Por qu¨¦ ni el periodismo ni la poes¨ªa pueden morir
El periodismo, hoy tan criticado, fue y ser¨¢ siempre, con todos sus cambios posibles, el pan de cada d¨ªa del ¡®Homo sapiens¡¯
Ll¨¢menlo como quieran. En papel o en la pantalla, le¨ªdo o escuchado, el periodismo seguir¨¢ existiendo mientras el ser humano no pierda la curiosidad de informarse ni el gusto por sorprenderse.
El periodismo, como la poes¨ªa, no puede morir porque, como dec¨ªa el fil¨®sofo y premio Nobel de Literatura Francois Mauriac, son ¡°la oraci¨®n de la ma?ana del hombre laico¡±. La curiosidad existe hasta en los animales. Que se lo pregunten si no a mis gatos Nana y Babel.
Nuestro mundo, con la llegada de la inteligencia artificial (IA) vive un momento de crisis existencial que yo no llamar¨ªa de extinci¨®n sino de traspaso de ¨¦poca. Un cambio tanto o m¨¢s profundo que cuando aparecieron la escritura, la rueda, el motor, la electricidad, la llegada a la Luna o la energ¨ªa at¨®mica. Y ahora el mundo digital.
Desde las tabletas de barro de la antigua Mesopotamia a los pergaminos, o a la revoluci¨®n de la escritura en papel con Gutemberg, el ser humano sinti¨® la necesidad de leer y conocer, de saciar su curiosidad, de descifrar el misterio. Y seguir¨¢ haci¨¦ndolo en el soporte que sea.
Un d¨ªa leeremos quiz¨¢s el peri¨®dico en la pared de nuestro dormitorio o en la palma de la mano. Cambiar¨¢n los soportes, pero seguir¨¢ intacta nuestra curiosidad de conocer e interpretar la noticia, l¨¦ase la vida.
Me preguntan a veces si no me arrepiento de haber trabajado ya m¨¢s de medio siglo en un peri¨®dico. No, porque el periodismo, hoy tan criticado, fue y ser¨¢ siempre, con todos sus cambios posibles, el pan de cada d¨ªa del Homo sapiens. Dicen que lo asesinar¨¢n las redes con sus fake news, su falsa libertad de expresi¨®n, su velocidad en dar la noticia que los peri¨®dicos no puede permitirse porque necesitan, si lo son de verdad, comprobar su veracidad.
Es curioso y sintom¨¢tico que cuando hoy alguien nos da una noticia importante nos preguntamos enseguida donde la ha le¨ªdo o escuchado. Si ha sido en las redes o en un peri¨®dico o radio solventes, en cuya seriedad a¨²n confiamos.
A los j¨®venes alumnos de periodismo que hoy me preguntan si vale la pena tal profesi¨®n u oficio, como se dec¨ªa antiguamente, les respondo que s¨ª. Que quiz¨¢s valga la pena m¨¢s que nunca, ya que la noticia, la no manipulada, pasa a¨²n m¨¢s indemne, a trav¨¦s de los peri¨®dicos tradicionales, sea cual sea su soporte, y dir¨ªa hasta su ideolog¨ªa, que en las redes.
Ahora mismo sigo la dura y triste guerra de Rusia en Ucrania por las cr¨®nicas y an¨¢lisis de mis colegas que la est¨¢n viviendo heroicamente sobre el campo de batalla. Conf¨ªo en su seriedad y profesionalidad y en que no intentar¨¢n enga?arme, cosa que no siempre me ocurre en las redes no s¨®lo politizadas sino tantas veces expl¨ªcitamente manipuladas.
Al periodista como tal, si es cierto que est¨¢ atado a las normas internas de su Libro de Estilo, se le ofrece muchas veces la ocasi¨®n de vivir la realidad en carne viva. El periodismo puede ser arriesgado, pero tambi¨¦n gratificante.
Tras casi medio siglo de periodismo tradicional y como corresponsal de este diario en Italia, Vaticano y Brasil, lo que me permiti¨® recorrer varias veces el mundo, tantos me han insistido para que escriba mis memorias. Siempre me he negado porque ellas hacen parte del trabajo de mi profesi¨®n. Y cada vida es una historia que merecer¨ªa ser contada. Todas.
Hoy, sin embargo, he querido contar uno de los momentos del inicio de mi profesi¨®n que m¨¢s huella me dejaron. Fue en 1980, durante el terremoto que tuvo lugar en Italia, en Campania y Basilicata, con el triste balance de 3.000 muertos, 7.500 heridos y 280.000 sin hogar, en un pa?uelo de territorio.
El fundador y entonces director de este peri¨®dico, Juan Luis Cebri¨¢n, me aconsej¨® que no fuera al lugar del terremoto por el peligro que supon¨ªa. Le desobedec¨ª. Yo estaba en Roma, a doscientos kil¨®metros de N¨¢poles, desde donde habr¨ªa debido volar al lugar de la tragedia a¨²n en carne viva.
Mi desilusi¨®n fue, al llegar a N¨¢poles, que no hab¨ªa posibilidad de volar al lugar del terremoto. Por fin consegu¨ª un hueco en un helic¨®ptero militar pero sin radar y por tanto peligroso. Me recalcaron lo de peligroso. Acept¨¦ lo mismo. Ello me permiti¨® vivir durante unas horas los ¨²ltimos temblores del sismo, escuchar los gritos de los enterrados vivos, y desmoronarse las casas ante mis ojos. As¨ª como observar la desesperaci¨®n de las familias busc¨¢ndose unos a otros como en un gigantesco infierno en carne viva.
A la vuelta, el piloto del helic¨®ptero militar me pregunt¨® si pod¨ªa llevar en mi regazo a un ni?o de cuatro a?os, muerto en el terremoto, y de qui¨¦n no fue posible encontrar a su familia.
Viaj¨® el cad¨¢ver del ni?o en mis rodillas en espera de llegar al aeropuerto de N¨¢poles y entregarlo a las autoridades que se encargar¨ªan de encontrar a su familia. Por respeto a la criatura que ni en mis sue?os pude olvidar, nunca quise escribir la historia.
Hoy, en v¨ªsperas de cumplir mis 91 a?os y m¨¢s de medio siglo de periodismo, me gustar¨ªa sin embargo, como el mejor regalo, tener aqu¨ª, para almorzar al lado de mi familia y amigos, a aquel peque?o que yo cre¨ª llevar muerto en mis rodillas. S¨ª, porque lo mejor de la historia es que m¨¢s tarde supe que ya en el aeropuerto los m¨¦dicos que examinaron al peque?o descubrieron que estaba vivo. Se hab¨ªa salvado.
El periodismo es tambi¨¦n eso y por ello no puede morir. Como no podr¨¢n morir ni dejar de crear los poetas si no queremos que entonces nuestro mundo se apague de verdad.
Estamos hechos no s¨®lo del barro b¨ªblico, sino del eterno deseo de novedad de la noticia contada, aunque a veces duela hasta a los due?os de los medios de comunicaci¨®n, con el eterno dec¨¢logo de las cl¨¢sicas preguntas: qu¨¦, qui¨¦n, c¨®mo, cu¨¢ndo, d¨®nde y por qu¨¦. S¨ª, pero sin mentir.
Que no se mueran los poetas
Que no se mueran los poetas
para que no se apague la luz.
Si se mueren los poetas
?qui¨¦n nos dir¨¢ que la luna sonr¨ªe
y que escriben m¨²sica
las piedras del r¨ªo?
Que no se mueran los poetas
para no tener que enterrar la ternura,
o que esconder la verdad.
Que sigan vivos.
Ellos son la ¨²ltima nota sagrada
incrustada en la piel viva del alma.
Cuando se empe?en
en que el concierto se apague,
los versos de los poetas
que no temen la verdad,
seguir¨¢n resucitando la luz
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