Cu¨¢ntico

Tengo el cuerpo hackeado por la euforia, culpa de un f¨ªsico italiano, Carlo Rovelli. Me regalaron su libro, Helgoland, dici¨¦ndome: ¡°Es muy accesible¡±. No lo es, pero entr¨® en mi sistema como un proyectil. ?De qu¨¦ va? Teor¨ªa cu¨¢ntica. Se desliza con una l¨®gica de alta velocidad a la que no hay que perderle el tranco. Estuve 20 minutos con un p¨¢rrafo, intentando entender las interferencias cu¨¢nticas y descifrando el recorrido de un fot¨®n. Pero avanzar con dificultad tiene su gozo. Cuando termin¨¦ el colegio, pens¨¦ en estudiar matem¨¢ticas. Descifrar un c¨¢lculo produce un placer absoluto. Es distinto al misterio que se intenta apresar cuando se escribe, que es un misterio m¨¢s ¨ªntimo. El de una ecuaci¨®n es preexistente e imp¨¢vido: existe aunque uno jam¨¢s lo descubra, y cuando uno lo descubre algo encaja, el mundo hace un peque?o movimiento, un click de ajuste. El universo suma una part¨ªcula. Eso me pas¨® leyendo el libro de Rovelli que dice cosas como ¡°un objeto es uno, ninguno y cien mil¡±, y arrastra al lector hasta esas conclusiones de manera compleja, emocionante y perfecta. Subray¨¦ hasta las notas al pie y me dej¨® la idea de que vivimos en un mundo tan aterrador como amigable. Un mundo sin atributos en el cual todo es producto de la interacci¨®n; en el que, para medir con exactitud una variable ¨Dvelocidad¨D hay que renunciar a medir con exactitud la otra ¨Dposici¨®n¨D; en el que se deben aceptar enormes grados de incertidumbre y descontrol. A pesar de que Rovelli advierte que ¡°la relaci¨®n emocional entre nosotros y el universo tiene que ver con las ondas ¦· de la teor¨ªa cu¨¢ntica tanto como una cantata de Bach con el carburador de mi coche¡±, por momentos, mientras le¨ªa, me pareci¨® que hablaba sobre la compleja trama de los entrelazamientos humanos, inestable, incierta, en la que resulta imposible medir nada porque las cosas, cuando salen bien, son desmedidas y est¨¢n gloriosamente fuera de control.