Todo privado y para ti
Cualquiera de los servicios que sostienen la vida democr¨¢tica lleva mucho tiempo sometido a un deterioro que en alg¨²n momento resultar¨¢ irreversible, a privatizaciones encubiertas, graduales, a trozos
El espacio de lo p¨²blico se va reduciendo, desmoronando, encogiendo cada d¨ªa delante de nuestros ojos, sin que prestemos demasiada atenci¨®n, aturdidos y atomizados cada uno en la privacidad incesante de nuestras pantallas, abismados sobre ellas, hipnotizados, lo mismo en un vag¨®n del metro que junto al ventanal superfluo del autob¨²s, o la ventanilla del tren por la que discurre un paisaje que no mira nadie. Alzas los ojos de la pantalla, como el que se incorpora un momento y no llega a despertar, y lo que tienes delante es otra pantalla en la que muy probablemente hay un mensaje que se dirige a ti, en exclusiva, a ti porque eres especial, te asegura. Lo p¨²blico o no existe o se va reduciendo tan irreversiblemente como el hielo del Polo Norte o de la Ant¨¢rtida.
En otras ¨¦pocas, las personas sab¨ªamos distinguir instintivamente entre el espacio privado y el espacio p¨²blico, ayudados por los c¨®digos de la buena educaci¨®n, que no por azar se llamaba tambi¨¦n urbanidad. Uno no sal¨ªa a la calle de cualquier manera. En nuestra casa, a solas o con nuestra familia, nos permit¨ªamos desahogos y libertades que ser¨ªan inadmisibles a la vista de los extra?os, no ya por pudor, sino porque en un ¨¢mbito que es de todos hay cosas privadas que no pueden hacerse porque interfieren con la vida de los dem¨¢s. Uno llega a casa fatigado y se echa en el sof¨¢ con las piernas abiertas. Si hace lo mismo en un asiento del metro, es que no ve que est¨¢ invadiendo el espacio leg¨ªtimo y delimitado de otros y est¨¢ privatizando groseramente lo que es p¨²blico. Voy por la calle y me cruzo con gente que habla a gritos en el tel¨¦fono, insultando a alguien invisible, o que hace en voz alta confidencias ¨ªntimas que yo no tengo la menor curiosidad de escuchar. Va por ah¨ª como si estuviera en una habitaci¨®n de su casa. Y al moverse establece un territorio que es suyo, igual que ocupa el espacio auditivo de los otros. En un tren, a mi espalda, alguien est¨¢ teniendo una conversaci¨®n o est¨¢ viendo una pel¨ªcula en una pantalla, o un partido de f¨²tbol, o uno de esos programas de televisi¨®n con gritos y aplausos. Es como si el sal¨®n de la casa lo llevaran consigo a todas partes. Irritado porque no puedo dormitar ni leer, ni distraerme mirando por la ventanilla, me decido a volverme hacia el asiento de atr¨¢s, no sin miedo a una reacci¨®n irascible. Rara vez el que ven¨ªa usurpando tir¨¢nicamente el espacio ac¨²stico de todos cree necesario disculparse. La reacci¨®n menos agresiva es una mezcla de estupor y fastidio, que puede tener una a?adidura de agravio si quien usaba la pantalla a todo volumen es un ni?o, y ha sido a su padre o madre a quien le hemos hecho nuestra cautelosa petici¨®n.
Nos han privatizado las calles con tr¨¢fico y con aparcamientos, las plazas y las aceras con terrazas. Han privatizado con anuncios gigantes toda la superficie exterior de los autobuses p¨²blicos y cada vez con m¨¢s frecuencia privatizan los vest¨ªbulos, los corredores, hasta el suelo y el techo de las estaciones de metro. En cualquier esquina de Madrid habr¨¢ un panel digital de publicidad en el que se suceder¨¢n los anuncios en un bucle sin pausa, a cualquier hora del d¨ªa y de la noche. En las oficinas de Correos hay ahora pantallas del tama?o de una persona adulta que mantendr¨¢n cautiva tu mirada si no est¨¢s mirando la de tu tel¨¦fono mientras esperas a que llegue tu turno, en esos tiempos nunca muertos de espera en los que antes se fijaba uno en las personas que ten¨ªa cerca o se dejaba llevar por la deriva de sus pensamientos y sus recuerdos. Correos, que es un servicio p¨²blico esencial, ahora se llama Tu Correos, en uno de esos amaneramientos publicitarios que, debajo de la apariencia de ingenio ¡°creativo¡±, nos invaden la mente con las directrices desp¨®ticas de un capitalismo cada vez m¨¢s entregado a la manipulaci¨®n y al expolio. En ese ¡°tu¡± posesivo est¨¢ contenida la esencia de la privatizaci¨®n no solo de los espacios y de los bienes, sino de las almas. En lo p¨²blico no cabe m¨¢s posesivo que el nosotros. Las cosas p¨²blicas nos pertenecen a todos en la misma medida, sin privilegio ni premium, otro t¨¦rmino ahora muy extendido. Dicen ¡°tu Correos¡± lo mismo que dicen en los anuncios de la radio ¡°tu concesionario¡±, ¡°tu tienda Vodafone¡± o que repiten tanto ¡°lo que t¨² quieras, cuando t¨² quieras, donde t¨² quieras¡±.
Es mentira, por supuesto. Nuestro servicio de Correos, como nuestro sistema de salud o de educaci¨®n, o de transporte ferroviario, o nuestra radiotelevisi¨®n p¨²blica, todo lo que sostiene la vida democr¨¢tica, llevan mucho tiempo sometidos a un deterioro que en alg¨²n momento ser¨¢ irreversible, a privatizaciones encubiertas, graduales, a trozos. Y en cuanto a ese cliente que es el centro de los desvelos de todas las compa?¨ªas privadas y las agencias de publicidad, el ¡°t¨²¡± po¨¦tico de los anuncios ¡ª¡±Experiencias exclusivas para viajeros como t¨²¡±; ¡°Te llevamos donde t¨² quieras llegar¡±¡ª est¨¢ cada vez m¨¢s sometido al maltrato, a la extorsi¨®n y al abuso, tan inerme como un s¨²bdito de Corea del Norte, como podr¨¢ comprobar quien llame por tel¨¦fono para hacer una reclamaci¨®n o para resolver un malentendido bancario. La palabrer¨ªa halagadora de la publicidad tiene un reverso de sarcasmo: ¡±T¨² eres el centro de todas nuestras atenciones¡±.
En un pa¨ªs donde los servicios p¨²blicos fueron nulos o muy escasos hasta no hace mucho tiempo, lo privado siempre tuvo un prestigio intocable, aunque tambi¨¦n inmerecido. Cuando yo era ni?o, las personas mayores, para indicar que iban a la consulta particular de un m¨¦dico, dec¨ªan que iban ¡°por los dineros¡±, subrayando as¨ª que no acud¨ªan a la caridad. Bien entrados los a?os sesenta, cuando ya hab¨ªa excelentes institutos p¨²blicos de ense?anza media, muchas familias hac¨ªan el esfuerzo innecesario de mandar a sus hijos a colegios de pago, casi siempre de curas, en los que, en vez de licenciados universitarios, como en los institutos, las clases las daban seminaristas ignorantes. Los a?os de la democracia fueron, entre otras cosas, los de la expansi¨®n y la mejora de los servicios p¨²blicos, gracias en gran medida a la ayuda europea y a un impulso progresista que, por desgracia, perdi¨® fuerza muy pronto. Tuvimos la mala suerte de llegar al Estado de bienestar con tal retraso que llegaron al mismo tiempo las directrices ideol¨®gicas y las pol¨ªticas que legitimaban su desmantelamiento. Empresas esenciales en las que se hab¨ªan acumulado muchos a?os de patrimonio colectivo se malvendieron atolondradamente y lo que hab¨ªa sido de todos sirvi¨® para enriquecer todav¨ªa m¨¢s a unos pocos. Hasta la gesti¨®n del agua ha llegado a privatizarse en muchas ciudades, lo cual es casi como privatizar el aire.
Privatizaron la banca p¨²blica y dejaron hundirse las cajas de ahorros y a nadie pareci¨® importarle mucho. Han privatizado de hecho hasta las estaciones de tren, que en otro tiempo tuvieron una nobleza de plazas p¨²blicas y ahora son remedos medio cochambrosos de centros comerciales en los que hay que pagar para sentarse y hasta para ir al ba?o. Faltaba por privatizar cada momento de la vida cotidiana, cada paso, cada deseo, cada mirada: invadir hasta los ¨²ltimos reductos de la intimidad como invaden los micropl¨¢sticos las c¨¦lulas de nuestro cuerpo.
No hay nada m¨¢s urgente que lanzarse con arrojo y astucia a la reconquista de lo p¨²blico, que es tambi¨¦n la de la propia vida soberana, emancipada del sonambulismo de las pantallas, fortalecida y caldeada por las redes fraternales de la ciudadan¨ªa.
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