Un monstruo de la memoria
Tomarse en serio el pasado ser¨ªa lo razonable en cualquier persona medianamente sensible y civilizada, pero para quienes ostentan un cargo p¨²blico es, ante todo, una obligaci¨®n
Nos guste m¨¢s o nos guste menos, la memoria colectiva, hist¨®rica, democr¨¢tica o como queramos llamarla ha venido para quedarse. La demanda social de reparaci¨®n y recuerdo p¨²blico de las v¨ªctimas de los episodios m¨¢s negros y traum¨¢ticos del pasado no es una rareza espa?ola, sino un fen¨®meno global que comulga con otras luchas y movimientos en pro del reconocimiento y dignificaci¨®n de la infinidad de perdedores que la historia ha dejado en la cuneta. Debemos tomarnos la memoria en serio, lo que quiere decir que tenemos que prestarle atenci¨®n, escuchar sus razones y reclamaciones, y exigirle al mismo tiempo responsabilidad c¨ªvica, an¨¢lisis autorreflexivo y cierta alianza con la ciencia hist¨®rica (la posible, en la medida en que la relaci¨®n de ambas con el pasado suele ser antag¨®nica). Tomarse en serio la memoria ser¨ªa lo razonable en cualquier persona medianamente sensible y civilizada, pero para quienes ostentan un cargo p¨²blico es, ante todo, una obligaci¨®n. El actual alcalde de Madrid, Jos¨¦ Luis Mart¨ªnez-Almeida, sirve a este prop¨®sito de perfecto contraejemplo. A la vista est¨¢n para quien quiera verlos los dos monumentos m¨¢s sonados, en el doble sentido de la palabra, que enmarcan su ¡°pol¨ªtica de memoria¡± en los ya tres a?os y pico de mandato al frente del consistorio madrile?o.
El primero es fruto de un acto que s¨®lo cabe calificar de vandalismo institucional: el desmantelamiento del memorial levantado en 2019 en el cementerio de La Almudena en recuerdo de las 2.934 personas ejecutadas en la capital entre 1939 y 1944. Su desfiguraci¨®n, tergiversada como ¡°resignificaci¨®n¡±, se hizo a c¨¢mara lenta: paralizaci¨®n de su construcci¨®n en julio, a escasas semanas de su finalizaci¨®n; retirada, en noviembre, de las placas de granito con los nombres del casi millar de asesinados que ya hab¨ªan sido inscritos en el monumento; instalaci¨®n, en diciembre, de una inscripci¨®n marm¨®rea de nuevo cu?o: ¡°El pueblo de Madrid a todos los madrile?os que, entre 1936 y 1944, sufrieron la violencia por razones pol¨ªticas e ideol¨®gicas y por sus creencias religiosas. Paz, piedad y perd¨®n¡±; y eliminaci¨®n, en febrero de 2020, de los tres textos que completaban el sentido del proyecto original, entre los cuales destacaban 12 versos del poema El herido de Miguel Hern¨¢ndez, elegidos en parte para servir de faro interpretativo de los ocho robles de bronce que yacen amontonados con sus ra¨ªces al descubierto en el centro del memorial, obra escult¨®rica de Fernando S¨¢nchez Castillo titulada Lar.
El segundo gran monumento de Almeida tiene su origen en una donaci¨®n de la Fundaci¨®n Museo del Ej¨¦rcito que el regidor ha querido generosamente regalar a la ciudadan¨ªa madrile?a: una estatua bronc¨ªnea de tres metros de altura (m¨¢s otros tantos de pedestal) que encarna a un bravo y veterano legionario ataviado con uniforme de ¨¦poca, fusil en mano y paso al frente, inaugurada el pasado 8 de noviembre en la embocadura de la calle de Vitruvio, entre el Cuartel General del Estado Mayor y el Monumento del Pueblo de Madrid a la Constituci¨®n Espa?ola de 1978, con el fin de conmemorar el centenario del cuerpo de choque colonial creado por el general fantoche Mill¨¢n Astray (¡°legiones malparidas por una torpe entra?a¡±, dec¨ªa el poeta alicantino). La pieza es una creaci¨®n del escultor Salvador Amaya a partir de un boceto del pintor de batallas Augusto Ferrer-Dalmau y est¨¢ perge?ada en un estilo que pas¨® de moda har¨¢ cosa de uno o dos siglos, engolado y redicho, academicista, historicista y realista (menos el rostro del soldado, que tira a guapote y est¨¢ a a?os luz de los que inmortaliz¨® la c¨¦lebre fotograf¨ªa de la guerra del Rif publicada por Roger-Mathieu en 1926).
El alcalde defend¨ªa sus tropel¨ªas en el cementerio, acusando al memorial avalado por el gobierno anterior de ¡°sectario¡± y ¡°revanchista¡± y de ¡°reescribir total y completamente la historia¡±, en radical contraste con su propuesta de ¡°resignificaci¨®n¡± en pos del ¡°encuentro¡± y en ¡°el esp¨ªritu de la Transici¨®n, de la reconciliaci¨®n¡±. Pero salta a la vista que lo que falsifica la historia es la mitificaci¨®n de la Legi¨®n como ¡°un cuerpo ejemplar por su heroi?smo a lo largo de sus ya 102 an?os de historia¡± (palabras de Almeida en la inauguraci¨®n de la estatua carpetovet¨®nica), como si el Tercio de la sanguinaria guerra de Marruecos ¡ªel representado en el monumento¡ª fuese id¨¦ntico al de las misiones de paz en el extranjero de la etapa democr¨¢tica. Por contra, los cerca de 3.000 nombres del memorial provienen de una pormenorizada investigaci¨®n llevada a cabo por un equipo de historiadores profesionales coordinado por el profesor Hern¨¢ndez Holgado, que ha trabajado codo con codo con colectivos de familiares de los represaliados y cuya contribuci¨®n cient¨ªfica al conocimiento de la represi¨®n de la posguerra en Madrid se ha extendido m¨¢s all¨¢ de las circunstancias concretas que la originaron (testimonio de ello, el libro de historia, a la par que de memoria, Morir en Madrid. Las ejecuciones masivas del franquismo en la capital, publicado en 2020). A diferencia de la mirada esencialista del monumento a la Legi¨®n, el memorial focalizaba la atenci¨®n en un per¨ªodo y fen¨®meno perfectamente distinguibles y delimitables desde una perspectiva cient¨ªfica: la despiadada continuaci¨®n de las ejecuciones cuando ya hab¨ªa acabado la guerra.
La incapacidad de reconocer esta realidad hist¨®rica sulfur¨® al gobierno de Almeida hasta el extremo de vengarse del memorial, desmontando sus letreros y deshaciendo su significado. Ah¨ª s¨ª tenemos una memoria ¡°revanchista¡±, la misma que promovi¨® la restituci¨®n al general esperp¨¦ntico de la calle que Carmena le retir¨® en 2017 para ofrec¨¦rsela a Justa Freire, maestra republicana. Memoria revanchista y, qu¨¦ duda cabe, ¡°sectaria¡±, alentada por una intransigencia que s¨®lo busca el encontronazo, en absoluto el ¡°encuentro¡±, en ese mismo esp¨ªritu ¡°de ciega y feroz acometividad¡± que dicta la primera m¨¢xima del Credo Legionario, petrificado ahora en el pesado pedestal de la calle de Vitruvio. En un cementerio deber¨ªan caber todos los nombres, en particular si designan a quienes nunca han tenido un lugar para el recuerdo. Aunque los asesinados por el bando republicano durante la guerra ya han sido largamente honrados, si tambi¨¦n se quiere hacer un memorial en su homenaje en el propio camposanto, como plante¨® en alg¨²n momento el Comisionado de Memoria Hist¨®rica madrile?o, pues que se haga, pero sin cargarse el del vecino con la pantomima de la ¡°reconciliaci¨®n¡±. La reconciliaci¨®n ya fue. La busc¨® la izquierda desde finales de los cuarenta y se hizo realidad con la Transici¨®n. Luego se convertir¨ªa en una tapadera para no hablar de nada. La mayor¨ªa de los monumentos a los ca¨ªdos ¡°por Dios y por Espa?a¡± que siguen en pie han sido resignificados en ¡°honor a todos los que dieron su vida por Espa?a¡± (por decirlo como la inscripci¨®n grabada en el del Castillo de Montjuic en 1986). La memoria no es reconciliadora. No pretende unir lo desunido. No busca el consenso. Es selectiva, fragmentaria, subjetiva, parcial¡, pero no necesariamente fan¨¢tica, intolerante, vengativa. Un Gobierno democr¨¢tico adulto deber¨ªa dar libre curso a todas las memorias y evitar imponer una memoria de todos. Garantizar su coexistencia o, en el mejor de los casos, su convivencia no erradicar¨ªa la controversia, m¨¢s bien al contrario. Pero es que el debate y la pol¨¦mica son un componente esencial de la democracia. Es lo que el d¨ªa 1 reivindicaban los activistas que colgaron un ef¨ªmero busto de Franco de la bayoneta del legionario.
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