Max Aub, el escritor espa?ol que mejor cont¨® la experiencia de la guerra y los refugiados
Se cumplen 50 a?os de la muerte del autor de ¡®Morir por cerrar los ojos¡¯ y ¡®Diario de Djelfa¡¯, que opt¨® por no inventar en su obra sino por dar testimonio del exilio y la dimensi¨®n internacional que tuvo la guerra civil espa?ola
A veces es como si el pasado nunca muriera, siempre estuviese ocurriendo, volviera de manera inesperada arrastr¨¢ndonos con sus olas de destrucci¨®n. Uno trata de convencerse de que no es posible que se repita un Hitler, un Stalin, un Franco; alguien con una megaloman¨ªa criminal semejante. Uno aprende al estudiar que la historia no retorna, que las circunstancias siempre son otras, pero lee los peri¨®dicos y las similitudes con los a?os treinta y cuarenta resultan inevitables. Uno regresa entonces a los testimonios de aquella ¨¦poca buscando claridad, y comprende la lucidez que se requiere para escribir de lo que ocurre casi en el instante.
Volver estos d¨ªas ominosos a dramas como San Juan o Morir por cerrar los ojos, cuando se cumplen 50 a?os de la muerte de Max Aub (Par¨ªs, 1903 - Ciudad de M¨¦xico, 1972), a sus novelas, dietarios o poemas como los recogidos en Diario de Djelfa, sirve para comprobar que no ha habido un escritor espa?ol que haya sabido contar mejor la experiencia de la guerra y los refugiados, el desgarro de la tierra perdida y el internamiento en los campos, el exilio y la dimensi¨®n internacional que tuvo la guerra civil espa?ola. Porque fue la guerra, desde la incredulidad previa a la desesperada evacuaci¨®n del puerto de Alicante que narrar¨ªa en Campo de los almendros, lo que hizo que Aub fuese el tipo de escritor que acab¨® siendo: aquel que se percata de que, en vez de inventar, su tarea debe consistir en dar testimonio.
Debido a su lugar de nacimiento y la ciudadan¨ªa de su madre, que era adem¨¢s de origen jud¨ªo, Aub podr¨ªa haber optado por el pasaporte franc¨¦s, pero prefiri¨® conservar el espa?ol hasta su muerte, y solo acept¨® la doble nacionalidad mexicana como muestra de gratitud hacia ese pa¨ªs que hab¨ªa acogido a buena parte de la di¨¢spora republicana. En sus diarios explica que, si hubiera hecho lo contrario, habr¨ªa cometido una traici¨®n m¨²ltiple: a los derrotados de una guerra perdida en parte por la no intervenci¨®n de Francia y Reino Unido, que fueron recluidos en campos como el de Arg¨¨les-sur-Mer y que ser¨ªan entregados poco m¨¢s tarde a los nazis por el r¨¦gimen de Vichy; y a ¨¦l mismo, al que hab¨ªa decidido que era su pa¨ªs y a la lengua en la que escribi¨® todos sus libros. En un tiempo en el que el patrioterismo parece otra vez en auge, no est¨¢ mal recordar la reivindicaci¨®n espa?ola de Antonio Machado, de Luis Cernuda o de Max Aub.
Debido a su lugar de nacimiento y la ciudadan¨ªa de su madre, que era adem¨¢s de origen jud¨ªo, Aub podr¨ªa haber optado por el pasaporte franc¨¦s, pero prefiri¨® conservar el espa?ol hasta su muerte
A Max Aub, tras tener que abandonar Espa?a en 1939, una denuncia an¨®nima acus¨¢ndolo de comunista hizo que lo recluyeran en Roland Garros y Vernet, y que ?luego fuera deportado a Argelia hasta que en 1942 pudo escapar y marchar a M¨¦xico; y ese desarraigo acrecent¨® lo que siempre hab¨ªa sido en el fondo: un escritor que no era de ninguna parte y al que nadie consideraba de los suyos, que nunca fue suficientemente reconocido y cuya obra tuvo siempre una edici¨®n incompleta y escaso p¨²blico (algo que en cierto modo sigue siendo as¨ª, a pesar de los esfuerzos de Cuadernos del Vig¨ªa, Renacimiento, el Instituto Cervantes o la fundaci¨®n de Segorbe). Aub estaba en M¨¦xico y a?oraba la Espa?a que hab¨ªa dejado atr¨¢s, y al hablar castellano arrastraba las erres, y cuando viaj¨® a Israel se dio cuenta de que no hab¨ªa nada en ¨¦l que lo vinculase a ning¨²n tipo de identidad jud¨ªa.
Socialista y firme partidario de la democracia liberal, tambi¨¦n parece que milit¨® en la facci¨®n equivocada de su partido, del que acabar¨ªa siendo expulsado junto a Negr¨ªn. Pero ¨¦l no era un pol¨ªtico. Se llev¨® toda la vida separ¨¢ndose del comunismo que tanto le atribuyeron, por escr¨²pulo moral y porque siempre defendi¨® la libertad de expresi¨®n de quien solo habla como hombre. No era dogm¨¢tico y cre¨ªa que la amistad deb¨ªa estar por encima de las ideas, y en sus ¨²ltimos a?os intent¨® tender puentes con la denominada oposici¨®n interior, como demuestra su correspondencia con Dionisio Ridruejo, sin ceder ni un ¨¢pice en su lucha por la justicia, la decencia y la dignidad republicana, buscando la libertad compartida mediante la tolerancia.
En La gallina ciega, que es casi el colof¨®n de unos diarios atravesados por la tristeza de la derrota y el abatimiento y la impotencia inconsolable, pero tambi¨¦n por el valor y la tenacidad de seguir escribiendo pese a todo, Aub critic¨® amargamente el olvido que presid¨ªa la Espa?a de 1969, la ignorancia autocomplaciente de un pa¨ªs que ya no se acordaba de nada de lo que hab¨ªa sucedido 30 a?os antes. Ahora que de nuevo han vuelto la guerra en Europa y el desprecio por la vida humana, y se manipula la historia tan burda y malintencionadamente, convendr¨ªa atender a los ecos de Max Aub. Como dice Antonio Mu?oz Molina, que es el escritor que mejor lo ha vindicado, su lectura es m¨¢s necesaria a¨²n porque contiene un ant¨ªdoto de clarividencia y complejidad ante las simplificaciones del presente.
Coradino Vega es escritor. Su ¨²ltimo libro es ¡®Una vida tranquila¡¯ (Galaxia Gutenberg).
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