La guerra noble
La paz total es uno de esos productos mentales delirantes de nuestros pol¨ªticos, que creen que la sem¨¢ntica arregla la realidad
Inclusive en una remota aldea de Suecia, la gente no escapa a la violencia. En todas las aldeas del mundo la gente com¨²n y corriente est¨¢ sujeta al crimen. ?Qu¨¦ respuesta le dan los suecos? Tienen un cuerpo policial que responde y defiende a los aldeanos contra los violentos.
Si no los defiende de manera eficaz y los criminales se imponen frente al cuerpo local de polic¨ªa, al final se tomar¨¢n el pueblo, impondr¨¢n su voluntad arbitraria, se ocupar¨¢n en negocios ilegales y pronto extender¨¢n sus actividades al siguiente pueblo.
Esa ha sido la trama de muchas pel¨ªculas. Un cl¨¢sico que recuerdo, Los siete samur¨¢is de Akira Kurosawa (1954), que ve¨ªamos en la Cinemateca Distrital, en tiempos de intelectuales universitarios. O su versi¨®n del western, Los siete magn¨ªficos (1960), con Yul Brynner, Charles Bronson y Steve McQueen. O su reedici¨®n reciente del mismo nombre (2016), y sin un actor que valga la pena recordar. O su versi¨®n infantil, Kung fu Panda (2008), que nos lleg¨® cuando ¨¦ramos padres de familia, por lo que la hemos visto mil veces, cosa que no hac¨ªamos con las pel¨ªculas japonesas ni las del oeste.
Esas pel¨ªculas cuentan la misma historia. Una aldea peque?a es asolada por una banda de criminales. Los humildes aldeanos, ante la ausencia de eso que en Suecia resulta tan eficaz, una polic¨ªa y unas fuerzas del orden, llaman a un grupo de pistoleros, o expertos en artes marciales, para que los defiendan. Ese grupo acude y entrena a los aldeanos en las t¨¢cticas b¨¢sicas del combate. Los criminales finalmente atacan, y son repelidos victoriosamente por los aldeanos y sus defensores. La ley y el orden vuelven a reinar. Al final consiguen que alguien establemente los defienda. En Kung fu Panda, Po y los guerreros legendarios, que son el germen de la polic¨ªa.
Dir¨¢n que estos ejemplos abogan por el paramilitarismo. No es el caso. Abogan porque alguien responda, la Polic¨ªa, el Ej¨¦rcito, la Armada o la Fuerza A¨¦rea, y defienda a los aldeanos asolados por el crimen y la violencia. As¨ª lo hicieron China, Jap¨®n, Estados Unidos y Suecia, de manera incesante e incansable, hasta que la civilizaci¨®n se impuso sobre la barbarie.
En cada caso empez¨® con un reconocimiento de que hab¨ªa un problema end¨¦mico de violencia, que azotaba a un lugar claramente identificado de la geograf¨ªa. En Suecia, Jap¨®n, China y el lejano oeste, los aldeanos tuvieron que idearse su propia forma de protegerse hasta que alguien vino en su ayuda. Sucede en Colombia, donde por d¨¦cadas hemos dejado a su suerte a cientos de municipios, a ser asolados por maleantes de todos los pelambres. Ellos roban los hijos de familias campesinas, para volverlos milicianos, guerrilleros o paramilitares.
A esa modalidad de esclavitud, tan abyecta y reprobable como la ejercida contra los africanos durante siglos, en Colombia han dado por aplicarle el eufemismo de reclutamiento forzado. ?Ser¨¢ que alguno de los grupos guerrilleros de las FARC, ELN o los paracos, que abundan en Colombia, llamar¨ªan reclutamiento forzado a la esclavitud que trajo en cadenas a estas tierras a habitantes africanos?
Esos grupos de guerrilleros y paracos, adem¨¢s, luego de robar los hijos, regresan a las aldeas a asesinar a los padres, con la justificaci¨®n desalmada de que le ayudaban al bando contrario. Adicionalmente, los fuerzan o inducen a sembrar coca y luego los vuelven raspachines. En nuestras aldeas el abuso del ser humano ha sobrepasado lo que se vivi¨® en Suecia, China, Jap¨®n y el lejano oeste americano.
Hoy la explotaci¨®n est¨¢ ligada a la coca. Pero las actuales plantaciones y laboratorios tienen antecedentes casi id¨¦nticos hace 100 a?os en las caucher¨ªas del Putumayo, que denunci¨® Jos¨¦ Eustasio Rivera en la novela La vor¨¢gine.
La constataci¨®n elemental parece haber escapado a nuestros l¨ªderes pol¨ªticos, militares y policiales, que por d¨¦cadas saben d¨®nde est¨¢ la incidencia de cr¨ªmenes aberrantes, y d¨ªa tras d¨ªa, semana tras semana, mes tras mes, a?o tras a?o, los ven ocurrir.
Las ¨²nicas palabras que actualmente les parecen adecuadas para tratar el tema son: la paz. Pareciera que con hablar pol¨ªticamente de la paz, aprobar leyes para la paz, sentarse a hacer negociaciones para la paz, entregar concesiones para la paz, y charlar a diestra y siniestra sobre la paz, bastara.
Mientras tanto, los aldeanos de nuestras provincias siguen sometidos a la m¨¢s sangrienta y cruel de las guerras. Guerra que solo t¨ªmida y espor¨¢dicamente se atreven a luchar y con ellos y por ellos. Y que siempre cesa antes de haber derrotado a los criminales y los violentos. O, inclusive peor, que se pervierte y corrompe de manera abyecta e inimaginable en forma de falsos positivos.
La incidencia de la violencia en Colombia coincide con la localizaci¨®n de los cultivos de coca y las rutas de la coca¨ªna. Cuatro departamentos concentran tres cuartas partes de la producci¨®n de hoja de coca: Nari?o, Cauca, Putumayo y Norte de Santander. All¨ª deb¨ªan acudir con urgencia, contundencia y permanencia nuestras Fuerzas Armadas, la Polic¨ªa y la justicia a hacer cumplir la Constituci¨®n para los aldeanos; antes que dedicarnos a cambiar las leyes y la Constituci¨®n para favorecer a los criminales.
Winston Churchill, como era su costumbre, lo sintetiz¨® en una f¨®rmula lapidaria: ¡°Uno debe escoger entre la guerra y el deshonor. Si escoge el deshonor, tendr¨¢ la guerra¡±. Los pol¨ªticos y las Fuerzas Armadas escogieron el deshonor. Eso no evit¨® que terminaran en la guerra. Y terminaran perdi¨¦ndola.
Ahora, la paz total es uno de esos productos mentales delirantes de nuestros pol¨ªticos, que creen que la sem¨¢ntica arregla la realidad. Estoy persuadido de que el verdadero sustento de la paz radica en estar dispuesto a pelear la guerra y, si se presenta, estar en condiciones de ganarla.
Rehuir la guerra con el argumento de que el ¨²nico recurso es negociar con maleantes, porque no se los puede o no se los quiere vencer, condena a la violencia, la crueldad, el olvido y la desidia totales.
Se han hecho varias pel¨ªculas sobre nuestra violencia aldeana, todas duras y desmoralizadoras. Nos falta hacer realidad la defensa decidida de nuestros aldeanos. Los suecos decidieron hacerla, al igual que los chinos, los japoneses y los norteamericanos. Hasta el presente nos ha quedado grande esa tarea. Es hora de que hagamos la guerra noble, ¨²nico sustento duraderos de la paz que gozan esas naciones civilizadas.
Cerremos con Jos¨¦ Ortega y Gasset: ¡°Yo siento mucho no coincidir con el pacifismo contempor¨¢neo en su antipat¨ªa hacia la fuerza; sin ella no habr¨ªa nada de lo que m¨¢s nos importa en el pasado, y si la excluimos del porvenir s¨®lo podemos imaginar una humanidad ca¨®tica¡ El estado de perpetua guerra en que viven los pueblos salvajes se debe precisamente a que ninguno de ellos es capaz de formar un ej¨¦rcito y con ¨¦l una respetable, prestigiosa organizaci¨®n nacional¡±.
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