Nadadores
Desde que nado en esta pileta nueva que encontr¨¦ cerca de la casa donde ahora vivo, asocio el nado a la expectaci¨®n frente a una historia que me atrapa y no puedo m¨¢s que respirar y dejarme llevar
Un recuerdo: mi padre y yo, los dos, en el mar argentino. El agua a la altura de mis rodillas, mi padre en ese entonces m¨¢s alto que yo. Dice que me va a ense?ar a enfrentar las olas. Dice que a las olas se las enfrenta de dos maneras: si son bajas o medianas, hay que pararse de costado, mirarlas de reojo y saltar cuando se acercan, dejar que el cuerpo suba con el impulso del agua y luego bajar hasta que los pies toquen la arena; si son altas hay que arrojarse como un delf¨ªn y hacer trampa: atravesarlas por abajo, con los ojos bien cerrados, y una vez que la fuerza de la ola disminuya, salir a la superficie, como si nunca hubiera existido.
El nadador es un cuento de John Cheever que narra la historia de Neddy Merrill, un hombre que una tarde de verano cualquiera, mientras toma algo en la pileta de uno de sus amigos, decide que ir¨¢ a su casa nadando. As¨ª como digo: imagina la l¨ªnea de piletas que atraviesan el barrio y se le ocurre hacer el trayecto de 12 kil¨®metros nadando, sumergi¨¦ndose en las aguas de sus vecinos, creando su propio r¨ªo que llamar¨¢ Lucinda, en honor a su esposa, hasta llegar a su casa.
A veces imagino que soy como el nadador de Cheever, que las aguas donde nad¨¦ funcionan como puntos imprescindibles de mi propia geograf¨ªa, una corriente subterr¨¢nea que delinea como un r¨ªo el recorrido de los ¨²ltimos a?os: fui y vine, me mud¨¦ no s¨¦ cu¨¢ntas veces, pero siempre segu¨ª en el agua: fue el ¨²nico ejercicio que pude sostener a lo largo de mi vida.
Otro escritor norteamericano, Peter Rock, habla en su novela Los nadadores nocturnos sobre su pasi¨®n por nadar de noche en aguas abiertas. Dice que ¡°es como salir a caminar sin el peso, sin la presi¨®n de mantener una conversaci¨®n, de tener que sacar afuera lo que est¨¢ adentro¡±; ¡°no pod¨¦s hablar, no pod¨¦s dejar de moverte¡±.
Hace algunos meses, desde que nado en esta pileta nueva que encontr¨¦ cerca de la casa donde ahora vivo, asocio el nado a la expectaci¨®n, pero m¨¢s precisamente a la expectaci¨®n que sucede cuando estoy frente a una historia, frente a un libro, que me atrapa y me envuelve y no puedo hacer m¨¢s que respirar y dejarme llevar.
Dejo el bolso en el casillero y visto la malla y el gorro y las antiparras y me zambullo en el agua y todo lo que sucede a partir de ese momento es puro presente, como dice Rock: si no coordino los movimientos, si no respiro cada tantos segundos, me hundo y no quiero hundirme.
Estoy en un escenario cuyos personajes cambian cada d¨ªa, excepto uno o dos, los principales, que son los guardavidas; una guardavidas que mira de reojo, con una mueca de risa, a su compa?ero que est¨¢ dando clase de aquagym; un adolescente que nada con la nariz rozando el suelo y aguanta la respiraci¨®n hasta el otro extremo de la pileta; una mujer que nada en mi carril y no tiene brazos, tiene aspas, y golpea mi cuerpo y yo me enojo, pero sigo, quiero seguir; esa chica que nada mariposa y crea olas y embravece el agua mansa; ese ni?o que se aferra a los bordes con el pecho agitado de miedo; ese hombre que nada r¨¢pido, va y viene como una trompada, ?qu¨¦ bien que nada!, y entonces miro bien y descubro que no tiene piernas, tiene mu?ones, y toda la fuerza se concentra en su espalda; y entonces un se?or de bigote se acerca y me pregunta: nena, ?no est¨¢s cansada? Le digo que no, que reci¨¦n empiezo, pero lo cierto es que perd¨ª la noci¨®n del tiempo y veo al guardavidas que termin¨® la clase y se acerca a su compa?era y le habla en la oreja y ella que con su mano le roza la pierna y sonr¨ªe y pienso que cualquiera podr¨ªa ahogarse mir¨¢ndolos y ellos ni se enteran y que un poco eso es el amor; y sigo observando y nado y nado mientras expulso burbujas que se expanden debajo del agua y chupo el sabor a cloro y veo la mugre enraizada en las cer¨¢micas y rumio en mi cabeza y a veces escribo, grabo algunas im¨¢genes en mi cabeza y las recuerdo, como ahora, porque son las im¨¢genes que recuerdo las que pueden ser de verdad una promesa.
Salgo del agua y voy para mi casa y antes de abrir la puerta pienso en mi padre y recuerdo a Juan Forn y su cuento Nadar de noche, ese donde un padre muerto golpea la puerta de su hijo, en el medio de la noche, y los dos conversan junto a una pileta. ?Y c¨®mo es?, pregunta el hijo, y el padre responde: como nadar de noche, en una pileta inmensa, sin cansarse.
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