La herida que respira
La herencia de toda la sangre derramada en la revoluci¨®n sandinista, impulsada por el gobierno justo de los pobres tras el destierro para siempre de los opresores, es otra dictadura tan feroz como la que derrocamos entonces

El poder, suspendido en la bruma entre el bien y el mal, seguir¨¢ siendo fruto de la locura. Es lo que nos recuerda Erasmo. Estupidez, estulticia, tonter¨ªa. ?Qu¨¦ otra mejor manera de entender la locura que nubla raz¨®n de los necios? Y peor que las vanidades y halagos, y el culto a la personalidad, que son parte de la locura del poder, el culto del dogma. La verdad absoluta en los altares del poder absoluto.
El ant¨ªdoto de la locura est¨¢ en poner en cuesti¨®n lo aceptado como verdad, porque la insistencia en la certeza es ya la ca¨ªda en el error, las semillas del dogma generando la mentira. ¡°El dogma es el peor enemigo de la condici¨®n humana¡±, pensaba Voltaire: ¡°Comprendo que la duda no es un estado muy agradable, pero la seguridad es un estado rid¨ªculo¡±.
Las pretensiones de verdad absoluta son hoy m¨¢s peligrosas que nunca, bajo la avalancha del populismo, la demagogia, la mentira sistem¨¢tica, las mentiras virtuales, las verdades alternativas. El fanatismo y el sectarismo, la estulticia, due?os de las redes sociales. El manicomio de la posmodernidad.
Y en Am¨¦rica Latina, atraso, caudillismo, intolerancia, falso socialismo, trumpismo, la ignorancia entronizada. El asalto a la raz¨®n. La polarizaci¨®n azuzada. Los extremos que se juntan, y copulan. Y las ¨ªnfulas ret¨®ricas de las viejas revoluciones armadas, due?as que fueron de la verdad absoluta, aun vagando como fantasmas sin quietud. Y cuando hablo de revoluciones, respiro por la herida.
La revoluci¨®n sandinista se nutri¨® de una amalgama determinada por los tiempos que entonces se viv¨ªan, el marxismo y la teolog¨ªa de la liberaci¨®n. El marxismo que hab¨ªa llegado a la Nicaragua de Anastasio Somoza en manuales manoseados y catecismos oficiales, tal como antes llegaron tambi¨¦n las ideas de la Ilustraci¨®n, en folletos y libelos igualmente prohibidos. Y la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, que volv¨ªa por los pobres y desheredados, y cre¨ªa posible el reino de Dios en la tierra.
Por esas verdades absolutas era necesario tomar las armas, para imponerlas, y aun dar la vida; y como tal, pasar¨ªan a ser la base de un nuevo poder pol¨ªtico. El ideal, basado en un enjambre de sue?os, m¨ªstica, sacrificio, ten¨ªa una categor¨ªa ¨¦tica. El poder, ya conquistado, volv¨ªa, con el tiempo, a obedecer a los mecanismos naturales de cualquier sistema; naturales, sobre todo, a las tradiciones pol¨ªticas de Nicaragua, arraigadas en la cultura rural autoritaria que, lejos de disolver, la revoluci¨®n acab¨® utilizando.
Al descuajarse la dictadura de Somoza sobrevendr¨ªa el gobierno justo de los pobres, tras ser desterrados para siempre los opresores. Era una visi¨®n radical que solo pod¨ªa llevarse adelante con autoridad. No la formaci¨®n del pensamiento como fruto de puntos de vista diversos, sino el credo de la justicia para los desheredados. La tierra, la alfabetizaci¨®n, las escuelas, la atenci¨®n m¨¦dica.
Era la visi¨®n liberadora de los pobres en el Antiguo Testamento; la visi¨®n del c¨¢ntico de Ana en el Primer Libro de Samuel: ¡°los arcos de los fuertes fueron quebrados y los d¨¦biles se ci?eron de poder. Los saciados se alquilaron por pan, y los hambrientos dejaron de tener hambre.¡±
Pero se volvi¨® una visi¨®n excluyente; y cuando lleg¨® la guerra se trat¨® ya solo de los pobres de la revoluci¨®n, o con la revoluci¨®n. Otros pobres, v¨ªctimas por igual de la injusticia secular, tomaron las armas en las filas contrarias. Fuera del pensamiento de la revoluci¨®n, el resto de la sociedad se arriesgaba a caer bajo el estigma del error, pensara como pensara. Y la verdad, estaba armada.
Para hacer posible el nuevo modelo de Estado y sociedad, se necesitaba poder, y poder apenas compartido. El poder de la verdad armada, incompatible con cualquier otra verdad. Y cuando sobrevino al poco tiempo la guerra de agresi¨®n, ni siquiera hubo oportunidad de entrar a discutir si la aplicaci¨®n de un modelo excluyente era correcta, o incorrecta. Simplemente, la fuerza de las circunstancias impuso la necesidad de cerrar filas y de cerrar filas.
El pluralismo pol¨ªtico que la revoluci¨®n inscribi¨® en su divisa representaba, en sus consecuencias, libertad de opini¨®n y participaci¨®n pol¨ªtica libre; pero, del otro lado, se volv¨ªa demasiado formidable el contrapeso del partido de la revoluci¨®n, custodio de la verdad absoluta, y de cuya hegemon¨ªa depend¨ªa todo el proyecto de poder.
Y otro riesgo de la acci¨®n transformadora que tiene por motor a la verdad absoluta es terminar devorado por la intolerancia, primero la cabeza y despu¨¦s los pies, como Saturno con sus hijos, para que nadie usurpara su poder. Y quiz¨¢s s¨®lo despu¨¦s de ser engullido puede uno pensarse otra vez a s¨ª mismo, due?o a plenitud de su propia libertad cr¨ªtica, lejos de los sacerdotes de la verdad absoluta. Y eso uno solo puede aprenderlo, tambi¨¦n, desde el terreno de la escritura, ejercicio permanente de libertad.
Esta fue una lecci¨®n de la historia, que suele corregir las verdades absolutas y a sus protagonistas. Ser¨ªa ir¨®nico decir que fracasamos en heredar a Nicaragua la democracia popular, y le heredamos, en cambio, la democracia liberal. Desgraciadamente, la herencia de toda aquella sangre derramada es otra dictadura, tan feroz como la que derrocamos entonces. Ya Goya advert¨ªa que los sue?os de la raz¨®n engendran monstruos.
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