Otra televisi¨®n, otro pa¨ªs
Nuestro peor obst¨¢culo no es nuestra pobreza, sino el encono que ponemos en derruir lo que a pesar de ella a veces hemos sido capaces de levantar
Al llegar a la sede de Radiotelevisi¨®n Espa?ola, en las afueras confusas de Madrid, se oye siempre el parloteo escandaloso de las cotorras que anidan y se agitan innumerablemente en las copas de los pinos. Ese estr¨¦pito invasor contrasta con la quietud que uno encuentra cuando se interna en el laberinto de los corredores que llevan a los estudios y a las redacciones del edificio de la radio, y a los espacios m¨¢s dilatados y solitarios del ocupado por la televisi¨®n. La impresi¨®n dominante es de una arquitectura de modernidad ampulosa pero muy gastada, un monumentalismo de superficies lisas, ventanales y ¨¢ngulos que a m¨ª me hace pensar en instalaciones oficiales de la RDA. Es esa modernidad en la edificaci¨®n que rein¨® en los a?os sesenta y setenta, cuando una especie de optimismo futurista sol¨ªa combinarse con el descuido y el abaratamiento de los materiales, de modo que sus promesas se quedaron tan r¨¢pidamente obsoletas como sus cubiertas o sus instalaciones el¨¦ctricas o el ajuste de sus ventanas.
Pasado el esc¨¢ndalo de las cotorras, la persona que ha venido a recogerlo a uno lo gu¨ªa por escaleras de falso m¨¢rmol, por ascensores muy grandes que siempre parecen estar en peligro de aver¨ªa, por corredores en los que el espacio desierto hace que resuenen con m¨¢s nitidez los pasos. En el edificio de la radio los itinerarios son m¨¢s cortos e inteligibles, y acaban en alguna Redacci¨®n en la que hay signos alentadores de presencia y actividad humana, y en estudios muy bien equipados; en el de la televisi¨®n los corredores, los hangares, los t¨²neles, las escaleras, proliferan a medida que uno va avanzando por ellos, confiado en su gu¨ªa para no perderse.
Como el gu¨ªa suele ser una persona joven, uno no se resiste a mostrar su extra?eza por tanta soledad, por tantas extensiones vac¨ªas, y a contarle, por evitar el silencio, c¨®mo eran esos mismos lugares hace 20 o 30 a?os: la animaci¨®n permanente, el clamor de las voces y de los pasos, el ritmo urgente de los trabajos de carpinter¨ªa, los operarios con sus monos y sus herramientas, los estudios tan ocupados por grabaciones y rodajes que algunas veces se instalaban al aire libre esas naves prefabricadas que se ven en las obras. Los m¨¢s j¨®venes asienten con la incredulidad de quien oye contar cosas improbables. Los veteranos, los que quedan todav¨ªa, se acuerdan bien, y si tienen un poco de confianza hablan con tristeza del largo abandono consentido, la deriva, el desguace met¨®dico de lo que lleg¨® a ser una gran instituci¨®n p¨²blica. Una prueba de todo lo malogrado y lo perdido, y de lo que podr¨ªa haberse logrado, es la perduraci¨®n de una parte de lo mejor que lleg¨® a existir, a pesar de todos los pesares, los de antes y los de ahora, de la adversidad permanente a la que se enfrenta cualquier empe?o de excelencia en nuestro pa¨ªs. Nada m¨¢s sentarse en un estudio de Radio Nacional, o en un plat¨® de la televisi¨®n, se advierte la solvencia con que redactores, locutores y t¨¦cnicos cumplen sus tareas, sin el aturdimiento que uno advierte muchas veces en las cadenas privadas, con esa solidez que es un rasgo necesario del servicio p¨²blico, y que por lo tanto est¨¢ tocada de melancol¨ªa, y hasta de fatalismo. Se trata de hacer lo mejor posible aquello que sabe y tiene que hacer; y de hacerlo con la plena conciencia de que los resultados rara vez recibir¨¢n aprecio, y de que a los dirigentes, a los comisarios pol¨ªticos y a los responsables parlamentarios la calidad de la radiotelevisi¨®n p¨²blica no les importa nada. Lo que a ellos les importa, crudamente, es la posibilidad de manipular y de meter mano, la contabilidad de los minutos y segundos que se dedican a cada partido en los informativos, la n¨®mina de los contertulios favorables o contrarios, sin el menor respeto por la independencia y la integridad de un medio en el que solo ven oportunidades para la propaganda partidista y para la forma de negocio m¨¢s pr¨®spera en el capitalismo a la espa?ola: convertir en bot¨ªn de privatizaciones lo que es patrimonio de todos; aprovechar el poder y los contactos pol¨ªticos para beneficiar a amigos y par¨¢sitos.
En los pasillos y en los almacenes y estudios grandes como hangares de Televisi¨®n Espa?ola apenas hay nadie porque la mayor parte de los programas ahora los hacen productoras privadas, seg¨²n la misma l¨®gica que deriva los servicios de la salud p¨²blica a empresas que la explotan en beneficio propio. Prejubilaciones masivas eliminaron el arsenal de experiencia y talento de profesionales que se encontraban en su plenitud. Siendo en apariencia tan hostiles y tan incompatibles entre s¨ª, los dos grandes partidos de derecha y de izquierda se han comportado con la misma mezcla de dirigismo y negligencia hacia la radiotelevisi¨®n p¨²blica, creando nubes de favorecidos y cesantes a cada cambio de Gobierno. Incluso hubo un Gobierno socialista que dej¨® a la televisi¨®n sin los ingresos de la publicidad para que as¨ª se los pudieran repartir mejor las cadenas privadas, y sin asegurarle una financiaci¨®n alternativa. Tampoco dir¨ªa nadie ahora, viendo TVE, que desde hace m¨¢s de cinco a?os hay un Gobierno progresista en Espa?a. Para ofrecer los mismos concursos y los mismos programas de chismes y celebridades postizas que cualquier cadena volcada en el beneficio r¨¢pido y en el fomento de la vulgaridad, no se sabe qu¨¦ falta hace una televisi¨®n p¨²blica.
Hay quien resiste. Como en otras instituciones fundamentales espa?olas, el ¨²nico ant¨ªdoto a la intromisi¨®n partidista, la incompetencia y la irresponsabilidad pol¨ªtica y la presi¨®n privatizadora es la seriedad de quienes siguen haciendo su trabajo con una ¨¦tica profesional que roza el hero¨ªsmo. Ya tengo menos oportunidades de encontrarme con ellos: a muchos que conoc¨ª los jubilaron a la fuerza, y los que quedan tienen pocas oportunidades de hacer programas en los que pueda participar un escritor. Y aun as¨ª, cuando pueden, los hacen, y logran hablar de literatura y de cine, o env¨ªan cr¨®nicas ejemplares como corresponsales en zonas de guerra, o graban reportajes informativos que cumplen contra viento y marea la tarea crucial de una radiotelevisi¨®n p¨²blica: dar una visi¨®n rigurosa y equilibrada de la realidad, de modo que sirva de herramienta de conocimiento para la ciudadan¨ªa, y de entretenimiento sin zafiedad, y por qu¨¦ no, tambi¨¦n de educaci¨®n y disfrute de las artes.
Quien ha trabajado en el Instituto Cervantes aprende a mirar con envidia y desconsuelo las grandes instituciones europeas en las que se inspir¨® su fundaci¨®n, la Alianza Francesa, el Instituto Brit¨¢nico, el Instituto Goethe: dotadas de medios suficientes, de programas y directrices a largo plazo, de una autonom¨ªa sujeta desde luego al mandato democr¨¢tico y a la legalidad, pero no a los vaivenes ni a las directas interferencias pol¨ªticas. Quien escucha o ve los canales tan variados de la BBC, o de la radiotelevisi¨®n francesa, comprende con resignaci¨®n, como comprend¨ªa yo viendo la sede de la Alianza Francesa en la Quinta Avenida de Nueva York, que nosotros somos un pa¨ªs m¨¢s pobre, y que eso tiene poco remedio, por mucho que se quiera a veces compensarlo con triunfalismos estad¨ªsticos sobre el n¨²mero de los hablantes de espa?ol en el mundo, seg¨²n es costumbre en las ceremonias oficiales. Pero nuestro peor obst¨¢culo no es nuestra pobreza, sino el encono que ponemos en derruir lo que a pesar de ella a veces hemos sido capaces de levantar, con la misma furia con la que alimentamos el parloteo de cotorras de la discordia pol¨ªtica, sin la menor esperanza de regeneraci¨®n, uncidos a la noria de una campa?a electoral permanente, como si ese fuera el destino inevitable que nos ha tocado.
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