Realismo ciudadano, 1; discurso hegem¨®nico, 0
El PP ha confiado la campa?a a los mensajes agresivos, alimentados por una corte medi¨¢tica desquiciada, con los que triunf¨® el 28-M. La diferencia en las generales es que ha quemado puentes con todo el arco parlamentario
Desde que, el 29 de mayo, el presidente Pedro S¨¢nchez anunci¨® la cita electoral del 23 de julio, la esfera discursiva p¨²blica evolucion¨® hacia una espiral informativa que daba por hecho el cambio de Gobierno. Que esta previsi¨®n haya sido desmentida por los votos evidencia una brecha considerable entre el discurso p¨²blico aparentemente mayoritario y la decisi¨®n ciudadana sobre el rumbo del pa¨ªs. Por supuesto, los factores que confluyen en el resultado electoral son m¨²ltiples, y el discurso es tan solo uno de ellos; atribuirle logros espec¨ªficos en clave de (des)movilizaci¨®n o de persuasi¨®n es siempre tentativo, pues cada discurso pol¨ªtico se filtra siempre por la biograf¨ªa individual de quien lo escucha. No obstante, podemos describir los ingredientes m¨¢s visibles de la esfera p¨²blica en el periodo electoral.
El discurso dominante ha sido, indudablemente, el que preve¨ªa un triunfo holgado del PP y su pacto de gobierno con la ultraderecha. En ese mensaje ha predominado una expresividad negativa, crispada, a la que el discurso del bloque progresista ha respondido con m¨¢s habilidad y creatividad que otras veces, dando la vuelta al insulto y generando argumentos en positivo. Adem¨¢s, cabe pensar que esa opini¨®n generalizada ignoraba dos cosas: que los pactos de gobierno surgidos en mayo (y sus decisiones) pod¨ªan servir de pol¨ªgrafo para las afirmaciones de Alberto N¨²?ez Feij¨®o y Santiago Abascal respecto al 23-J, y, sobre todo, que las elecciones generales tienen una aritm¨¦tica parlamentaria diferente a las auton¨®micas.
Aun as¨ª, con el encuadre general de triunfo del PP, la campa?a de julio ha estirado al m¨¢ximo los marcos discursivos hegem¨®nicos del 28-M: temas como el terrorismo etarra, el uso del avi¨®n presidencial o la okupaci¨®n. Los partidos conservadores han unido sus voces en una cadena de acusaciones que criminalizaba la fecha elegida (¡±unas elecciones puestas como para no ir¡±, tuiteaba un l¨ªder popular), el funcionamiento del voto por correo (¡±pido a los carteros, con independencia de sus jefes, que repartan todo el voto¡±, dec¨ªa Feij¨®o), o incluso la aver¨ªa del AVE Valencia-Madrid el mismo 23-J. Junto a esta interpretaci¨®n interesada de la realidad, los bulos y mentiras han invadido el discurso de la campa?a conservadora, que no se desplegaba en defensa de un programa electoral propio, sino contra el Gobierno de coalici¨®n. Tampoco han faltado las falacias, como la de invocar una y otra vez el triunfo de la lista m¨¢s votada en un sistema representativo.
Este discurso, tan poco pol¨ªtico, tan deudor de las hipertrofias personalistas y fr¨ªvolas fraguadas en la era del espect¨¢culo televisivo, se convierte en dominante al ser amplificado por una voz medi¨¢tica paralela que, desde radios, televisiones y textos de opini¨®n, asume su difusi¨®n magnificada y acr¨ªtica. Los temas fetiche se han repetido machaconamente como verdaderas glosoman¨ªas, con mensajes moralistas que evitaban hablar de iniciativas pol¨ªticas y enmascaraban las evidentes limitaciones mostradas por el supuesto ganador en su desempe?o comunicativo. Esta labor ha sido constante por parte de los medios alineados con la derecha desde la moci¨®n de censura de 2018 y ha ganado intensidad en la campa?a del 23-J, hasta el punto de que un hito de la misma fue la aparici¨®n de una periodista de la televisi¨®n p¨²blica Silvia Intxaurrondo ejerciendo con profesionalidad su funci¨®n de control. Su entrevista marc¨® el ritmo de la campa?a precisamente porque la voz predominante en la esfera p¨²blica es la de ciertos medios cuyo alineamiento pol¨ªtico (desplegado como verdadero activismo) eclipsa la voz del periodismo profesional, que realiza su trabajo sin histrionismos. Tambi¨¦n es significativo que estos medios generadores de opini¨®n conservadora est¨¦n mayoritariamente asentados en Madrid, con una mirada que tiende a ignorar la pluralidad del pa¨ªs y solo se vuelve a las periferias en busca de votos.
Aparte del tono col¨¦rico, este discurso propagand¨ªstico destaca por su vacuidad conceptual. ?Qu¨¦ significa ¡°sanchismo¡±, por ejemplo? ?Qu¨¦ argumento podr¨ªan dar esos j¨®venes grabados en la discoteca de X¨¤bia para justificar sus insultos al presidente? ?Qu¨¦ saben sobre el terrorista Garc¨ªa Gaztelu, alias Txapote, todos los que han repetido hasta la saciedad el lema que lleva su nombre? En realidad, todos estos elementos funcionan como interjecciones. Son gritos de guerra cuya ¨²nica funci¨®n comunicativa es transmitir un estado emocional negativo; solo hay ofensas, descalificaciones y desprecios porque la ira y rabia fagocitan cualquier racionalidad. La falta de contenido argumentativo subyacente se da tambi¨¦n en las voces que fomentan esos mensajes desde los medios. As¨ª, el d¨ªa posterior a las elecciones, uno de los locutores radiof¨®nicos m¨¢s alineados con estas posiciones llamaba con toda naturalidad ¡°psic¨®pata¡± al presidente del Gobierno. Y un firmante habitual de columnas de opini¨®n rebosantes de bilis manifestaba ¡ªno fue el ¨²nico¡ª su asombro por el hecho de que la realidad electoral no se ajustara a la prescrita desde sus textos. Tambi¨¦n Mariano Rajoy, en la primera entrevista tras su elecci¨®n de 2011, afirm¨® con estupor que quien le hab¨ªa impedido cumplir su programa electoral hab¨ªa sido la realidad. Tozuda, como sabemos.
Todos estos prescriptores de opini¨®n parecen ser presas del pensamiento m¨¢gico que, seg¨²n Michel Wieviorka, caracteriza los populismos; el mismo que, por cierto, lleva a ciertos l¨ªderes progresistas a defender que ser hombre o mujer es una cuesti¨®n de elecci¨®n individual y subjetiva, posici¨®n que tambi¨¦n ha tenido impacto electoral. En ambos casos se est¨¢ pretendiendo que el lenguaje cree la realidad, pero esto, lo sabemos, solo ocurre en los conjuros y sortilegios. La misma aspiraci¨®n ¡ªaunque revestida de un cientifismo mitificado, que pronuncia demoscopia con may¨²scula¡ª, corresponde al uso de las encuestas electorales, tratadas por pol¨ªticos y medios como verdaderos or¨¢culos prof¨¦ticos. ¡°El PP obtendr¨ªa mayor¨ªa absoluta con Vox y sumar¨ªan 181 esca?os, seg¨²n la encuesta de Gad3¡å, titulaba un medio conservador al cierre de las votaciones. Lo cierto es que la funci¨®n informativa de las encuestas se pierde desde el momento en que muchas se publican sin ficha de datos, pues su difusi¨®n tiene m¨¢s voluntad prescriptiva (performativa) que descriptiva; del mismo modo que los falsos medios sirven b¨¢sicamente para proporcionar falsas noticias que luego se publican en redes y mensajer¨ªa instant¨¢nea, se difunden encuestas para preidentificar un ganador.
No ha funcionado. Se dir¨ªa que, con su voto, las y los espa?oles han desafiado a la ¡°democracia de los cr¨¦dulos¡± descrita por G¨¦rald Bonner, y han preferido ignorar ese discurso mayoritario que aseguraba un Gobierno formado por el PP y Vox. En este sentido, las votaciones las ha perdido el discurso bronco y desquiciado que el bloque conservador ha cultivado durante toda la legislatura, el que sigue el manual propagand¨ªstico de los populismos, los esl¨®ganes construidos sobre la crueldad o los editoriales sustentados en el insulto personalista; un discurso muy similar, con matices, al que fracas¨® antes en las opciones de izquierda. A la hora de los pactos, lo m¨¢s relevante de estas din¨¢micas es, probablemente, que, al confiar su ¨¦xito electoral a este tipo de mensaje que desacredita las instituciones, Feij¨®o y su equipo han despreciado la importancia del discurso como elemento clave del sentido de Estado. Su discurso ultra lo ha llevado a quemar puentes con casi todo el arco parlamentario, un lujo que, en democracia, ning¨²n ganador de elecciones, ni siquiera con mayor¨ªas absolutas, deber¨ªa permitirse.
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