Atajar la inflaci¨®n sin provocar dolor
La efectividad de las medidas para mitigar el impacto del alza de precios y de la subida de tipos sobre las familias y las empresas marcar¨¢ el pr¨®ximo ciclo electoral
La inflaci¨®n ha alcanzado niveles en todo el mundo que no se ve¨ªan desde hace d¨¦cadas. Despu¨¦s de m¨¢s de 10 a?os con tipos de inter¨¦s nominales bordeando el 0% ¡ªy tipos reales negativos¡ª los bancos centrales empiezan a virar presionados por el alza persistente de los precios. El Banco Central Europeo (BCE) ha anunciado una subida de 75 puntos b¨¢sicos, la mayor de la historia de la zona euro. La decisi¨®n del BCE se produce poco despu¨¦s de la acordada por la Reserva Federal estadounidense por el mismo porcentaje, la segunda que realiza en los ¨²ltimos dos meses. El presidente de la Reserva, Jerome Powell, lleg¨® a afirmar en v¨ªsperas de la cumbre de Jackson Hole que rebajar la inflaci¨®n requiere ¡°provocar algo de dolor a familias y empresas¡±.
Aquella frase recuerda al refr¨¢n que afirma que ¡°si escuece, cura¡±. Pero la sabidur¨ªa popular no siempre acierta. ?De verdad no queda otra opci¨®n que causar ¡°dolor¡± para controlar la inflaci¨®n? ?No hay alternativas? A fin de cuentas, llamamos inflaci¨®n a cualquier subida del nivel general de precios. Pero eso no implica ni que todos los precios suban, ni que todos lo hagan a la vez, como tampoco implica que sea siempre por la misma causa.
De manera resumida, la inflaci¨®n se puede producir a trav¨¦s de dos circuitos. En el primero, el nivel de precios sube porque la demanda de un surtido relevante de bienes crece a un ritmo m¨¢s r¨¢pido al que puede crecer su oferta. Este es el concepto cl¨¢sico de la inflaci¨®n y el que la mayor¨ªa de personas intuitivamente tiene en mente. Ante este caso hay dos opciones: incrementar la oferta para satisfacer la demanda ¡ªalgo que en el corto plazo suele ser complicado¡ª o bien reducir la demanda para que se ajuste a la oferta disponible. Este ¨²ltimo es precisamente el objetivo de las pol¨ªticas de subidas de tipos de inter¨¦s. Al final, m¨¢s all¨¢ de tecnicismos, lo que se busca no es m¨¢s que deprimir la actividad econ¨®mica, haciendo que los precios bajen porque empresas y consumidores reducen su inversi¨®n y su consumo. El nivel de precios cae, en definitiva, porque se asfixia la demanda agregada.
Pero tambi¨¦n se puede generar inflaci¨®n porque la oferta de determinados factores b¨¢sicos para la producci¨®n de otros bienes y servicios se encarezca. Por ejemplo, la electricidad, el gas o las materias primas como la arena, el litio, el fertilizante o el aceite de girasol ¡ªla energ¨ªa, de hecho, es imprescindible en pr¨¢cticamente todos los procesos productivos¡ª. Esto fue lo que sucedi¨® en la crisis del petr¨®leo de los a?os setenta. En este caso, las posibilidades de actuaci¨®n dependen de la capacidad de control que se tenga sobre los precios o la producci¨®n de los bienes o servicios que impulsan la inflaci¨®n.
A pesar de su distinci¨®n te¨®rica, en la realidad ambos tipos de inflaci¨®n se dan de manera simult¨¢nea y se alimentan mutuamente. Pero distinguir qu¨¦ factores son los que impulsan los precios en cada caso es importante, porque las din¨¢micas que generan cada uno son distintas, como lo son las recetas para controlar su evoluci¨®n y as¨ª estabilizar los precios.
Siendo as¨ª, ?qu¨¦ se puede esperar de la pol¨ªtica de subida de tipos del Banco Central Europeo y la Reserva Federal? Efectivamente, habr¨¢ quien espere que un aumento de los tipos encarezca la financiaci¨®n bancaria, llevando a las empresas a rebajar sus expectativas y paralizar sus inversiones, e incluso a reducir sus plantillas para prepararse ante la m¨¢s que probable recesi¨®n que se producir¨¢ asumiendo que todas las dem¨¢s empresas act¨²an igual. La menor inversi¨®n har¨¢ que se reduzca la presi¨®n sobre factores productivos como la energ¨ªa y las materias primas, y las malas expectativas y el mayor desempleo har¨¢n que los consumidores gasten menos y ahorren m¨¢s, reforzando la contenci¨®n de precios. Esta es la receta del ¡°dolor¡± de la que hablaba el presidente de la Reserva Federal. Pero, ?es la ¨²nica posible?
No se trata de negar que esta pol¨ªtica monetaria contractiva pueda ser imprescindible, o incluso la m¨¢s efectiva. Pero no se debe ignorar que los efectos de la pol¨ªtica monetaria no son neutros: el ¡°dolor¡± no afecta a todos por igual. Los elevados m¨¢rgenes que muestran las empresas de diversos sectores dan buena cuenta de que se puede tratar de evitar el ¡°dolor¡± si hay otro a quien pas¨¢rselo. Por otro lado, considerando los avances t¨¦cnicos que se han producido en el ¨¢mbito de la econom¨ªa y las finanzas, aplicar una pol¨ªtica indiscriminada parece poco sofisticado. ?Alguien se imagina que para financiar los servicios p¨²blicos se plantease subir de forma lineal los impuestos a todos los contribuyentes sin distinci¨®n? Esto era lo que suced¨ªa tiempo atr¨¢s, cuando las limitaciones t¨¦cnicas hac¨ªan que la ¨²nica v¨ªa para recaudar fuese imponer grav¨¢menes iguales a todos los contribuyentes con independencia de su renta. Pero hoy es posible tomar decisiones de pol¨ªtica fiscal m¨¢s complejas, con efectos m¨¢s precisos y, m¨¢s importante, decidiendo a qui¨¦n afectan y c¨®mo lo hacen seg¨²n sus circunstancias.
Como ejemplo pr¨¢ctico de lo anterior, pensemos en un escenario de burbuja inmobiliaria ¡ªno tan lejano en el tiempo¡ª, en la que una demanda creciente de vivienda presiona al alza el nivel general de precios, generando inflaci¨®n. ?C¨®mo se deber¨ªa proceder? ?Elevando los tipos de inter¨¦s para encarecer la financiaci¨®n bancaria y desalentar entre otros a los potenciales inversores de vivienda? ?O aumentando los impuestos a las transmisiones de patrimonio inmobiliario para disuadir las transacciones especulativas?
Ambas medidas tendr¨¢n un efecto muy similar sobre el mercado de la vivienda, pero sus consecuencias ser¨¢n muy diferentes sobre el conjunto de la econom¨ªa. Lo mismo ser¨ªa extrapolable a otros ¨¢mbitos, como la energ¨ªa. En ¨²ltimo t¨¦rmino, se trata de decidir qui¨¦n se hace cargo del ¡°dolor¡± que causa la inflaci¨®n: si las empresas, a costa de sus m¨¢rgenes; si los trabajadores, a costa de sus salarios; si los consumidores, a costa de su renta disponible; si el Estado, a costa de un mayor endeudamiento; o bien a costa de un esfuerzo compartido de manera equilibrada entre todos los anteriores, articulado a trav¨¦s de una combinaci¨®n de acuerdos salariales, pol¨ªticas fiscales y reformas estructurales. Esta ¨²ltima opci¨®n es la que se conoce popularmente como un ¡°pacto de rentas¡±. En Espa?a tenemos un ejemplo memorable en los Pactos de La Moncloa firmados en 1977 y que dotaron a la inflaci¨®n de una estabilidad que fue indispensable para la Transici¨®n pol¨ªtica.
Es posible que un pacto de rentas no evite la necesidad de tomar decisiones de pol¨ªtica monetaria, sobre todo si de lo que se trata es de estabilizar la cotizaci¨®n del euro frente al d¨®lar. Pero puede reducir la intensidad o duraci¨®n de las mismas, minorando con ello sus efectos colaterales negativos. Y por eso mismo, conseguirlo deber¨ªa ser una prioridad. Es cierto que hoy parece lejano ante la divergencia de posiciones de los agentes sociales. Pero estas pueden cambiar seg¨²n evolucione la guerra en Ucrania y con ello de las presiones inflacionarias. La efectividad de las medidas para mitigar el impacto de los precios, pero tambi¨¦n el del ¡°dolor¡± de la propia pol¨ªtica monetaria sobre las familias y las empresas, marcar¨¢n el pr¨®ximo ciclo electoral.
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