Entre la supervivencia o la obligaci¨®n al triunfo
Para considerarse empoderadas, triunfadoras en su ¨¢mbito profesional, las mujeres deben adaptarse a un medio construido sobre modelos masculinos, transformarse en el var¨®n que ruge en su interior
La noci¨®n de empoderamiento ha realizado curiosos itinerarios hasta llegar al significado de liderazgo empresarial que parece actualmente prevalecer.
En primer lugar, como nos record¨® hace un tiempo ?lex Grijelmo, su origen no se halla en el empowerment ingl¨¦s, pues, aunque cay¨® en desuso, lo podemos encontrar en los diccionarios de espa?ol de los siglos XVI y XVI.
A partir de los a?os 60 del pasado siglo, el empoderamiento surgi¨® en relaci¨®n a la pedagog¨ªa de Paulo Freire, a fin de que colectivos vulnerables adquirieran dominio sobre sus vidas por medio de una educaci¨®n popular, participativa, y del desarrollo de sus capacidades propias, tal como expone en su libro Pedagog¨ªa del oprimido.
El t¨¦rmino fue r¨¢pidamente asumido tambi¨¦n por el feminismo con el objetivo de potenciar el avance y protagonismo social de las mujeres. La Conferencia Mundial de Mujeres en Beijing, en 1995, represent¨® un decidido compromiso internacional en este sentido; en tal evento se exigi¨® el empoderamiento de la mujer ¡°en condiciones de igualdad en todas las esferas de la sociedad, incluidos la participaci¨®n en los procesos de adopci¨®n de decisiones y el acceso al poder¡±.
No obstante estos justos, reivindicativos y solidarios or¨ªgenes, si hoy tecleamos empowerment en Google, encontraremos un amplio repertorio de referencias al medio empresarial, y al liderazgo.
No deja de ser parad¨®jico que aquello que nace como una acci¨®n compensatoria para que los grupos desfavorecidos acrecienten su presencia social, antes de haber logrado estas metas de justicia, acabe convertido en marketing del triunfo, coaching para ejecutivos, forjamiento de l¨ªderes. Incluso ONU Mujeres parece sumarse a esta apolog¨ªa del triunfo personal cuando el a?o 2010, en Principios para el empoderamiento de las mujeres (WEPs), incita a promover la igualdad de g¨¦nero desde la alta direcci¨®n. Percibo aqu¨ª un deslizamiento VIP, quienes en este medio pueden empoderarse son los que vienen ya empoderados de casa y de clase (qu¨¦ palabra tan antigua, ?no?)
Sin embargo, aunque se parta de una situaci¨®n privilegiada, lo que se vende no son sino empoderamientos ficticios.
El trabajo empodera, te arranca del precariado, a cambio de situarte en la cadena del rendimiento; deber¨¢s darlo todo si no quieres ser un segund¨®n, un fracasado en suma. Tal vez, si eres jefe, acabes explotando a otros, pero el primer autoexplotado debes ser t¨² mismo. Y esa cultura de la autoexplotaci¨®n solo funcionar¨¢ si consideramos que as¨ª ejercemos nuestra propia libertad.
Con todo, ni la autoexplotaci¨®n que nos convierte en empresarios de nosotros mismos hasta la extenuaci¨®n, ni el narcisismo ligado a la aquiescencia de la pantalla, a la servidumbre voluntaria digital, a la gratificaci¨®n de los likes como medida del triunfo, son verdaderas formas de empoderamiento. Nos hemos convertido en espect¨¢culo sin hondura, sujetos sin subjetividad, mera c¨¢scara de quienes nos gustar¨ªa ser, y, tras ella, tras nuestros muros de Facebook, o los alardes de Instagram o TikTok, no hay sino fragilidad, compulsiva b¨²squeda de tranquilizadoras identidades. Por eso, porque no sabemos qui¨¦nes somos, buscamos seguridad en posicionamientos rotundos y beligerantes, en las comunidades que se afirman por el odio al contrario. Nos sentimos h¨¦roes empu?ando un tuit. Pero no es poder, sino agresiva ocultaci¨®n de nuestras carencias, refuerzo de la fratr¨ªa, fusi¨®n con la masa euf¨®rica en el griter¨ªo del linchamiento.
Otra de las esferas donde se da de forma sangrante este malabarismo conceptual y ¨¦tico es el caso de las mujeres, que para considerarse empoderadas, triunfadoras en su ¨¢mbito profesional, deben adaptarse a un medio construido sobre modelos masculinos, transformarse en el var¨®n que ruge en su interior, como lo muestra la l¨²cida novela de Nuria Labari El ¨²ltimo hombre blanco. En el otro extremo, o a veces en el mismo ¡ªlo hemos comprobado en las denuncias MeToo¡ª, se halla el mandato de la hipersexualizaci¨®n de la mujer como supuesta medida de su fuerza. Hay que agradar al var¨®n, al concreto o a ese fantasm¨¢tico global, presente al otro lado del espejo. Sin embargo, una mujer que se siente empoderada porque es deseada, no alcanza el dominio, pues no hace sino someterse al reconocimiento de un modelo social androc¨¦ntrico y sexista...
Constatamos la penosa paradoja de modificar el significado del empoderamiento por su contrario, de olvidar primero el sentido de refuerzo de los vulnerables, para entenderlo como un atributo de las ¡°elites¡±, y, despu¨¦s, el enga?o de presentar como logro lo que no es sino sumisi¨®n, acatamiento de las reglas del juego.
La autoexplotaci¨®n, la productividad, el ¨¦xito aparente, la constante b¨²squeda de agradar, de sentirse atractiva, de ser famoso, son falsos empoderamientos, se construyen sobre un elitismo vac¨ªo, y, record¨¦moslo: desde el inmoral olvido del efectivo empoderamiento que necesitan quienes se hallan al margen de los poderosos. Y esos, en alguna medida, somos todos.
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