PP y Cs: las guerras del centroderecha
La lucha del Partido Popular y Ciudadanos nos ha marcado desde cuando nuestras aflicciones parec¨ªan ser el bipartidismo o la ausencia de primarias. En estos a?os han perdido los dos, pero uno menos que otro
Aznar crey¨® manejarlo, Rato siempre lo despreci¨®, Cascos ¡ª¡±Cascotes¡±¡ª lo tuvo por un flojo y Fraga intent¨® facturarlo sin retorno a Santa Pola. En la pol¨ªtica espa?ola, hacer de menos a Rajoy ha sido una costumbre de mucho arraigo y ¡ªcomo puede verse¡ª no poco peligro. Las excepciones son escasas: con S¨¢nchez la relaci¨®n fue de un antagonismo reconcentrado, mientras que de Iglesias distaba tantos mundos que ambos pod¨ªan permitirse las complicidades de dos extra?os en un tren. A Rajoy tambi¨¦n lo minusvaloraron quienes nunca lograr¨ªan hacer carrera con ¨¦l: los gur¨²s de la comunicaci¨®n pol¨ªtica, los guerrilleros de think tank y esos opinadores que suelen concederse a s¨ª mismos el t¨ªtulo de ilustrados. En estos casos, sin embargo, es de justicia reconocer que no sabemos qui¨¦n menospreciaba m¨¢s a qui¨¦n. Ahora, a ra¨ªz de sus columnitas futbol¨ªsticas ¡ªun azucarillo en el caf¨¦ venenoso de nuestro estado de opini¨®n¡ª, gentes que no distinguen el censo enfit¨¦utico del masaje prost¨¢tico han vuelto a tachar de ignaro a un se?or que, usted elige, ha sido un presidente del Gobierno calamitoso o estupendo, pero que era registrador a los 23.
Quiz¨¢ por haber sufrido tantas condescendencias puede postularse que la pasi¨®n dominante de Rajoy ha sido el resarcimiento, y sin duda estos d¨ªas estar¨¢ merend¨¢ndose una raci¨®n tras otra de Schadenfreude al ver las patadas de ahogado de Ciudadanos en su hora terminal. Al fin y al cabo, de toda la gente que lo subestim¨®, nadie lo subestim¨® m¨¢s que Albert Rivera. Su relaci¨®n ilustra 10 a?os de tensiones competitivas en el espacio del centroderecha, pero tambi¨¦n sirve como par¨¢bola de la ilusi¨®n y el desguace de lo que se llam¨® nueva pol¨ªtica. Y de nuestro modo crecientemente agon¨ªstico ¡ª?futbol¨ªstico!¡ª de vivir lo p¨²blico.
Querella de antiguos y modernos, Rajoy y Rivera eran ¡ªcomo dice Umberto Saba¡ª dos estirpes en vieja contienda. A Rajoy le gustaban los sobreentendidos. A Rivera le gustaban los titulares. Uno se sent¨ªa c¨®modo en la ambig¨¹edad, el otro buscaba la directa. El primero ten¨ªa orgullo de casta altofuncionarial, el segundo la asertividad del mundo de la empresa. Rivera ve¨ªa en Rajoy a un viejo gal¨¢pago que le entorpec¨ªa el camino y Rajoy en Rivera a un b¨¢rbaro que le pisaba el jard¨ªn. A uno le gustaba la tele; el otro, en la tele, parec¨ªa Romanones o Moret. En t¨¦rminos oakeshottianos, para Rivera solo exist¨ªa lo mejor; para Mariano, ¡°lo mejor en tales circunstancias¡±. En fin, Rivera, seg¨²n una de esas frases de Oakeshott que habr¨ªa que aplaudir como las ¨®peras, se sent¨ªa ¡°capacitado para atribuir a la humanidad una necesaria inexperiencia en todos los momentos cr¨ªticos de la vida¡±. Rajoy no sab¨ªa tantas cosas, pero ten¨ªa muy clara una: la imposibilidad de hacerse demasiadas ilusiones con el barro de la naturaleza humana, o c¨®mo ¡°la conjunci¨®n de gobernar y so?ar engendra tiran¨ªa¡±. Por sus nombramientos los conocer¨¦is: a uno le gustaba Rom¨¢n Escolano; al otro, Marcos de Quinto.
No hay albari?o en toda Pontevedra que iguale el sabor de la iron¨ªa con que en Ciudadanos han pasado de considerar al PP un partido ¡°en descomposici¨®n¡± a aceptar sus concejal¨ªas. No creo que en el PP se lo reprochen: el viejo conservadurismo sab¨ªa que a cualquiera le llega el momento de que nos tengan piedad. Y a¨²n habr¨¢ que lamentar la desorientaci¨®n temporal de una generaci¨®n reformista ¡ªCiudadanos arrastr¨® a algunas de las mejores mentes de mi quinta¡ª ahora en suspenso. El partido fue una esperanza para muchos en un momento en que el PP parec¨ªa intentar alejar de s¨ª el voto de cualquiera que se tuviese por honrado.
Pero este aparente fin de Ciudadanos deja algunas inquietudes, y no ser¨¢ malo se?alarlas porque el suyo es un eterno retorno: el de los proyectistas bienintencionados en la pol¨ªtica, el de aquellos a los que ¡°les cuesta pensar que alguien que pueda pensar clara y honestamente lo haga de manera distinta a la suya¡±. El partido de la Tercera Espa?a ha acabado en un fest¨ªn de cainismo: si no hay m¨¢s sangre es porque ya no hay m¨¢s gente. El viejo PP se quejaba: ?pero no ¨¦ramos nosotros los de centro?, mientras Ciudadanos se defin¨ªa a d¨ªas liberal y a d¨ªas socialdem¨®crata para terminar personalista. El partido de los intelectuales entreg¨® su poder a alguien que siempre pareci¨® primar estilo sobre sustancia. Y es posible pensar que ¡ªdel 155 a la ritirata tras ganar las catalanas¡ª su legado en horas culminantes de nuestra democracia no pasase su propia auditor¨ªa. Que un partido que tanto espole¨® nuestra pol¨ªtica sucumbiera por errores no forzados va m¨¢s all¨¢ de lo explicable sin recurrir a lo tr¨¢gico.
Hubo en Ciudadanos un cierto embelesamiento moral con su propia causa al que ni siquiera llega el woke m¨¢s observante cuando separa sus basuras: no creo que ning¨²n otro partido haya predicado con insistencia m¨¢s rega?ona lo ¨²nico de sus bondades. Por momentos se hubiera cre¨ªdo, en la pugna con el PP, que no dejaban de ver en este un partido indeseablemente mesocr¨¢tico: en la Espa?a de Ciudadanos parec¨ªa, desde luego, haber sitio para m¨¢sters en Esade y emprendedores de Starbucks, pero no tanto para pensionistas de Villarrobledo. Quiz¨¢ ese punto snob atrajo a no pocos intelectuales adeptos al sue?o dogm¨¢tico de la pol¨ªtica gourmet, a considerarse a s¨ª mismos con un poco menos de pecado original que los dem¨¢s y a juzgar que el pueblo no est¨¢ a la altura de sus designios. Al PP, que no hizo mucho en esta batalla, s¨ª le favoreci¨® un entendimiento heredado del mundo m¨¢s basado en experiencias que en programas. Han sido oakeshottianos, aunque fuera sin querer.
La lucha del PP y Cs nos ha marcado desde esos tiempos en que nuestras aflicciones parec¨ªan ser el bipartidismo, las diputaciones, la ausencia de primarias o la falta de una ley de limitaci¨®n de mandatos. En estos a?os han perdido los dos, pero uno ha perdido menos que otro y el PP, adem¨¢s, ha aprendido algo. ?Los dem¨¢s? Muy dif¨ªcil: si algo muestra la experiencia es lo poco que solemos aprender. Por eso es bueno imaginar de cuando en cuando ese otro espacio-tiempo donde Albert Rivera es hoy vicepresidente del Gobierno con unas perspectivas electorales excelentes.
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