?Dulce Navidad?
Hoy soy yo, ya vieja, quien me atrevo a recomendar la doctrina de los m¨ªos: sentarse unos a la paz de los otros y re¨ªr y llorar juntos. Nada dura para siempre y, mal que bien, estamos vivos
Mi padre, ?ngel por buen nombre, ten¨ªa az¨²car. Como su madre y muy se?ora suya, mi abuela Gabina. Que eran diab¨¦ticos ambos, vamos, dicho en el habla, tan deudora de Don Quijote como de Sancho Panza, de su pueblo manchego. En las sobremesas navide?as, con el caf¨¦ y los dulces por testigos, bromeaban ech¨¢ndose el uno al otro la culpa de su desgracia, porque madre e hijo eran igual de galgu¨ªsimos, o sea, golosos, y se les iban las manos al turr¨®n en cuanto les quit¨¢bamos el ojo. La madre culpaba al hijo, un lech¨®n de cinco kilos gestado a base de pan con pan en el a?o del hambre de la posguerra, que, al nacer, la dej¨®, adem¨¢s, cegata perdida y con un prolapso uterino que se sujetaba con las bragas apretadas hasta los sobacos. Y el hijo acusaba a la madre por lo de los genes que le explic¨® el endocrino cuando, despu¨¦s de desmayarse en la consulta con los resultados de los an¨¢lisis, le dijo que lo suyo era glucemia ¡ªglu-ce-mia¡ª y no leucemia, como hab¨ªa entendido. Total, que, a cuenta del mal que les acort¨® la vida, acababan muertos de la risa y la pena, porque en los refranes de su pueblo, y en los de todos, la pena y la risa son compatibles.
Pienso mucho en mi padre y mi abuela en estas hiperazucaradas v¨ªsperas de lo que se nos viene encima. Mi pap¨¢ y mi yaya llegaron a tiempo al enga?abobos de los dulces sin az¨²car y de ponerse ciegos de esa metadona para lidiar con la implacable ley de vida que nos acecha a todos. Un diagn¨®stico fatal. El dolor de los tuyos. Una espada contra una pared. Duelos y quebrantos del cuerpo y del alma que casi nunca faltan. Hoy, ya vieja, soy yo quien me atrevo a recomendar la doctrina de los m¨ªos. Sentarse unos a la paz de los otros y re¨ªr y llorar juntos. Feliz Navidad, con o sin az¨²car. Nada dura para siempre, el 7 de enero est¨¢ a la vuelta de la esquina y, mal que bien, estamos vivos. De mi abuela me queda su retranca y sus gafas de culo de vaso. De mi padre, el verlas venir y la melancol¨ªa. Hubiera cumplido 84 a?os en 2024 y lleva 17 criando malvas. No me repongo.
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