Piedra de Toque
El ¨²nico consejo que transmito a los j¨®venes que se inician como escritores en la prensa diaria: decir y defender su verdad, coincida o discrepe con lo que el diario defiende editorialmente
No s¨¦ si fue Juan Luis Cebri¨¢n, su primer director, o Jes¨²s de Polanco, el principal accionista de EL PA?S, quien fij¨® una l¨ªnea desde el inicio, pero lo claro es que quien lo hizo ten¨ªa una idea muy moderna de la prensa escrita, porque la aparici¨®n de EL PA?S, en plena Transici¨®n, fue de lo mejor que ten¨ªa que ofrecer Espa?a en el nuevo r¨¦gimen. Todo era novedoso, incluyendo la diagramaci¨®n y el formato, pero lo m¨¢s importante era la veracidad de la informaci¨®n, el hecho de que las cosas de las que se daba cuenta en los textos correspond¨ªan a una verdad que pod¨ªan verificar los lectores mediante sus conflictos con la realidad siempre cambiante. Esa fue la gran revoluci¨®n que introdujo EL PA?S en el mundo de las noticias, en una ¨¦poca en que los espa?oles (y latinoamericanos que viv¨ªan todav¨ªa en dictadura) estaban ¨¢vidos de prensa libre: una clara diferencia entre las cosas que defend¨ªa el diario, sus opiniones, y las cosas que el peri¨®dico informaba o anunciaba, comprobables simplemente prestando atenci¨®n a lo que suced¨ªa o iba a suceder. Despu¨¦s de tantos a?os de propaganda, los espa?oles no estaban acostumbrados a esa divisi¨®n entre la verdad de los hechos y la opini¨®n. La revoluci¨®n que supuso el diario ten¨ªa este car¨¢cter singular: los hechos reales, por un lado, y, por el otro, lo que el diario defend¨ªa o atacaba.
Esta peque?a revoluci¨®n que introdujo el nuevo diario oblig¨® a sus cong¨¦neres a optar por una divisi¨®n tan similar que, entre los hechos ocurridos y la opini¨®n del peri¨®dico, hab¨ªa a veces enormes distancias. No todos lograron esa diferenciaci¨®n, pero la existencia de EL PA?S los oblig¨® a intentarlo.
Los lectores se acostumbraron a leer las noticias, cuya verosimilitud era flagrante, y los comentarios que estas suscitaban, favorables o adversos, frente a las ocurrencias que se transmit¨ªan. Hay que situarse en el contexto de la ¨¦poca para entender el cambio. Yo recuerdo, con mi peque?o bagaje de lector de diarios, lo que esto signific¨®. Como lector de prensa, mi experiencia era limitada. Hasta entonces, en la prensa en espa?ol resultaba muy dif¨ªcil diferenciar aquello que ocurr¨ªa de lo que daba cuenta el peri¨®dico, porque a menudo ven¨ªa mezclado con las posiciones del diario. Decir la verdad desnuda fue el gran ¨¦xito de EL PA?S, con prescindencia de las opiniones que sobre este acontecer ofrec¨ªa.
Contrat¨® mi columna en EL PA?S, en 1990, quien hab¨ªa asumido la direcci¨®n hac¨ªa poco, Joaqu¨ªn Estefan¨ªa, y desde el comienzo decid¨ª que se llamara Piedra de Toque. Pocos d¨ªas o semanas despu¨¦s, al opinar sobre un asunto en el que el diario manten¨ªa una l¨ªnea diferente, Jes¨²s de Polanco defendi¨® mi posici¨®n en contra de la l¨ªnea del peri¨®dico, argumentando que los columnistas del diario ten¨ªan derecho a la defensa de sus opiniones, tanto si estas eran adversas o simpatizantes con las del propio diario.
Estoy convencido de que la verdad de los redactores, aunque se equivoquen, tambi¨¦n debe ser publicada, siempre y cuando los editores no detecten errores comprobables, porque son ellos quienes est¨¢n m¨¢s cerca de la noticia y la calle. Los columnistas tienen una funci¨®n distinta, con m¨¢s libertad que quien cumple una funci¨®n informativa, pero eso no implica que tengan menos responsabilidad a la hora de transmitir la verdad tal y como la entienden. Una vez que est¨¦n convencidos de haberla encontrado, los articulistas deben estar dispuestos a defenderla incluso contra la voluntad del peri¨®dico, si hace falta. Yo he tenido mucha suerte, las expresiones que me han acompa?ado han sido siempre m¨ªas, coincidieran o discreparan de la l¨ªnea pol¨ªtica del peri¨®dico, lo que quiere decir que, cuando me he equivocado, lo he hecho sin ser previamente ¡°corregido¡±, pues EL PA?S ha respetado mi punto de vista.
Ese ser¨ªa el ¨²nico consejo que transmito a los j¨®venes que se inician como escritores en la prensa diaria: decir y defender su verdad, coincida o discrepe con lo que el diario defiende editorialmente. Creo que el ejemplo de EL PA?S ha cundido y que ahora, aunque hay excepciones, esa es una pol¨ªtica m¨¢s o menos general, o por lo menos el intento. As¨ª como la Transici¨®n espa?ola sirvi¨® a muchos pa¨ªses del otro lado del Atl¨¢ntico que se inspiraron en ella al dejar atr¨¢s sus dictaduras y democratizarse en la d¨¦cada de los ochenta, EL PA?S tambi¨¦n fue una referencia para los diarios que recuperaron su libertad o se fundaron en la nueva etapa democr¨¢tica.
A veces, es dif¨ªcil decir la verdad tal como la entendemos desde nuestra posici¨®n particular, y hay el riesgo de equivocarse porque la verdad puede ser esquiva, compleja, diversa (Isaiah Berlin hablaba, en otro contexto, de ¡°las verdades contradictorias¡±). Pero en este caso, la confesi¨®n del error vale tanto como haber acertado en la defensa de lo propio. Aparte del riesgo de equivocarse, los columnistas enfrentan otro problema. A menudo es dif¨ªcil estar siempre con el humor de la p¨¢gina escrita y muchas veces las columnas no salen bien porque pecan de suficiencia o de esas infracciones en las que incurren los periodistas mal instruidos. Es preferible, en ese caso, reconocer la incertidumbre antes que defender una verdad de manera deforme o escondida, pues ante el hecho veros¨ªmil siempre ser¨¢ factible opinar con reticencias, con dudas, antes que equivocarse garrafalmente.
Siempre y cuando un peri¨®dico reconozca que algunos hechos difieren de las verdades que promueve, su credibilidad se mantiene. Cuando hay discrepancia entre su verdad y ciertos hechos, las costumbres de los diarios son distintas, porque algunos, siempre de calidad, prefieren abstenerse de decir su verdad y publicar los hechos. O reconocer el error de haber puesto al frente una versi¨®n equivocada. Mientras esto se haga de manera honesta, vale. Lo grave es empantanar la verdad o velarla para evitar dar armas al competidor o contradecir las convicciones propias.
Nunca he dejado de decir mi verdad, en la que hay un margen de error, a veces grande, y que puede ir evolucionando, incluso de manera dr¨¢stica. Cuando he publicado compilaciones de art¨ªculos, como Contra viento y marea, donde se puede seguir mi trayectoria del socialismo al liberalismo en textos de hace muchos a?os, he querido que mis lectores asistan a trav¨¦s de esos art¨ªculos contradictorios y discrepantes entre s¨ª a mi propio aprendizaje moral y pol¨ªtico. Aqu¨ª, en mi Piedra de toque, he opinado sobre todas las cosas que me favorec¨ªan o perjudicaban, siempre de buena fe, coincidiera o discrepara con la l¨ªnea del peri¨®dico. En muchas cosas he sido consistente a lo largo de las d¨¦cadas y en otras he ido variando mi manera de pensar. Y quiz¨¢ ese es el m¨¦rito de las columnas que duran tantos a?os: transparentar el debate que un columnista tiene consigo mismo a lo largo del tiempo cuando se esfuerza por acercar sus ideas a la realidad, que es siempre cambiante en funci¨®n del contexto.
Mi consejo, dec¨ªa antes, a los periodistas j¨®venes, es decir siempre la verdad, aunque ella sea dif¨ªcil de asimilar y describir, en funci¨®n de la realidad. Aunque a menudo esto resulta arduo, siempre hay maneras de acercarse a ella, y creo que si el periodista renuncia a su obligaci¨®n de decir la verdad, esa es la fuente de la que derivan todos los males de la prensa, desde el peque?o disfuerzo hasta el maremoto que puede provocar la mentira. El periodista de talento busca la verdad como una espada que se abre paso por doquier. Decir mentiras, manipular, es f¨¢cil, pero tarde o temprano queda en evidencia. El que dice la verdad y la defiende presta un servicio a sus lectores y a su tiempo. Eso es a lo que t¨ªmidamente he aspirado con el nombre ¡ªPiedra de toque¡ª de mi columna en EL PA?S.
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