¡®As bestas¡¯: radiograf¨ªa de una ¨¦poca
Todos sabemos lo que pasa cuando los indiferentes, los atomizados, los expulsados de todo inter¨¦s com¨²n, abandonan de pronto, con un aullido, su aparente indiferencia
La angustia de los despose¨ªdos no se entiende mirando solo aquello a lo que se oponen, pues, como dec¨ªa el soci¨®logo Christophe Guilluy en este mismo peri¨®dico, no est¨¢n ¡°en contra de algo¡±: sencillamente est¨¢n ¡°en otro lugar¡±. Y es esta dimensi¨®n espacial, abismal, que tan bien define nuestro tiempo, la que nos muestra como un fogonazo la pel¨ªcula As Bestas, de Rodrigo Sorogoyen. Frente a las caba?as rurales de pescadores transformadas en viviendas para ejecutivos urbanos en busca de ¡°refugio¡± de las que habla Guilluy, Sorogoyen nos muestra a un matrimonio franc¨¦s que busca el futuro en el pasado, huyendo rom¨¢nticamente a una aldea gallega donde vivir su ideal de una vida ecol¨®gica.
Una de las cosas m¨¢s fascinantes de la pel¨ªcula es que no podemos mirarla desde los t¨®picos del lenguaje pol¨ªtico convencional. No hay clases sociales, ni izquierdas en busca de unidad, ni trabajadores luchando por organizarse o abandon¨¢ndose al coraz¨®n oscuro del posfascismo. Solo los despose¨ªdos y los que acumulan poder, y en medio un abismo inquebrantable, aunque todos vivan en el mismo espacio. Los despose¨ªdos no lo son tanto materialmente como del lugar que ocupaban en el mundo, ese estatus que les confer¨ªa un espacio simb¨®lico en el que afirmarse, un sitio en el que ¡°estar¡±. Son personas que el sistema ya no quiere ni necesita, expulsadas de la participaci¨®n ¨²til en la sociedad, y a quienes las empresas extranjeras cierran la boca pag¨¢ndoles la mitad de lo que pagar¨ªan en sus pa¨ªses a cambio de sus terru?os para instalar gigantescos molinos de viento, un mercadeo denunciado desde su privilegiada atalaya moral por el matrimonio franc¨¦s, arquetipos de esa minor¨ªa interconectada que ha monopolizado el lenguaje y la cultura. Pero del abismo solo puede surgir un resentimiento desbocado, destructivo. El deseo de desquite de los despose¨ªdos cristaliza en una oscura fantas¨ªa de salvaci¨®n: entender que el sufrimiento de otros resolver¨¢ nuestros problemas. Sorogoyen los muestra con toda su brutalidad, crudamente, sin prejuicios, descarnados como los Furtivos de Jos¨¦ Luis Borau.
No sabemos, o quiz¨¢ no nos interese, si ese malestar, ese rencor at¨¢vico de las bestias es el origen de movimientos pol¨ªticos que no logramos, no queremos entender. ?Son acaso aquellos ¡°indeseables¡± que describ¨ªa Hillary Clinton, ¡°la gente con pocos estudios¡± que votaba a Donald Trump? ?O la letan¨ªa de ¡°analfabetos, intolerantes y xen¨®fobos¡± a quienes, tan despreciativamente, trataban de convencer los europe¨ªstas anti-Brexit? ?Est¨¢n siquiera en la cabeza de una ministra que habla de ¡°cultura de la violaci¨®n¡± en el Congreso, confundi¨¦ndolo con un seminario acad¨¦mico sobre feminismo? ?O est¨¢n fuera porque all¨ª les queremos? Porque son los despose¨ªdos quienes encarnan la premisa del espejismo democr¨¢tico arendtiano: una democracia puede funcionar con normas reconocidas solo por una minor¨ªa, hasta que deja de funcionar. Porque todos sabemos lo que pasa cuando los indiferentes, los atomizados, los expulsados de todo inter¨¦s com¨²n, abandonan de pronto, con un aullido, su aparente indiferencia. No nos importan, pero ellos tambi¨¦n somos nosotros: bestias a punto de morder.
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