Saber estar
Pudiste ser un ejemplo, y optaste por lo contrario, ante la mirada de millones de mujeres. Y de hombres
Saber estar no es tan f¨¢cil. Imaginen: consiste en saber cu¨¢l es tu sitio y lo que representas y, antes que eso, conocer tu dignidad, con lo dif¨ªcil que es eso. La dignidad no se exhibe y, sin embargo, se ve. Le pasa lo mismo que a la elegancia aunque, en este caso, ni siquiera hac¨ªa falta tanto. La prueba consist¨ªa en saber estar, que es un reto al que nos enfrentamos todos en cualquier momento. No porque haya alguien que juzgue, que eso se da por supuesto, pero eso no obliga a nada. Obliga la dignidad: a saber tu lugar, que en ocasiones es el primer nivel y el m¨¢s expuesto, en el blanco de las cr¨ªticas, y en otras consiste tan solo en acompa?ar, en celebrar desde atr¨¢s y, por tanto, de manera sencilla y sincera, usando las manos para aplaudir, sin se?alarte aquello que quer¨ªas emplear como razones cuando, en realidad, no era m¨¢s que anatom¨ªa. Es dif¨ªcil ver eso, la diferencia entre un argumento y un huevo, porque m¨¢s complicado que saber estar es saber darse cuenta de lo m¨¢s obvio.
Saber estar implica que la alegr¨ªa de verdad se tiene por los ¨¦xitos de quienes lo merecen, cuya lucha reconoces y festejas as¨ª, sin pretender eclipsar un protagonismo que no es tuyo, porque es suyo, ni llamar la atenci¨®n con tus gestos. Eso era saber estar, en una final de f¨²tbol o de petanca, en un estadio o donde fuera: reconocer el m¨¦rito y, por encima de lo dem¨¢s, no propasarse ni hacer lo que no ten¨ªas derecho a hacer. Has alegado el estado de ¨¢nimo, sin ser consciente de que a la euforia o a la tristeza les pasa como le pasaba al huevo: que ni son argumentos ni llegan siquiera a la categor¨ªa de excusas. Ser consecuente; eso era: que la igualdad de la que hablabas no se te fuera por la boca o con las manos, que no propagaras que aquellos que ven lo que t¨² niegas eran unos idiotas y unos tontos que quer¨ªan chafar el ¨¦xito de las jugadoras. De eso, en realidad, ya te estabas ocupando t¨².
Saber estar, a estas alturas, implicaba que vieras que la realidad de impunidades que construiste en derredor, en lo m¨¢s alto del f¨²tbol y con el mundo a los pies, ten¨ªa tambi¨¦n l¨ªmites: en la dignidad, antes incluso que en el derecho. Pudiste ser un ejemplo, y optaste por lo contrario, ante la mirada de millones de mujeres. Y de hombres. Llegado ah¨ª, decidiste aguantar la marea, porque quiz¨¢ creyeras que tampoco fue para tanto, que en esta sociedad de ahora ya no te dejan decir nada y que ni siquiera se pueden dar besos a quien a uno le salga de las partes que exhibe. Encontraste complicidades, como siempre. Aunque igual esta vez no alcanza. Tampoco era muy complicado saber estar, en fin. Y, a¨²n as¨ª, debe de serlo m¨¢s que saber marcharse. La dignidad no se exhibe: se usa.
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