El museo de las redes sociales
Cachitos de nuestra memoria est¨¢n enredados en tuits, mensajes, v¨ªdeos, publicaciones y comentarios y son el nuevo ¨¢lbum de fotos de la estanter¨ªa del sal¨®n
Les propongo un peque?o ejercicio de memoria: ?recuerdan cu¨¢l fue el ¨²ltimo acontecimiento importante de sus vidas que qued¨® documentado con un ¨¢lbum de fotos? ?Cu¨¢ndo dej¨® de crecer la hilera de libros de recuerdos que ocupan alguna estanter¨ªa de su casa y el m¨®vil pas¨® a ser el contenedor potente y desordenado de los momentos de su vida? La historia de esta d¨¦cada es la del continuo revolc¨®n al que nos someten los cambios tecnol¨®gicos. Irrumpen a un ritmo vertiginoso en nuestra existencia y la configuran, o desfiguran, sin que tengamos tiempo de pensar en sus consecuencias. Vamos camino de convertirnos en depredadores de la historia, de nuestra propia historia y la de las sociedades a las que pertenecemos. Todo pasa r¨¢pido y alcanza muy pronto la consideraci¨®n de recuerdo, y, poco m¨¢s tarde, la de recuerdo lejano.
La gesti¨®n de la memoria personal, colectiva e hist¨®rica en la era de las redes sociales constituye un episodio tan trascendente como poco abordado. Twitter es un buen ejemplo de ello. Estos d¨ªas coqueteamos, con fundamento, con la posibilidad de un cierre o de disfunciones en cadena que pueden hacer inservible o in¨²til esta plataforma. Pero esta red guarda un tesoro: sus archivos albergan un pedazo fundamental de la historia global reciente sin cuya consulta ser¨¢ imposible obtener un relato completo y riguroso de los a?os que nos ha tocado vivir. Habr¨ªa que inventar la forma de hacer del fondo documental de Twitter un gran manual de Historia para instruir a los estudiantes del futuro en c¨®mo las redes sociales democratizaron el di¨¢logo entre gobernantes y gobernados y fueron el altavoz de movimientos sociales y protestas civiles en todo el mundo. Sin Twitter quedar¨ªa mutilado el relato de la eclosi¨®n de las primaveras ¨¢rabes y el movimiento 15-M de 2011 a la ola feminista del #MeToo en 2017. Con una buena selecci¨®n de tuits del perfil de Donald Trump podr¨ªa prepararse una clase magistral de historia contempor¨¢nea sobre el auge de los populismos y las nuevas formas de conquistas del poder.
No me gustar¨ªa estar en el pellejo del profesor que tendr¨¢ que explicar a sus alumnos en los pr¨®ximos a?os sesenta c¨®mo Twitter emergi¨® como uno de los campos de batalla que enfrent¨® a los ingenieros de la desinformaci¨®n que desordenaron el mundo con los expertos, los medios de comunicaci¨®n y los organismos que lucharon hasta el final por la prevalencia de la verdad como cimiento de la realidad. Necesitamos a una nueva generaci¨®n de historiadores con capacidad y conocimientos para recuperar, tratar, explicar y dar contexto al inmenso caudal de informaci¨®n que se ha gestado en las redes sociales y que ha transformado profundamente las formas de trabajar tanto en la comunicaci¨®n pol¨ªtica o en la corporativa, en la divulgaci¨®n cient¨ªfica, en los mecanismos de los servicios de emergencia o en las herramientas del periodismo.
Y despu¨¦s estamos nosotros, que, sin darnos cuenta, hemos entregado a las redes sociales el relato de una parte de nuestra vida personal y profesional. Cachitos de nuestra memoria est¨¢n enredados en tuits, mensajes, v¨ªdeos, publicaciones y comentarios y son el nuevo ¨¢lbum de fotos de la estanter¨ªa del sal¨®n. De un sal¨®n alquilado, algo que convendr¨ªa no olvidar como nos recuerda estos d¨ªas el amigo Musk. No deber¨ªamos extra?arnos que, tal como van las cosas, un d¨ªa nos pida dinero por acceder a nuestros tuits antiguos. Ser¨¢ como pagar una entrada por un rato de nostalgia en el museo de Twitter, ese lugar donde aprendimos tanto y pasamos tan buenos ratos.
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