendas en propiedad, y ello sobre la base de los costes por intereses hipotecarios efectivamente pagados por los propietarios ocupantes de las mismas.
Mientras tanto, en Espa?a y en pa¨ªses de la UE se ignoran totalmente en el IPC estos costes por intereses hipotecarios que pagan millones de ciudadanos, lo cual adem¨¢s de tergiversar sustantivamente este ¨ªndice del coste de la vida, al omitir esa importante proporci¨®n de los gastos corrientes en una buena parte de las familias, descabala los cl¨¢sicos postulados de que una subida de los tipos de inter¨¦s origina una disminuci¨®n de la inflaci¨®n, dado que origina justamente lo contrario y de forma directa en una buena parte de la ciudadan¨ªa. Y por ello tampoco tiene sentido una pol¨ªtica de subidas de tipos de inter¨¦s como la actual, cuando la inflaci¨®n no es por exceso de demanda sino por escasez en la oferta y los altos precios en los inputs o factores que intervienen en los muy diversos procesos de producci¨®n, sea de bienes o de servicios.
Y todo ello, aparte de que una subida de los tipos de inter¨¦s aumenta los gastos financieros y, por tanto, el coste de vida econ¨®mico de las empresas, que aunque no intervienen en la medida del IPC s¨ª son factores determinantes y motores en el sistema econ¨®mico y laboral de un pa¨ªs. Tambi¨¦n parece que se olvida en la actual ortodoxia econ¨®mica que una subida de tipos de inter¨¦s aumenta los gastos financieros de todas y cada una de las Administraciones P¨²blicas, sean estatales, auton¨®micas o municipales, que aunque tampoco intervienen en el IPC resultan estructuralmente empobrecidas (y, por consiguiente, los ciudadanos). Ello origina asimismo un aumento agregado del d¨¦ficit p¨²blico existente as¨ª como de la deuda p¨²blica, que ya se encuentra a unos niveles demasiado abultados, tanto en t¨¦rminos absolutos como relativos, lo cual afecta negativamente a los mercados y desde luego a nuestras siguientes generaciones, que ya tienen lo suyo.
Podemos concluir, en resumen, que un buen n¨²mero de los actuales postulados, axiomas y recetas econ¨®micas vigentes necesitan una clara y urgente actualizaci¨®n, si no queremos que la econom¨ªa siga siendo esa ciencia l¨²gubre, perezosa, que parece que solo sirve para predecir el pasado y cubrir el expediente con f¨®rmulas obsoletas en muchos organismos nacionales e internacionales, y que, en cambio, pueda alcanzar un nivel de innovaci¨®n similar al que est¨¢n experimentando otras muchas disciplinas en el gran y din¨¢mico universo multidisciplinar del conocimiento, que tanto necesita nuestra sociedad.
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