Sobre Amelia Valc¨¢rcel
Contra la tentaci¨®n del esencialismo, la pensadora Clara Serra aspira a rescatar lo mejor del feminismo de la igualdad sin asumir las consecuencias indeseables de su evoluci¨®n ante nuevas demandas y exigencias sociales
Este art¨ªculo forma parte del n¨²mero de diciembre de la revista TintaLibre, disponible en quioscos y para sus suscriptores
A finales de los a?os ochenta, la fil¨®sofa Celia Amor¨®s puso en marcha en la Universidad Complutense de Madrid un seminario que llevaba por t¨ªtulo Feminismo e Ilustraci¨®n y que tendr¨ªa importantes consecuencias de cara a la emergencia de un feminismo propiamente espa?ol. Se trat¨® de empezar a poner las piezas de una teor¨ªa feminista bien armada que estuviera en condiciones de intervenir en los debates acad¨¦micos del momento y de confrontar algunas de las perspectivas feministas que se abr¨ªan paso en el contexto europeo. Vigente desde 1987 hasta 1994, este seminario permanente se convertir¨ªa en una de las primeras rendijas por la que esa cosa llamada ¡°feminismo¡± irrumpir¨ªa en una academia espa?ola postfranquista que viv¨ªa completamente de espaldas a lo que las mujeres ten¨ªan que plantear, no solo en el terreno social y pol¨ªtico sino tambi¨¦n en el ¨¢mbito del pensamiento cient¨ªfico. Por ¨¦l pasaron Ana de Miguel, Rosa Cobo, Alicia H Puleo, Mar¨ªa Luisa Femen¨ªas, Concha Rold¨¢n y otras muchas importantes feministas que, tras formarse con Amor¨®s, recoger¨ªan su testigo y seguir¨ªan su ejemplo para mantener viva lo que, sin lugar a dudas, ha sido una escuela de pensamiento. Para las feministas de las siguientes generaciones, las que nos instruimos leyendo los libros que ellas escrib¨ªan y nos formamos asistiendo a las clases que ellas impart¨ªan, el ¡°feminismo de la igualdad¡± supuso nada menos que la puerta de entrada al feminismo. Muchas cosas han pasado desde el comienzo de aquel seminario en el que Celia Amor¨®s nos anim¨® a disputar las teor¨ªas de Plat¨®n, Descartes o Rousseau y a apropiarnos de las ideas de la historia del pensamiento, incluso contra sus propios autores. La historia reciente del feminismo en nuestro pa¨ªs no se entender¨ªa sin hacernos cargo de la hegemon¨ªa que ha tenido una corriente de pensamiento que ha ocupado durante d¨¦cadas posiciones clave en la universidad espa?ola, que, a trav¨¦s del mundo editorial, ha exportado muchas ideas al contexto latinoamericano y que, desde los alrededores intelectuales del Partido Socialista, ha llegado a alcanzar una importante influencia pol¨ªtica e institucional.
Si hay una figura especialmente paradigm¨¢tica de este feminismo es Amelia Valc¨¢rcel, la m¨¢s importante de las disc¨ªpulas de Celia Amor¨®s. Doctorada en 1982, el mismo a?o en el que Felipe Gonz¨¢lez gana sus primeras elecciones generales, Valc¨¢rcel es una fil¨®sofa y una acad¨¦mica. Pero ha sido tambi¨¦n consejera de Educaci¨®n, Cultura, Deportes y Juventud en el Gobierno asturiano a principios de los a?os noventa, como ha sido consejera de Estado durante m¨¢s de 20 a?os. Representa, mejor a¨²n que su mentora intelectual, el estatuto tanto te¨®rico como pol¨ªtico de un feminismo que, durante d¨¦cadas, gobern¨® no solo en el naciente ¨¢mbito de los ¡°estudios de g¨¦nero¡± que hoy pueblan las universidades sino que ha influido en los gobiernos y en las leyes.
El trabajo te¨®rico de Valc¨¢rcel tiene como uno de sus principales rasgos distintivos la cr¨ªtica al esencialismo. Contin¨²a as¨ª con la tarea emprendida por Celia Amor¨®s de poner en cuesti¨®n toda identidad fuerte de ¡°las mujeres¡±. Lo que Amor¨®s revindica, frente a esa identidad gen¨¦rica en la que siempre el patriarcado nos inscribe ¡ªy que nos vuelve seriales, indiferenciables e indiscernibles¡ª es nuestro derecho a la individuaci¨®n. Adquirir el estatuto de sujetos para las mujeres pasa por conquistar nuestro derecho a la diferencia, entendida ¨¦sta como una diferencia no con respecto a los hombres sino con respecto nosotras mismas. Es precisamente este esp¨ªritu anti esencialista lo que llev¨® al feminismo de la igualdad a constituirse en contraposici¨®n a unos feminismos de la diferencia, muy presentes tanto en el contexto franc¨¦s como en Italia. Amor¨®s desconfi¨® siempre de que la noci¨®n de lo femenino ¡ªpropia de los feminismos en di¨¢logo con el psicoan¨¢lisis¡ª abriera caminos emancipatorios y discuti¨® con vehemencia los feminismos italianos que hac¨ªan de una especificidad femenina vinculada al cuerpo y a lo biol¨®gico la condici¨®n de partida sobre la cual edificar un proyecto pol¨ªtico feminista. A su juicio, los feminismos empe?ados en identificar a las mujeres como sujeto pol¨ªtico a partir de la diferencia sexual acababan restaurando el biologicismo, idealizando la maternidad, la relaci¨®n de las mujeres con la naturaleza o los famosos cuidados femeninos. Consider¨® que el feminismo y la posmodernidad implicaban una liaison dangereuse y que en esa promesa de superar la Modernidad y esa reivindicaci¨®n de la diferencia como algo ahora deseable, se hac¨ªa de la necesidad virtud vendi¨¦ndonos como rebeld¨ªa femenina lo que sigue siendo nuestra vieja exclusi¨®n del orden pol¨ªtico y social.
Este esp¨ªritu antiesencialista adquiere en manos de Valc¨¢rcel expresiones y desarrollos propios, como lo es su brillante reivindicaci¨®n del derecho al mal de las mujeres. Suponer una superioridad moral femenina, afirmar que las mujeres son buenas o que son mejores que los hombres ¡ªdigamos, por ejemplo, m¨¢s pac¨ªficas o m¨¢s cuidadosas, menos competitivas o violentas, m¨¢s solidarias o generosas¡ª puede ser el modo de encubrir lo que m¨¢s bien es la viej¨ªsima prescripci¨®n de excelencia moral que una sociedad patriarcal siempre les ha hecho a las mujeres. Valc¨¢rcel afirmar¨¢ que, lejos de ello, el feminismo tiene que impugnar todo deber de las mujeres de demostrar que son buenas para poder acceder a sus derechos y libertades y, por lo tanto, que defender la igualdad pasa tambi¨¦n por defender el derecho a la mediocridad, al error y a la maldad de las mujeres.
Si algo me parece evidente es que esta vacuna cr¨ªtica contra el esencialismo era tan necesaria entonces como sigue siendo necesaria hoy. Cuando la propia izquierda defiende el acceso de las mujeres a cargos pol¨ªticos y listas electorales prometiendo as¨ª una pol¨ªtica buena, me parece que el discurso feminista m¨¢s radical es aquel que recuerda que, incluso pudiendo ser malas, al menos tan malas como los hombres, tenemos derecho al poder en igualdad de condiciones que los hombres. Cuando los discursos sobre la sexualidad defienden el derecho de las mujeres al deseo y parecen hacer descansar en ello la promesa de un sexo bueno, quiz¨¢s convenga recordar que no tenemos derecho al sexo (al menos el mismo derecho que los hombres) solo bajo la condici¨®n de tener deseos bellos y buenos.
Para quienes nos incorporamos al feminismo a trav¨¦s de los libros de Amor¨®s y de Valc¨¢rcel, la actual deriva del feminismo de la igualdad, al menos la de una buena parte de sus representantes, no deja de tener algo de destino tr¨¢gico. Si en un tiempo fue justamente ese feminismo el que nos arm¨® de herramientas cr¨ªticas para desconfiar del esencialismo con el que siempre se envuelve el concepto de ¡°la mujer¡±, si fue justamente ese feminismo el que nos previno de todo recurso a la biolog¨ªa, hoy parece no quedar mucho de todo eso. En La gran diferencia y sus peque?as consecuencias, la propia Celia Amor¨®s le reconoc¨ªa a Butler su acierto en la constataci¨®n de que ¡°la categor¨ªa ¡°mujeres¡± plantea sin duda problemas¡± y que ¡°ello deber¨ªa llevarnos a asumir el car¨¢cter siempre revisable de la definici¨®n de la categor¨ªa y su problematicidad¡±[1]. Es decir, m¨¢s vale que el feminismo nunca crea tener completamente claro lo que es ¡°ser una mujer¡±. Hoy, quienes nos advirtieron contra las definiciones fuertes, en un extra?o reencuentro feliz con el biologicismo, asisten a manifestaciones con carteles que rezan ¡°las mujeres gestan¡± o ¡°las mujeres menstr¨²an¡±.
Una de las grandes apuestas filos¨®ficas del feminismo ilustrado de la igualdad fue rescatar para el feminismo algunas de las filosof¨ªas dualistas que peor prensa ten¨ªan en el pensamiento contempor¨¢neo de los noventa. Contra todo pron¨®stico, Amor¨®s reivindicar¨¢ las potencialidades feministas de la filosof¨ªa cartesiana o kantiana y afirmar¨¢ que es precisamente la separaci¨®n del alma y del cuerpo lo que abre la puerta a la irrelevancia del sexo biol¨®gico y, por lo tanto, al combate de las mujeres contra un orden social edificado sobre esa diferencia. Sin duda tiene mucho de tr¨¢gico ver c¨®mo hoy quienes nos alertaron contra el peligro que supone deducir del cuerpo una manera de estar en el mundo agitan discursos del p¨¢nico contra las mujeres trans y sostienen que permitir entrar en nuestros ba?os a personas con pene supone un evidente peligro sexual para nosotras. Una diferencia sexual que en otro tiempo fue sometida a sospecha es ahora recuperada, resignificada, fortificada en su versi¨®n m¨¢s biologicista y determinista e investida como condici¨®n sine qua non de la autenticidad y la viabilidad pol¨ªtica del feminismo.
En el verano de 2019, Amelia Valc¨¢rcel, fundadora de la Escuela Feminista Rosario Acu?a, reuni¨® como anfitriona a las principales voces del feminismo de la igualdad para poner en com¨²n una preocupaci¨®n. Los marcos te¨®ricos de la teor¨ªa queer, la agenda del movimiento trans y la demanda del cambio de sexo registral fuera del marco de la enfermedad mental supondr¨ªan un peligro para el feminismo. Por primera vez de forma clara se expres¨® all¨ª la acusaci¨®n que este feminismo lanza no s¨®lo contra lo que llaman el ¡°generismo queer¡± sino contra la existencia misma de las personas trans: su identificaci¨®n con un modo masculino o femenino de habitar el mundo reificar¨ªa el sexismo y su reclamaci¨®n de que esta adscripci¨®n de g¨¦nero sea validada y reconocida por la ley trabajar¨ªa contra la agenda del feminismo y su horizonte de abolir el g¨¦nero.
En efecto, es cierto que todas las feministas aspiramos a abolir el g¨¦nero, tan cierto como que, en el mientras tanto, todas nosotras lo habitamos y lo reproducimos. Tambi¨¦n Amelia Valc¨¢rcel se viste cada d¨ªa de mujer por mucho que lleve tacones de tres y no de 20 cent¨ªmetros. Por supuesto, tendremos que combatir la obligaci¨®n de llevar tacones o de ser madres o de llevar velo o ser femeninas pero eso es muy distinto que combatir a las mujeres que se ponen tacones o son madres o a quienes se ponen un velo o son femeninas. Se trata de no confundir al enemigo y, por tanto, de combatir una estructura social y no a los sujetos de esa estructura. Si ser mujeres es un obst¨¢culo para tener determinados derechos, tambi¨¦n lo es en el mundo que hoy existe no encarnar claramente un g¨¦nero, o no como la sociedad lo espera, lo que para algunas personas puede suponer un lugar inh¨®spito e inhabitable. Quienes reivindican poder ser hombres o mujeres en un mundo donde todos lo somos no reproducen m¨¢s el g¨¦nero de lo que todos los dem¨¢s lo hacemos. ?Qu¨¦ derecho tenemos, quienes somos comprensibles en los t¨¦rminos que gobiernan nuestra sociedad, a exigirles a otros que batallen por defender su incomprensibilidad? ?Por qu¨¦ se acusa de perpetuar el g¨¦nero a quienes m¨¢s sufren las consecuencias de su existencia? ?Con qu¨¦ legitimidad se se?ala como colaboradores del sistema patriarcal a quienes reclaman el derecho a no ser violentados, humillados o excluidos por una sociedad donde existe el g¨¦nero y de la que todos y todas formamos parte? ?Acaso tendr¨ªan que convertir su propio cuerpo y su existencia cotidiana en un frente de lucha por la abolici¨®n del g¨¦nero? Para quienes nos instruimos en la reivindicaci¨®n de nuestro derecho al mal y aprendimos a rechazar cualquier exigencia de virtud, excelencia o bondad especial para las mujeres no es aceptable esta exigencia de hero¨ªsmo militante que parece hac¨¦rsele a las personas trans.
El peligro que amenaza siempre al feminismo de la igualdad es que la Ilustraci¨®n se torne despotismo ilustrado. Es justamente ese salto el que emprenden muchas de las feministas de la igualdad cuando inscriben a los sujetos pol¨ªticos cuyas luchas impugnan ¡ªsean trabajadoras sexuales que se organizan en sindicatos, mujeres feministas que llevan velo o personas trans que demandan derechos¡ª en el reino de la falsa conciencia. Dec¨ªa Celia Amor¨®s, en la mejor de las tradiciones ilustradas, que un sujeto que demanda m¨¢s libertad es un sujeto que ya siempre es en alg¨²n sentido libre. Y por eso tiene sin duda un car¨¢cter tr¨¢gico la deriva desp¨®tica de un feminismo que parece entenderse a s¨ª mismo como una vanguardia iluminada y que se siente asistido por la verdad y la raz¨®n para emprender una guerra contra quienes considera esclavos que reivindican sus cadenas.
Tiene sentido reflexionar sobre si este tipo de soberbia, potencialmente dogm¨¢tica y reaccionaria, es una caracter¨ªstica consustancial al feminismo de la igualdad o si es una cualidad de sus defensoras. Amelia Valc¨¢rcel, que ha protagonizado numerosas intervenciones p¨²blicas refiri¨¦ndose a pol¨ªticas e intelectuales trans como ¡°personas con genitales masculinos¡± o ¡°con nombre de vedette¡± o que ha llegado a felicitar a N¨²?ez Feij¨®o por su defensa honesta del feminismo, parece encarnar hoy mejor que nadie una preocupante deriva conservadora. Ahora bien, Valc¨¢rcel, como pensadora erudita, incisiva y brillante, representa, al mismo tiempo, lo mejor que ha producido ese feminismo. Aunque este art¨ªculo se llame Sobre Valc¨¢rcel no es mi inter¨¦s examinar ni criticar ning¨²n aspecto concreto de una persona de la que, en un sentido particular, no pretendo decir absolutamente nada. De lo que se trata en una discusi¨®n p¨²blica es de discutir de las ideas. Nos interesa aqu¨ª no la persona que es Valc¨¢rcel sino si, m¨¢s all¨¢ de s¨ª misma, su figura es capaz de decir algo sobre un feminismo que lleg¨® al poder y que ha tenido efectos ideol¨®gica y pol¨ªticamente relevantes. Sobre si el feminismo de la igualdad tiene un desenlace necesariamente conservador, excluyente y desp¨®tico es sobre lo que creo que a otras nos toca pensar.
Yo optar¨ªa m¨¢s bien por recordar que toda buena teor¨ªa hace que desde el interior de sus propios t¨¦rminos se abran disputas posibles y que esa es precisamente la osad¨ªa a la que Celia Amor¨®s nos invit¨® a hacer a las feministas con la historia del pensamiento y con las ideas. Quiz¨¢s la figura de Valc¨¢rcel evidencie que es necesario reivindicar hoy lo mejor del feminismo ilustrado de la igualdad y que es m¨¢s necesario que nunca disputarlo para salvarlo de sus derivas tr¨¢gicas.
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