Hamlet en Berl¨ªn
Esta maldita guerra de Putin nos ha sacado a todos del carril hist¨®rico por el que hab¨ªamos apostado para arrojarnos a una contienda que no podemos esquivar
De Alemania se viene diciendo desde hace d¨¦cadas que es un hegem¨®n involuntario, reacio a ajustar su indudable poder¨ªo econ¨®mico a su presencia internacional; m¨¢s a¨²n cuando esta presencia implica la asunci¨®n de compromisos militares. Beneficiarse de su peso en la UE lo ha venido practicando sin grandes cargos de conciencia, como qued¨® demostrado durante la crisis del euro. Pero incluso aqu¨ª siempre ha preferido arropar su posici¨®n yendo de la mano de otros Estados de la Uni¨®n, ya fuera a trav¨¦s del eje franco-alem¨¢n o trazando coaliciones puntuales con unos u otros pa¨ªses. Su obsesi¨®n desde el principio fue satisfacer el modelo de la Alemania europea, no el de la Europa alemana, que arrastra tantas reminiscencias del Reich. Y puede que el salto decisivo a este respecto fuera la propia creaci¨®n del euro, una extraordinaria forma simb¨®lica de atar su destino hist¨®rico al del continente.
Sobre ese trasfondo, la guerra de Ucrania y las exigencias de apoyo que comporta ha significado una ruptura dr¨¢stica con la imagen que durante tanto tiempo hab¨ªa venido cultivando. Lo que ahora se le exige es que mute hacia una verdadera potencia militar y se implique de forma m¨¢s directa en el conflicto, aprovisionando a los ucranios con armas pesadas. ?Con tanques, adem¨¢s! Panzer, como es sabido, es una de las pocas palabras alemanas que han pasado al vocabulario universal y no para bien precisamente. Pero se le ha hundido tambi¨¦n esa apuesta por, al modo de Montesquieu, asociar el comercio a la paz, el fundamento de toda su Ostpolitik. Casi de un d¨ªa para otro, como le ocurriera a Gregorio Samsa, de repente se ve metamorfoseada, si no en un escarabajo, s¨ª en algo diferente a lo que cre¨ªa ser. Recordemos que la intenci¨®n de Kafka era abundar en la autoalienaci¨®n, la extra?eza de s¨ª mismo.
A quien la ha tocado representar esta transformaci¨®n es al propio Olaf Scholz. No es de extra?ar, pues, que ande lleno de dudas; que vague por la Canciller¨ªa como el irresoluto Hamlet por el castillo de Kronborg. Ceder o no ceder, esa es la cuesti¨®n. Ya sea ante las presiones del bloque occidental y de quienes en la misma Alemania le acusan de Putin-Versteher, comprensible con el aut¨®crata ruso, o ante quienes a¨²n se aferran a una salida negociada de la guerra y la anterior identidad alemana. En su propio pa¨ªs se est¨¢ empezando a utilizar la expresi¨®n to scholz o scholzen para referirse a los actos de vacilaci¨®n ante la guerra, pero con el matiz de que se llega al supuesto final feliz, el haber cedido en la direcci¨®n correcta. As¨ª lo creo yo tambi¨¦n, aunque pienso a la vez que tanta duda es se?al de grandeza. Esta maldita guerra de Putin nos ha sacado a todos del carril hist¨®rico por el que hab¨ªamos apostado para arrojarnos a una contienda que no podemos esquivar, pero que no deja de introducirnos tambi¨¦n en una extra?a forma de alienaci¨®n. No solo Alemania, todos nosotros nos sentimos un poco Gregorio Samsa.
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