Errores nacionales
El drama de la pol¨ªtica espa?ola no es que el PSOE pacte con Sumar y con partidos independentistas, sino que la derecha vete cualquier iniciativa que en la Transici¨®n se habr¨ªa considerado osada pero leg¨ªtima
El PSOE refleja internamente las tensiones que atraviesan a la sociedad espa?ola en la cuesti¨®n territorial. As¨ª como los espa?oles est¨¢n profundamente divididos sobre este particular, tambi¨¦n lo est¨¢ el electorado socialista. En el PSOE hay dirigentes y votantes con posiciones muy diversas, desde centralistas sin complejos hasta partidarios del federalismo y la plurinacionalidad. Es f¨¢cil detectar modulaciones propias en el partido socialista catal¨¢n, valenciano y balear frente al de Extremadura, Castilla-La Mancha y Andaluc¨ªa. Esto no sucede en el resto de fuerzas pol¨ªticas, cuyos seguidores tienen perfiles m¨¢s homog¨¦neos. Los l¨ªderes y votantes del PP o de Vox, por ejemplo, son en su abrumadora mayor¨ªa partidarios de un nacionalismo espa?ol duro, de la misma manera en que son casi un¨¢nimemente soberanistas o independentistas ERC, Junts o Bildu.
Esta variaci¨®n interna en el PSOE explica sus vacilaciones y resistencias ante los dilemas que se abren con los acuerdos de investidura. Mientras que todos los votantes de la derecha se oponen a pactos con los independentistas, los de la izquierda no tienen una postura com¨²n. Acuerde lo que acuerde el PSOE con los dem¨¢s partidos, habr¨¢ desgarros, debates y disidencias. El PSOE ya ha atravesado situaciones complicadas, baste recordar la renuncia al marxismo en 1979, el giro en torno a la OTAN en 1986, el proceso de paz en 2006 o la formaci¨®n de una coalici¨®n de gobierno con Unidas Podemos en 2019.
Aprovechando esta situaci¨®n de indefinici¨®n, publiqu¨¦ hace unas semanas un art¨ªculo en el que defend¨ªa la tesis de que Espa?a es constitutivamente plurinacional. La Constituci¨®n lo reconoce t¨ªmidamente; en el Pre¨¢mbulo se habla de ¡°los espa?oles y los pueblos de Espa?a¡±, as¨ª, en plural, y en el art¨ªculo 2 se introduce la distinci¨®n entre ¡°regiones y nacionalidades¡±. Sin embargo, la interpretaci¨®n que han hecho los dos grandes partidos y el propio Tribunal Constitucional nos ha conducido a una lectura restrictiva, basada en la uniformizaci¨®n (¡°caf¨¦ para todos¡±) y la descentralizaci¨®n de muchas pol¨ªticas, pero sin resquicio apenas para el reconocimiento de la realidad plurinacional de Espa?a. Seg¨²n lo entiendo, cuanto antes reconozcamos la verdadera naturaleza del pa¨ªs, antes resolveremos algunos problemas que arrastramos desde hace ya m¨¢s de un siglo. Tenemos un demos complejo y compuesto y eso debe encontrar reflejo en nuestra Constituci¨®n, por mucho que el Tribunal Constitucional afirme que la Constituci¨®n solo conoce una naci¨®n, la espa?ola.
Ignacio Urquizu, pol¨ªtico socialista, academico y buen amigo, ha escrito en estas p¨¢ginas una r¨¦plica en la que me acusa de cometer tres ¡°errores¡± en mi an¨¢lisis. Yo creo que no son ¡°errores¡±, sino m¨¢s bien diferencias de opini¨®n. La suya corresponde a una cierta lectura del problema territorial que es muy com¨²n en los sectores m¨¢s conservadores del PSOE. Creo que vale la pena repasar sus cr¨ªticas para entender mejor los debates que inevitablemente se van a producir en los pr¨®ximos tiempos.
Seg¨²n Urquizu, mi primer ¡°error¡± consiste en partir de una premisa equivocada, a saber, ¡°que los independentistas se quieren integrar¡±, mientras que ¨¦l cree que no hay integraci¨®n posible de quien tiene como objetivo ¨²ltimo la separaci¨®n. Desde ese punto de vista, el nacionalista vasco o catal¨¢n tan solo ans¨ªa su propio Estado y por tanto cualquier esfuerzo de reforma institucional integradora est¨¢ llamado a fracasar. Yo no lo veo as¨ª, pues hay m¨²ltiples estudios al respecto que muestran que las demandas secesionistas se activan y se expanden en funci¨®n de lo que haga la otra parte, el Estado. Por supuesto, hay personas que son independentistas incondicionalmente, pero hay muchas otras que cambian de opini¨®n en funci¨®n de las circunstancias. En este mismo peri¨®dico se public¨® hace unos d¨ªas un interesante reportaje sobre las fuertes variaciones en el apoyo a la independencia de Catalu?a en los ¨²ltimos a?os. Con los gobiernos de Mariano Rajoy el apoyo al independentismo creci¨® mucho, mientras que ha disminuido con los de Pedro S¨¢nchez. La (no) estrategia de Rajoy fue un gran est¨ªmulo para el secesionismo. No se trata de un fen¨®meno limitado a las bases, se extiende tambi¨¦n a las c¨²pulas de los partidos. Recu¨¦rdese la evoluci¨®n del PNV de Ibarretxe al PNV de Urkullu, o la de la Convergencia de Pujol a la de Puigdemont (bajo nombres distintos). La preferencia por la independencia es una amalgama en la que intervienen identidades culturales, lealtades nacionales y, tambi¨¦n, los costes y beneficios econ¨®micos y pol¨ªticos de estar dentro o fuera. Por todo ello, pienso que la integraci¨®n de las diversas naciones que hay en Espa?a no es una tarea imposible, sino un desaf¨ªo que requiere abandonar el fatalismo y el conservadurismo intelectual.
El segundo ¡°error¡± no me lo atribuye Urquizu directamente a m¨ª, sino que dice que est¨¢ muy extendido en el debate territorial y consiste en que los nacionalistas catalanes y vascos no reconozcan la diversidad interna de sus territorios. No creo que merezca la pena detenerse en tama?a obviedad. Por cierto, sucede igualmente cuando se habla en nombre de Espa?a.
El tercer ¡°error¡± que cometo consiste en presentar una idea de Espa?a sesgada. En realidad, yo no present¨¦ ninguna idea de Espa?a en mi art¨ªculo, me limit¨¦ a hablar del nacionalismo espa?ol excluyente que se ha extendido durante la ¨²ltima d¨¦cada y que explica la aparici¨®n de Vox y la radicalizaci¨®n espa?olista del PP. Se basa en una exaltaci¨®n agresiva de la naci¨®n espa?ola, la reivindicaci¨®n del pasado imperial, el desprecio a las minor¨ªas nacionales y, en ocasiones, a los inmigrantes tambi¨¦n. El nacionalismo espa?ol no siempre ha sido as¨ª: ha tenido momentos peores en ¨¦pocas pasadas, pero tambi¨¦n los ha tenido mejores (por ejemplo, en las primeras d¨¦cadas de nuestra democracia, cuando ten¨ªa una dimensi¨®n m¨¢s c¨ªvica que ahora).
Urquizu cierra su art¨ªculo a?orando los grandes consensos que se produjeron tras las elecciones de 1977 a prop¨®sito de la Constituci¨®n y el modelo territorial. Es f¨¢cil estar de acuerdo. Ahora bien, conviene recordar qui¨¦n se opone hoy a cualquier modificaci¨®n del statu quo: una derecha que convierte en ¡°golpe de Estado¡± cualquier iniciativa que en los tiempos de la Transici¨®n se habr¨ªa considerado osada pero leg¨ªtima. El drama de la pol¨ªtica espa?ola no es, a mi entender, que el PSOE pacte con Sumar y con partidos independentistas, sino que la derecha vete cualquier cambio de progreso. En el fondo no es tan sorprendente, pues el PP es una evoluci¨®n de Alianza Popular, el partido que durante la Transici¨®n luch¨® para que no se reconociera la existencia de ¡°nacionalidades¡± y que no apoy¨® la Constituci¨®n (la mitad del grupo parlamentario se abstuvo o vot¨® en contra). Volver al esp¨ªritu de la Transici¨®n significar¨ªa que el PP se comportara como la UCD de Adolfo Su¨¢rez, una derecha m¨¢s moderada e integradora, y no como el heredero de la AP de Manuel Fraga. Seg¨²n ha se?alado Robert Fishman en su imprescindible comparaci¨®n entre las democracias espa?ola y portuguesa (Pr¨¢ctica democr¨¢tica e inclusi¨®n, Catarata, 2021), un grave problema de nuestro sistema pol¨ªtico es que de los dos partidos creados en el seno del franquismo, UCD y AP, fuera AP el que terminara prevaleciendo. Hoy el PP representa el 33% del voto, frente al 8% que obtuvo AP en 1977. Ser¨ªa sin duda deseable que el PP se sumara a las reformas que el pa¨ªs necesita. Pero ser¨ªa absurdo que los partidos progresistas renunciaran a ellas por el inmovilismo del PP.
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