De la clase social a la ¡°clase psiqui¨¢trica¡±
La salud mental se est¨¢ convirtiendo en un nuevo elemento de estratificaci¨®n social, que ya es capaz de distinguir a quienes est¨¢n integrados socialmente de los que no. No es ninguna exageraci¨®n.
La salud mental no existe en los colegios y no existe en ninguno de los sistemas de integraci¨®n del individuo en la sociedad. La ¨²nica integraci¨®n social que conocemos es la de estudiar y trabajar. Si eres peque?o estudias, si eres mayor trabajas. Y cuando la vida te duele por el camino, que siempre lo hace, entonces te aguantas. Y cuando no puedes aguantar m¨¢s, entonces te enfadas, te da?as o te drogas. El resultado de esta ecuaci¨®n vital es desolador: el suicido se ha convertido en la primera causa de muerte no natural desde 2008 en Espa?a, hay un incremento alarmante de autolesiones y pr¨¢cticas suicidas entre adolescentes y el consumo de tranquilizantes se ha disparado: a partir de los quince a?os, uno de cada diez espa?oles los toma. As¨ª que s¨ª, tenemos un problema grave con la salud mental.
Y quien dice salud mental dice capacidad de atender al dolor de los otros, la capacidad de conocer el cuerpo de cada uno, la de consolar a quien se duele, la de aceptar lo distinto (lo ¡°raro¡±) que hay en cada uno; en definitiva: la salud mental es atender al reconocimiento de lo humano que hay en nosotros. De modo que el sistema est¨¢ mal de ra¨ªz dado que la asistencia solo se ofrece en caso de enfermedad y no como una educaci¨®n de cada uno en las dificultades de la vida, propias y ajenas. Desde peque?os, estudiamos educaci¨®n f¨ªsica en el colegio, pero ni una hora de educaci¨®n ps¨ªquica. De hecho, el cuidado y conocimiento de la mente no recibe ninguna atenci¨®n ni espacio en nuestra sociedad. ?Qu¨¦ hacen los ni?os entonces cuando la vida les pone tristes? Lo que hemos hecho todos: intentan averiguar qu¨¦ les est¨¢ pasando. Y buscan ayuda. Pero la ayuda, en un contexto sin ning¨²n espacio de atenci¨®n a lo mental, solo puede ser profesional.
Y as¨ª es como quedamos expuestos a que solo quienes tienen recursos puedan acceder a la curaci¨®n. Porque, evidentemente, no hay psic¨®logos ni psiquiatras para todos. Es imposible: no hay sistema que lo resista. La raz¨®n es sencilla, no todo el mundo tiene una enfermedad pero todos tenemos una mente que atender y una sola forma de prestarle auxilio: la terapia psiqui¨¢trica o psicol¨®gica. Sabemos que la asistencia psicol¨®gica reduce los suicidios y que es imprescindible aumentar la asistencia. Pero, al mismo tiempo, solo unas mentes tienen derecho al consuelo y estas son las que se lo pueden permitir. Peor a¨²n, ni siquiera las personas que reciben el tratamiento adecuado pueden integrarse en una sociedad ignorante que a¨²n estigmatiza la enfermedad mental. As¨ª las cosas, dentro de poco la diferencia de clase no ser¨¢ entre ricos y pobres sino entre pacientes y enajenados.
La salud mental se est¨¢ convirtiendo en un nuevo elemento de estratificaci¨®n social, que ya es capaz de distinguir a quienes est¨¢n integrados socialmente de los que no. No es ninguna exageraci¨®n. Un estudio liderado por el investigador catal¨¢n Oleguer Plana-Ripoll y publicado en la revista The Lancet Psychiatry, estima que las personas con trastorno mental grave pierden de media m¨¢s de 10 a?os de vida laboral. Y no porque no quieran o no puedan trabajar sino, la mayor¨ªa de las veces, debido al estigma que lleva asociado la enfermedad mental en un contexto de ignorancia generalizada donde la convivencia con la enfermedad mental es inviable all¨ª donde es m¨¢s necesaria, en la educaci¨®n y en el trabajo.
Al contrario, lejos de integrar a las personas con enfermedad mental, una nueva ¡°clase psiqui¨¢trica¡± distingue a aquellos con acceso a terapia, consuelo y curaci¨®n de los condenados a la enajenaci¨®n (muchas veces sin ser conscientes de ello), la precariedad y la muerte. Una diferencia mucho m¨¢s cruel que la de las clases sociales porque, a diferencia de las anteriores, la salud mental es algo de lo que se puede responsabilizar a cada individuo. La erradicaci¨®n de la pobreza a¨²n se entiende desde la socialdemocracia como una responsabilidad de todos, pero la locura es todav¨ªa problema y responsabilidad de quien la padece. Primero vienen la culpa y el estigma y despu¨¦s, el abandono m¨¢s descarnado. Hace unas semanas la psic¨®loga Bel¨¦n Hern¨¢ndez denunciaba en este mismo peri¨®dico un situaci¨®n insostenible: ¡°Si no dispones del dinero suficiente para pagar a un psic¨®logo privado, el suicidio se convierte en una alternativa aceptable. ?Alguien piensa hacer algo?¡± Silencio al otro lado.
La respuesta, si llega, lo har¨¢ demasiado tarde para muchas personas pues en este momento, Espa?a est¨¢ lej¨ªsimos de los est¨¢ndares europeos en atenci¨®n a la salud mental. Tenemos seis psic¨®logos cl¨ªnicos por 100.000 habitantes en la red p¨²blica, tres veces menos que la media europea. Y 11 psiquiatras por cada 100.000 personas, casi cinco veces menos que en Suiza, y la mitad que en Francia, Alemania o Pa¨ªses Bajos. Pero a grandes males, grandes remedios. Aquellos que actualmente formen parte del ¡°lumpen psiqui¨¢trico¡±, siempre pueden recurrir a las drogas (los ansiol¨ªticos son f¨¢ciles de conseguir en atenci¨®n primaria) o a Tik Tok, que es donde hemos arrojado a los j¨®venes a lidiar con su tristeza.
Porque, si eres adolescente, la vida te duele y tus padres no tienen dinero para destinar una media de 240 euros al mes a tu terapia, entonces vas a terminar poniendo nombre a lo tuyo en Tik Tok, donde encontrar¨¢s un mont¨®n de v¨ªdeos protagonizados por chavales de tu edad que te servir¨¢n como inspiraci¨®n para el autodiagn¨®stico. Y la mayor¨ªa de las veces tienen legitimidad para hacerlo, no porque tengan la formaci¨®n necesaria, sino porque comparten su propia dolencia. Es decir, explican lo que les pasa para ayudar a otras personas a identificar la misma situaci¨®n. Y as¨ª encontramos, por ejemplo, un mont¨®n de v¨ªdeos que explican el Trastorno de Identidad Disociativo, que lo est¨¢ petando en esta red y con el que muchos se autodiagnostican, aunque rara vez acierten. Y eso en el mejor de los casos, porque otras veces encontramos la defensa expl¨ªcita de conductas autolesivas como analg¨¦sico del alma en Internet. Los j¨®venes est¨¢n primero desprotegidos (desinformados) despu¨¦s abandonados (sin ayuda vital cuando no la puedan pagar) y por ¨²ltimo, envenenados con informaci¨®n psicol¨®gica no contrastada a un solo clic.
Y no, no es que nos hayamos vuelto m¨¢s locos, es que nos hemos vuelto m¨¢s solos en los ¨²ltimos tiempos. La culpa no es nuestra sino del individualismo que termina, parad¨®jicamente, por abandonarnos a nuestra (a menudo mala) suerte.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.