Por qu¨¦ me emocion¨® un recogedor de basura sentado en la calle leyendo un libro
Hay muchas cosas que s¨ª son o nos parecen imposibles. Quiz¨¢s por ello arrastro conmigo la imagen fuerte y tierna a la vez, que s¨ª me pareci¨® imposible, de ese hombre sentado, sin prisa y sin m¨®vil, leyendo un libro
A veces lo insignificante de ayer se convierte en asombro de hoy. Si hace s¨®lo 20 a?os me hubiesen dicho que un d¨ªa llegar¨ªa a emocionarme viendo a alguien leyendo un libro, me habr¨ªa hecho sonre¨ªr. Es lo que, sin embargo, me ha ocurrido esta ma?ana.
En la peque?a y risue?a ciudad de Saquarema donde vivo, en la Regi¨®n de los Lagos, del Estado de Rio, donde a¨²n la gente te saluda en la calle sin conocerte, suelo salir a pasear muy temprano, antes de la salida del sol. Nos encontramos casi siempre los mismos. Los que m¨¢s me saludan suelen ser los pescadores, a los que se les ve felices cargando sus atuendos en una vieja bicicleta o caminando a pie hacia el mar. Esta ma?ana me encontr¨¦, sin embargo, por primera vez, con un se?or ya mayor que iba en una bicicleta cargada de sacos de pl¨¢sticos seguramente de chirimbolos viejos de hierro recogidos de la basura para revenderlos como chatarra.
A la vuelta, pasando por la playa vi su bicicleta aparcada y ¨¦l sentado frente al mar Atl¨¢ntico leyendo un libro. No era un folleto. Era un libro seguramente recogido en la basura. Dud¨¦ en acercarme para ver, por curiosidad, qu¨¦ estaba leyendo sobre todo porque aqu¨ª en Brasil ya es un milagro que un pobre sepa leer y menos un libro.
Cuando me sent¨¦ ante el ordenador para escribir mi columna, no consegu¨ª que se me borrara la figura del recogedor de basura, no con un m¨®vil viejo en la mano sino con un libro. Y es que d¨ªas atr¨¢s hab¨ªa le¨ªdo la triste noticia del cierre en S?o Paolo de una de las mayores librer¨ªas de Am¨¦rica Latina, por donde hab¨ªan pasado los escritores m¨¢s famosos para presentar sus libros.
S¨ª, lo se, lo importante es leer, sea en una piedra que en un papel o en un soporte digital, pero lo que entristece es que, al final, la desaparici¨®n del libro conlleva un d¨¦ficit de lectura. Cuando vemos cada d¨ªa la escena de parejas en un restaurante, o caminando en la calle, cada uno absorto en su m¨®vil, estamos seguros de que no est¨¢n leyendo un libro.
Alguien ha llegado a escribir, quiz¨¢s con un punto de exageraci¨®n, que el m¨®vil es la sepultura de la literatura y sobre todo de la conversaci¨®n. Y la excusa es que hoy no queda tiempo para leer un libro. El m¨®vil lo absorbe todo. Se suele especular sobre c¨®mo podr¨¢ ser el futuro de una humanidad que ya no lea, sin literatura, sin imaginaci¨®n, hija y esclava s¨®lo de la prisa y de la imagen, sin tiempo ni para pensar, por m¨¢s que la psicolog¨ªa insista en que la mejor terapia contra el estr¨¦s y la angustia es la meditaci¨®n, el silencio y la amistad, que s¨ª puede existir en silencio.
Y es curioso que justamente en un momento crucial de la humanidad en la que est¨¢n en aumento la ansiedad, la soledad, la zozobra ante el futuro y hasta el miedo a tener hijos por ignorar qu¨¦ mundo les espera, se impone al mismo tiempo un regreso a la sabidur¨ªa de los cl¨¢sicos antiguos, los griegos, latinos o egipcios.
Vivimos un momento de inquietud y de b¨²squeda desesperada de la velocidad y de lo nuevo, al mismo tiempo que en nuestras c¨¦lulas persisten las nostalgias de lo que vamos perdiendo hasta el punto, como me sucedi¨® hoy, de llegar a sorprenderme y hasta emocionarme al ver a un recogedor de hierros viejos hacer una pausa para sentarse a leer un libro que alguien hab¨ªa tirado a la basura.
No soy un pesimista. Si acaso me acusan de ser a mi edad demasiado optimista porque creo que al final no es verdad que tiempos pasados fueron mejores. Por eso intentamos olvidarlos. No se vive sin ilusiones, sin esperanzas, sin amigos de verdad sin creer que el amor es a¨²n posible. S¨ª, el amor por todo, empezando por la naturaleza que la hab¨ªamos olvidado, despreciado y arruinado y hoy se venga de nosotros y empieza a darnos miedo.
Estamos tan acostumbrados al pesimismo, al miedo, tan desilusionados a veces con la propia vida, incluso los j¨®venes, que llegamos a interiorizar que el amor es imposible. Que todo es desamor, hipocres¨ªa e inter¨¦s. Y crecen en el mundo los ¨ªndices de violencia y hasta de suicidios.
D¨ªas atr¨¢s ojeando mi libro de conversaciones con Jos¨¦ Saramago, de la editorial Planeta, me record¨¦ de una an¨¦cdota que me hizo entonces sonre¨ªr y que a veces, sin embargo, me vuelve a la cabeza, como esta ma?ana, como reflexi¨®n filos¨®fica.
Despu¨¦s de mucha discusi¨®n con el N¨®bel de Literatura portugu¨¦s y de su esposa Pilar sobre el t¨ªtulo que darle a la la semana de conversaciones que acababa de tener con el escritor, decidimos llamarlo: El amor posible. No se si por un lapsus freudiano dado el reconocido pesimismo del autor, o porque en lo hondo del alma humana sigue viva la idea de que, a final de cuentas, el amor, por lo menos el que nos gustar¨ªa vivir resulta imposible, lo cierto es que en las primeras cr¨ªticas que salieron del libro, el t¨ªtulo apareci¨® equivocado: ¡°El amor imposible¡±.
Y lo m¨¢s curioso es que en este mismo peri¨®dico tras habernos divertido comentando la an¨¦cdota, cuando sali¨® una nota para explicar que el t¨ªtulo verdadero era El amor posible, tambi¨¦n el titular de la nota, que despu¨¦s fue corregida, tropez¨® en la misma piedra titulando El amor imposible.
Hay muchas cosas en nuestra vida que s¨ª son o nos parecen imposibles y que nos inclinamos m¨¢s hacia el pesimismo que al optimismo. El mismo Saramago me dec¨ªa que se construye m¨¢s con el ¡°no¡± que con el ¡°si¡±. Es un concepto filos¨®fico que en verdad revela nuestra tentaci¨®n al pesimismo.
Quiz¨¢s por ello hoy arrastro conmigo la imagen fuerte y tierna a la vez, que s¨ª me pareci¨® imposible, del recogedor de basura, sentado en el suelo, sin prisa y sin m¨®vil, leyendo un libro. ?Nada m¨¢s? S¨ª. Ya no es poco saber que lo imposible se resiste a morir.
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