Un libro perturbador en la mochila
Si no obligamos a leer los cl¨¢sicos, de la manera que estimen los especialistas, estamos dejando a los estudiantes desnudos de referentes de una cultura secular compartida y entregados al fen¨®meno editorial del momento
Yo no pensaba encontrarme con tal confidencia, as¨ª, de sopet¨®n. Pero se ha detenido a explicarme su historia, con inter¨¦s, espoleado por la necesidad de darme su versi¨®n acerca de los rumores que circulan sobre su matrimonio. Me dice que si quiero entender su caso concreto, lo de la supuesta cornamenta consentida, debo saber qui¨¦n es ¨¦l y cu¨¢l fue su infancia, qu¨¦ vida llev¨® de joven, las miserias de su casa. En cuanto empieza a hablar, voy calando al personaje, porque se parece a muchos como ¨¦l, pero su historia es envolvente y me atrapa. Viene de una familia desastrosa. Es listo. Trabaja menos de la cuenta o trapichea un poco para robar a sus empleadores. Me cuenta esas estafas de pacotilla y me hace re¨ªr abiertamente. Se justifica y tambi¨¦n se mofa de c¨®mo ha necesitado pordiosear con cada uno de sus ruines jefes. Pero no es cruel. Tiene humanidad, no es despiadado: sirvi¨® a alguien a¨²n m¨¢s pobre que ¨¦l, entregado a parecer un potentado, y termin¨® casi ayud¨¢ndolo y cedi¨¦ndole su alimento, porque le daba pena.
Sostiene que siempre ha querido progresar, que si uno se arrima a los buenos, arregla su vida, que por eso ahora est¨¢ un poco mejorcito y de hecho ya tiene un oficio estable. Enseguida murmura que no le importa la gente, pero s¨ª el veneno que le echan. Y ese veneno que lo conmina a hablarme es que dicen que si ¨¦l ahora ha mejorado su vida es gracias al amante de su mujer. Me explica que es mentira y que ella se ha enfadado mucho con esas habladur¨ªas. Al parecer, el tercero en discordia, ese supuesto querido que para colmo es cura, le dice que no haga caso a hablillas, que piense menos en la gente y m¨¢s en su propio provecho; que ella va por las ma?anas a casa del cura a guisar, a hacer las camas y poco m¨¢s. El abad y su vecino todos muelen a un molino, le canturrean con mala baba, pero ¡°yo tengo paz en mi casa¡±, me suelta, y acaba el relato.
Cuanto m¨¢s s¨¦ de su historia, m¨¢s entiendo que sea uno de los nuestros, porque comparte lo bueno y lo malo que nos identifica: saltea instintivamente, se hace el tonto cuando quiere, es sagaz para jugar con las palabras. Pero ?qui¨¦n es ¨¦l, si ¨¦l no existe? No solo no ha existido, sino que no s¨¦ qui¨¦n lo ha creado, qui¨¦n lo ha inventado para m¨ª, qui¨¦n cre¨® a L¨¢zaro de Tormes para que desde 1554, y seguramente antes, est¨¦ circulando en libros.
Haber sabido de la existencia de un personaje de ficci¨®n como el Lazarillo de Tormes me ha hecho entender mejor qu¨¦ es Espa?a, qui¨¦nes somos, c¨®mo ¨¦ramos cuando en Espa?a no se pon¨ªa el sol, c¨®mo naci¨® el incipiente capitalismo en esa ¨¦poca imperial, por qu¨¦ los mendigos se guardaban monedas en la boca. Pero no solo eso: gracias a que fue prohibido he sabido qu¨¦ fue la Inquisici¨®n, gracias a que alguien localiz¨® en 1992 un nuevo ejemplar, escondido entre unos muros en Barcarrota, he sabido que hubo lectores celosos que se empe?aron en que la obra sobreviviera a su tiempo, gracias a Rafael ?lvarez El Brujo lo he escuchado hablar en las tablas de un teatro, y en alguna visita a Salamanca yo he imaginado que el trompazo contra el toro de piedra que le propina uno de sus amos acababa de ocurrir.
Tuve la suerte de que me obligaran a leerlo en mi juventud. Igual que tuve la suerte de que me obligaran a aprender la tabla peri¨®dica, a estudiar a los paisajistas flamencos y a entender las consecuencias del atentado de Francisco Fernando de Austria. Algunas de estas obligaciones me han dado conocimiento del mundo, otras me han dado cultura, otras me han proporcionado herramientas; quiz¨¢ alguna de ellas no haya tenido especial utilidad en mi vida pero su inclusi¨®n en el curr¨ªculo escolar me hizo notar que eran importantes, que no manejarlas, si era el caso, era una ausencia por la que deb¨ªa callar y no sacar pecho.
Yo s¨¦ que es preocupante el abandono escolar de la lectura. Pero tambi¨¦n es preocupante que pensemos que leer es solo una forma de entretenerse o, peor a¨²n, una mera forma de socializar simp¨¢ticamente en las redes. Si no obligamos a leer los cl¨¢sicos, de la manera acompa?ada o adaptada que estimen los especialistas, estamos dejando a los estudiantes desnudos de referentes de una cultura secular compartida y entregados al fen¨®meno editorial del momento.
En la Lomloe, la ¨²ltima ley educativa (no lo olviden: ocho leyes educativas y siete presidentes del Gobierno desde la democracia), se anima a que las lecturas en secundaria y Bachillerato se dediquen a ¡°obras y fragmentos relevantes de la literatura juvenil contempor¨¢nea y del patrimonio literario universal¡±. Queda al arbitrio de la concreci¨®n normativa posterior elegir la configuraci¨®n del canon. Por si, en manos auton¨®micas o en manos de los propios institutos, alguien saca la bandera de la resignaci¨®n y cede al atajo de la lectura como diversi¨®n poco esforzada, yo escribo estas l¨ªneas a favor de que se incluya al p¨ªcaro y a su libro perturbador en la mochila de la secundaria. Es lo m¨ªnimo que le debo al perdedor de Tormes, al L¨¢zaro que hay en m¨ª y al que hay en todos ustedes, hayan o no le¨ªdo su obra.
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