?Plurinacionalidad? As¨ª somos
Es dudoso que el sistema auton¨®mico refleje verdaderamente la naturaleza del pa¨ªs. Una cosa es descentralizar competencias y otra reconocer que en Espa?a conviven comunidades con sentimientos diferentes
Los resultados de las elecciones del 23-J vuelven a situar los asuntos territoriales en el centro del debate pol¨ªtico. Puesto que sin el apoyo de todos los grupos nacionalistas vascos y catalanes, Pedro S¨¢nchez no conseguir¨¢ la investidura, debemos prepararnos para una legislatura con fuerte presencia de las relaciones centro-periferia (si es que no se repiten las elecciones).
Cogiendo un poco de distancia, resulta evidente que hay cuestiones m¨¢s urgentes y con un mayor impacto en la vida cotidiana de la gente: la transici¨®n ecol¨®gica, la vivienda, la salud mental, la vulnerabilidad social, la educaci¨®n, etc¨¦tera. Muchas personas sienten fatiga e irritaci¨®n ante el protagonismo de los problemas territoriales. Lo ven como una maldici¨®n, como un castigo b¨ªblico, que nos roba energ¨ªas para abordar ¡°lo que verdaderamente importa¡±.
Hay buenas razones para desesperarse: el conflicto territorial nos persigue desde hace m¨¢s de un siglo, se ha manifestado desde la Restauraci¨®n en todos los reg¨ªmenes pol¨ªticos que hemos tenido. Se trata, pues, de un problema recurrente y profundo.
Son muchos quienes piensan que, llegados a este punto, el problema no tiene arreglo. Su razonamiento viene a ser el siguiente: la Constituci¨®n de 1978 dio paso a una intensa descentralizaci¨®n que, sin embargo, no ha servido para zanjar el asunto. Las autonom¨ªas gozan de numerosas competencias, se ha transferido el grueso de las pol¨ªticas sociales, la sanidad y la educaci¨®n, y las nacionalidades con lengua propia han podido desarrollar pol¨ªticas de protecci¨®n y fomento de esta. Si despu¨¦s de ¡°concederles¡± tanto no se consideran satisfechos, concluye el esc¨¦ptico, es porque el nacionalismo resulta insaciable y no queda m¨¢s remedio que poner freno como sea a sus inacabables peticiones. Al fin y al cabo, los nacionalistas vascos y catalanes son minor¨ªas en Espa?a, no tienen fuerza para desestabilizar o romper el Estado, as¨ª que pueden ir olvid¨¢ndose de sus reclamaciones: quien tiene la ¨²ltima palabra es el conjunto de los espa?oles. Y punto, como se dice castizamente.
Cabe otro diagn¨®stico: cuando un conflicto as¨ª se enquista en un pa¨ªs, suele deberse a un ajuste imperfecto entre las instituciones del Estado y la realidad social. Dicho con otras palabras, las instituciones no reflejan adecuadamente la estructura social del pa¨ªs y, por lo tanto, la pol¨ªtica no encuentra soluciones efectivas y duraderas a los problemas y conflictos de intereses que se plantean.
A fin de evitar un largo excurso hist¨®rico, perm¨ªtanme que ilustre el asunto ci?¨¦ndome a nuestro actual periodo democr¨¢tico. La represi¨®n franquista no consigui¨® sofocar la conciencia nacional de las regiones con lengua propia, sobre todo Pa¨ªs Vasco y Catalu?a (y, en menor medida, Galicia). En dichas regiones se han mantenido especificidades ling¨¹¨ªsticas, pol¨ªticas, fiscales y de derecho civil. En el ¨¢mbito pol¨ªtico, la prueba m¨¢s clara es la presencia de subsistemas de partidos diferenciados de los del resto de Espa?a. Estos sistemas de partidos son reflejo de una cultura pol¨ªtica distinta, seg¨²n puede verse, por ejemplo, en las dificultades que tiene Vox (representante del nacionalismo espa?ol m¨¢s excluyente) para penetrar en dichos territorios. En las ¨²ltimas elecciones generales, Vox no consigui¨® ning¨²n diputado en Galicia y Pa¨ªs Vasco (tampoco en Navarra) y tan solo dos en Catalu?a (de los 48 diputados que se eleg¨ªan en las provincias catalanas). En el resto de Espa?a, la cosa fue bien distinta, obteniendo Vox en torno a un 15% del voto en casi todas las dem¨¢s comunidades aut¨®nomas. Hay otros aspectos en los que tambi¨¦n se detecta la diferencia de cultura pol¨ªtica: por ejemplo, en el rechazo masivo a la monarqu¨ªa en Catalu?a y Pa¨ªs Vasco.
Aunque se ha producido una profunda descentralizaci¨®n administrativa, es dudoso que el sistema auton¨®mico espa?ol refleje verdaderamente la naturaleza del pa¨ªs, su car¨¢cter plurinacional. Una cosa es descentralizar decisiones y competencias y otra reconocer que en Espa?a conviven comunidades con sentimientos nacionales diferentes. Me da la impresi¨®n de que hemos estado dispuestos a descentralizar considerablemente con tal de no tener que reconocer la plurinacionalidad constitutiva de Espa?a. Incluso el modelo federal se enarbola en ocasiones para evitar dicho reconocimiento.
La idea de naci¨®n es confusa y discutible (como ya dijo Zapatero, para esc¨¢ndalo de muchos, en 2004). Se ha escrito much¨ªsimo al respecto. Una naci¨®n o nacionalidad suele caracterizarse m¨ªnimamente por tres elementos: una identidad de pertenencia com¨²n, unas obligaciones de apoyo y solidaridad para con los nacionales de la misma comunidad y una aspiraci¨®n de autogobierno. A esto suele a?adirse una cierta tradici¨®n hist¨®rica y una base territorial, aunque estos otros dos elementos no son estrictamente necesarios. Desde un punto de vista descriptivo, no creo que sea muy arriesgado afirmar que existe una naci¨®n espa?ola y al menos tambi¨¦n unas naciones vasca y catalana. Tienen distinto alcance y no son excluyentes por necesidad; puede haber, desde luego, identidades nacionales solapadas.
Depende en ¨²ltima instancia de la sociedad espa?ola si se sacan consecuencias pol¨ªticas de esta cuesti¨®n de hecho, la plurinacionalidad, o se contin¨²a con la ficci¨®n de la naci¨®n ¨²nica. Hist¨®ricamente, ha habido una falta de reconocimiento pol¨ªtico o, en el mejor de los casos, un reconocimiento indirecto y vergonzante de la realidad plurinacional espa?ola. Nuestra Constituci¨®n distingui¨® entre regiones y nacionalidades, pero los partidos dominantes y el Tribunal Constitucional prefirieron no hurgar mucho en este punto, optando por el ¡°caf¨¦ para todos¡±. El resultado ha sido una inestabilidad constante en el modelo territorial, con varias crisis graves. En lo que va de siglo, hemos experimentado dos momentos complicados, primero con el plan Ibarretxe y despu¨¦s con el proc¨¦s catal¨¢n. En ambos casos se ha planteado con toda su crudeza un conflicto sobre la composici¨®n del demos (el pueblo), es decir, un conflicto en torno a la pertenencia a la comunidad y su proyecto de vida pol¨ªtica en com¨²n. Los independentistas, por razones diversas que ser¨ªa muy complejo resumir aqu¨ª, no quer¨ªan seguir formando parte del demos espa?ol. Eso no es un crimen ni una traici¨®n, ni es fruto de un odio generalizado a Espa?a, sino, m¨¢s bien, un reflejo de que no hemos conseguido establecer un dise?o institucional y pol¨ªtico que desactive las demandas de independencia y ruptura de la naci¨®n espa?ola, es decir, un dise?o integrador que permita la convivencia entre sentimientos nacionales diversos.
La plurinacionalidad exige pol¨ªticas de reconocimiento (como el uso de lenguas cooficiales en el Congreso), pero tambi¨¦n una participaci¨®n efectiva en la toma de decisiones y en las instituciones del Estado (incluyendo el Tribunal Constitucional). Exige entender que el uniformismo pol¨ªtico y jur¨ªdico no puede funcionar cuando se aplica en un pa¨ªs que alberga en su seno naciones de distinta escala y ambici¨®n. El nacionalismo espa?ol ha considerado que el reconocimiento de la plurinacionalidad es la antesala de la ruptura de Espa?a: pide firmeza ante la reivindicaci¨®n nacional de vascos y catalanes, sin entender que dicha reivindicaci¨®n ha sido en muchos momentos resultado de la resistencia al reconocimiento de la plurinacionalidad.
Aunque el pa¨ªs est¨¢ profundamente dividido sobre este particular, los resultados electorales han querido que no nos quede m¨¢s remedio que abordar este asunto dif¨ªcil. Un asunto que, para bien o para mal, no va a desaparecer por mucho que miremos a otro lado o endurezcamos la ley. Por azares de la historia, se abre una oportunidad para que nos reconciliemos con el tipo de sociedad que realmente constituimos.
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