Pobres e invisibles
Transformar derechos de todos, como la salud o la vivienda, en productos para los privilegiados es una forma de mantener a raya la indignaci¨®n de quienes no tienen los medios b¨¢sicos para sobrevivir
Esta Espa?a que, nunca satisfecha de malograr la flor de la ciza?a, de una cosecha pasa a otra cosecha: esta Espa?a (Miguel Hern¨¢ndez, Jornaleros).
La percepci¨®n de la pobreza como suplicio merecido suele revelar cu¨¢n lejos o cerca se encuentran nuestras sociedades de la regresi¨®n moral y civil, quintaesenciada en el desprecio y la condena de ciertas vidas a una p¨¦rdida progresiva de agencia donde la dignidad humana se desvanece. Hace unas semanas, ...
Esta Espa?a que, nunca satisfecha de malograr la flor de la ciza?a, de una cosecha pasa a otra cosecha: esta Espa?a (Miguel Hern¨¢ndez, Jornaleros).
La percepci¨®n de la pobreza como suplicio merecido suele revelar cu¨¢n lejos o cerca se encuentran nuestras sociedades de la regresi¨®n moral y civil, quintaesenciada en el desprecio y la condena de ciertas vidas a una p¨¦rdida progresiva de agencia donde la dignidad humana se desvanece. Hace unas semanas, Tim Gurner, un promotor inmobiliario australiano, pretend¨ªa naturalizar su posici¨®n privilegiada en el espacio p¨²blico global al condenar en unas jornadas organizadas por el peri¨®dico Australian Financial Review lo que tildaba de arrogancia de los trabajadores tras la crisis pand¨¦mica de la covid-19. El c¨¦nit de su intervenci¨®n descansaba en esta aguerrida exhortaci¨®n: ¡°Tenemos que ver dolor en la econom¨ªa. Tenemos que recordar a la gente que trabaja para el empresario, no al rev¨¦s¡±. Por las mismas fechas, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel D¨ªaz Ayuso, descartaba sin lugar a discusi¨®n imposiciones fiscales dirigidas a las grandes fortunas por considerar que provocar¨ªan la salida despavorida de quienes m¨¢s tienen en este territorio, descapitaliz¨¢ndolo por consiguiente. Quienes atesoramos cierta experiencia vital y social no podemos sino relacionar estas declaraciones con una imagen del mundo que Margaret Thatcher y sus aliados ideol¨®gicos desplegaron a partir de 1979 sin apenas resistencia como una segunda piel en Occidente, a saber, la presunci¨®n de que la concentraci¨®n de la riqueza activa como por arte de magia poderosos motores de promoci¨®n econ¨®mica en la sociedad que incentiva tal monopolio.
La buena salud de que goza hoy en d¨ªa la idolatr¨ªa hacia el empresario o rentista triunfador ¡ªo ambas cosas a la vez¡ª oculta, sin embargo, una cruda realidad, a saber, la tendencia del individuo acaudalado a aumentar la tasa de ganancia de sus propiedades e inversiones desde un marco ideol¨®gico que ha perdido desde hace mucho todo v¨ªnculo con las cuitas de la ciudadan¨ªa trabajadora. Pero lo peor es que la liturgia laica en aras del poderoso fomenta un sentimiento abism¨¢tico de falta y culpa en quien padece los azotes de lo que la Fundaci¨®n Funcas califica como ¡°tasa de carencia material severa¡±, que determina la incapacidad para invertir las propias energ¨ªas en nada ¡ªsalud, ocio, bienestar¡ª que no sea so?ar con disminuir un endeudamiento feroz, con el da?o ps¨ªquico y f¨ªsico que semejante r¨¦gimen vital comporta. Walter Benjamin, atento siempre a los rostros de la pobreza en la sociedad contempor¨¢nea, identific¨® tempranamente en su escrito Capitalismo como religi¨®n (1921) la tensi¨®n entre logro financiero y acumulaci¨®n de culpa como eje cuasiteol¨®gico de una nueva religi¨®n, como el fil¨®sofo Pablo L¨®pez ?lvarez recordaba recientemente en el Goethe-Institut de Madrid, en conversaci¨®n con el soci¨®logo Andreas Reckwitz. El ¨²nico camino que queda abierto tras semejante revoluci¨®n cultural es que todo sujeto se responsabilice de su ¨¦xito o fracaso material con arreglo al catecismo capitalista.
Es bien sabido que la valoraci¨®n de la pobreza es indisoluble de una dilatada y compleja historia cultural. Merecer¨ªa la pena preguntarse en qu¨¦ momento estamos de esa evoluci¨®n para establecer si somos conscientes de la aceleraci¨®n de los distintos procesos que llevan d¨¦cadas convirtiendo a Escasez, Deuda, Pobreza e Inquietud en elementos que gobiernan a golpe de ruleta de la fortuna la vida de una poblaci¨®n cada vez m¨¢s inerme, sin poder escindir como el viejo Fausto el campo de la reflexi¨®n de la lucha contra la miseria. El acervo literario castellano, tan espl¨¦ndido en descripciones de la picaresca ib¨¦rica, conserva restos de sabidur¨ªa petrarquista acerca del trato con el dinero, como cuando Sempronio se refiere en el auto XII de La Celestina a h¨¢bitos que poseen una innegable actualidad: ¡°Adquiriendo, crece la cobdicia, y la pobreza cobdiciando, y ninguna cosa haze pobre al avariento sino la riqueza¡±. El protagonista del Lazarillo de Tormes da cuenta asimismo de las tretas del mancebo de su madre ¡ªel esclavo negro Zaide¡ª para sacar adelante la unidad familiar como muestra de amor: ¡°La mitad por medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, le?a, almohazas, mandiles, y las mantas y s¨¢banas de los caballos hac¨ªa perdidas; y, cuando otra cosa no ten¨ªa, las bestias desherraba, y con todo esto acud¨ªa a mi madre para criar a mi hermanico¡±. El erasmismo subyacente a esta obra contrapone la triste suerte del sirviente, castigado por sus hurtos, a la tolerancia que proteg¨ªa a los cl¨¦rigos y frailes de la ¨¦poca cuando robaban a sus parroquianos y conventos para mantener asimismo a sus correspondientes amancebadas y descendencia. Un doble rasero social se cebaba as¨ª con el infortunio de quienes menos tienen.
Nunca como ahora hemos contado con los instrumentos cognitivos capaces de explicar la genealog¨ªa gris de la indigencia, aunque nunca como ahora hemos dependido tanto de reducciones fr¨ªvolas de la misma. La transformaci¨®n neoliberal del derecho a la vivienda, a la educaci¨®n, a la salud, a la alimentaci¨®n y a la energ¨ªa en productos comerciales restringidos a sectores poblacionales privilegiados anuncia pol¨ªticas p¨²blicas punitivas, preocupadas por mantener a raya la indignaci¨®n y la rabia de quienes es evidente que est¨¢n desprovistos de los medios b¨¢sicos para asegurar su supervivencia. Frente a la lucidez mostrada por te¨®ricos como Hegel al contemplar como amenaza civilizatoria la extensi¨®n de la p¨¦rdida de confianza en la ley y la justicia en las capas pauperizadas de la poblaci¨®n alemana de comienzos del siglo XIX, la apuesta de las administraciones por la utop¨ªa meritocr¨¢tica tiende a reprochar al desheredado su estado, amonest¨¢ndolo por pedig¨¹e?o y por resultar una carga para el resto de la sociedad. No se trata de la ¨²nica pieza importada de la (in)cultura civil neocon norteamericana incorporada a nuestro maltrecho sentido com¨²n. La creencia en que el esfuerzo concede a cada cual lo que merece, como si se tratara de la ¨²nica normatividad vigente sobre la tierra, ejerce por otra parte una manifiesta disciplina epist¨¦mica, que frustra todo intento de abrir la caja negra de la desigualdad econ¨®mica.
Por ello es tambi¨¦n urgente, como el estudioso de la imagen cinematogr¨¢fica Antonio Rivera ha se?alado en su iluminadora monograf¨ªa La crueldad de las im¨¢genes, explorar una est¨¦tica que nos ayude a volver visible la pobreza sin victimizar a sus sujetos. En este sentido, Rivera declara con acierto que pel¨ªculas como las de Satyajit Ray y Pedro Costa ¡°contienen una doble afirmaci¨®n: la afirmaci¨®n del conflicto emancipador que sirve para rechazar y denunciar la miseria y la injusticia social, y la afirmaci¨®n de la riqueza sensible de todo el mundo, incluidos los pobres¡±. La dificultad de la empresa es may¨²scula, pues se trata de hacer ver la injusticia que atraviesa al pobre sin empobrecerlo a¨²n m¨¢s al privarlo de toda capacidad para poner en el mundo realidades que lo dignifiquen. La tarea requiere por de pronto dejar hablar al pobre, no sepultarlo bajo indome?ables gestiones burocr¨¢ticas que estigmatizan su menesterosidad, sino escucharlo y atender a sus empe?os. El primer paso para ello pasa seguramente por comprender que nadie est¨¢ a salvo del flagelo de los poderes ciegos que se limitan a adorar la efigie del opulento bajo el sortilegio del mero prestigio material, para los que las condiciones de la reproducci¨®n social hace mucho que dejaron de significar nada.