Ese objeto repleto de palabras
Son muchos los cantos de sirena que incitan a abandonar el libro en pro de la org¨ªa tecnol¨®gica
Una persona que lee libros es una persona sospechosa. Y cuantos m¨¢s libros lea, m¨¢s sospechas despertar¨¢. Soy consciente de que un texto como este va destinado a incondicionales de la lectura. Simpatizantes y lectores habituales de libros que, como yo, no se sienten sospechosos en su d¨ªa a d¨ªa. Pero cambiemos la perspectiva, giremos el punto de vista y centr¨¦monos en la imagen que ofrecemos cuando leemos un libro en el metro, en un avi¨®n, por la calle a veces, en una cafeter¨ªa, rodeados del bullicio habitual, las voces que no paran porque han de anunciarnos la pr¨®xima parada, el precio de la consumici¨®n, el contenido del audio de WhatsApp que escucha su receptor y de paso todos los que le rodean. ?No estamos cometiendo un acto de rebeld¨ªa que roza la ofensa? ?No nos estamos declarando habitantes de un mundo aparte? En la conferencia segunda de Elizabeth Costello, de J. M. Coetzee, la protagonista, que es escritora, se embarca en un crucero en el que ha de dar una charla y mezclarse con los pasajeros porque la pagan por eso, y en el transcurso del viaje conoce a otro escritor invitado que explica que cuando alguien empieza a leer ante ¨¦l es como si levantara un letrero en el que pusiera: ¡°Dejadme en paz. Lo que estoy leyendo es m¨¢s interesante de lo que puedes ser t¨²¡±. Para ¨¦l el libro act¨²a como escudo, arma defensiva que, como tal, protege a quien la usa, pero tambi¨¦n ataca. Entre otras razones porque el libro es silencio para los dem¨¢s. Solo le habla a quien lo lee. Y ese momento de intimidad que se produce a plena luz del d¨ªa, en que un ser humano lector y un objeto repleto de palabras se funden en una ¨²nica forma, bajo una envoltura invisible que genera una uni¨®n que se dir¨ªa sensual y al tiempo intelectual, sin duda apasionada y profunda, desconcierta por lo inabordable y lo secreto.
Son muchos los cantos de sirena que incitan a abandonar tal onanismo lector en pro de la org¨ªa tecnol¨®gica. Esa evasi¨®n en apariencia m¨¢s directa y espont¨¢nea. M¨¢s global. M¨¢s solidaria y m¨¢s del ahora, hasta el extremo de que se dir¨ªa que rejuvenece. Leer es de ancianos; al navegar, en cambio, alzamos el pend¨®n de la eterna juventud. La propia literatura est¨¢ repleta de ejemplos de lectores aprensivos, deca¨ªdos, molestos, cuando no directamente peligrosos. El Casaubon de Middlemarch; Holden Caulfield; la Annie Wilkes, de Misery, por no hablar de nuestro Quijote o del Jorge de Burgos de El nombre de la rosa. En cambio, ah¨ª tenemos esas c¨¢ndidas im¨¢genes de influencers que brillan, literalmente, mientras nos hablan de lo mucho que viven y disfrutan, anim¨¢ndonos a un deslumbramiento continuo en nuestra libertad de ejercer un scroll infinito.
Sospechosos somos, pues, para los integrados. Pero, manteniendo el tono de iron¨ªa, dirij¨¢monos a los apocal¨ªpticos y veamos que nada hay nuevo bajo el sol. Leemos en el Eclesiast¨¦s: ¡°De algunas cosas se dice: ¡°Mira, esto es nuevo¡±. Sin embargo, ya sucedi¨® en otros tiempos, mucho antes de nosotros¡±. Ninguna de las variadas adicciones atribuidas a los recientes sistemas de captaci¨®n de atenci¨®n es novedosa para los lectores de libros. Veamos algunos ejemplos: lo primero que hacemos al levantarnos y lo ¨²ltimo que hacemos antes de dormirnos es mirar el m¨®vil, se nos dice, y respondemos: lo mismo que con un libro. La ansiedad que se genera ante lo limitado de nuestra atenci¨®n frente a tanta informaci¨®n est¨¢ directamente relacionada con la que nos entra al pensar en la cantidad de libros que hay por leer y la certeza de que no los abarcaremos nunca. La falta de escucha en cenas familiares, encuentros con amigos, cuando se mira el WhatsApp o los privados de Instagram y nos perdemos parte de la conversaci¨®n ocurre igualmente al comprender de repente alguna trama de la novela que estemos leyendo o escribiendo. Se acusa a los incondicionales de las redes de que lo que acontece en su m¨®vil les resulta m¨¢s interesante que lo que tienen al lado; nada original, de nuevo: lo que nos cuentan los libros siempre nos ha parecido m¨¢s fascinante que lo que sucede a diario, e incluso sentimos que conocemos mejor a los personajes cl¨¢sicos que a muchos de nuestros familiares. M¨¢s casos: se advierte del peligro de vivir encerrados en un mundo digital que no es el aut¨¦ntico y que nos hace perder el contacto con lo que nos rodea. En el caso de los lectores de ficci¨®n, podr¨ªamos ir incluso m¨¢s all¨¢: somos conscientes de que los personajes ni siquiera existen. Al menos los titulares con que nos bombardean las redes se refieren a la realidad, est¨¢n conectados con ella, hablan de seres que no son pura invenci¨®n. Se nos avisa tambi¨¦n del fen¨®meno de c¨¢mara de eco que nos hace encontrar solo contenidos afines a nuestros gustos e ideas, mensajes que nos refuerzan a la vez que nos a¨ªslan gracias al filtro burbuja, que nos sumerge en un bucle de informaci¨®n sesgada, momento en que los lectores de libros pensamos en c¨®mo uno nos lleva a otro y en los muchos que nos perderemos por las tendencias, las apetencias y necesidades del momento, la orientaci¨®n de los dem¨¢s.
Ya la propia invenci¨®n de la imprenta despert¨® todo tipo de sospechas, por no hablar de ocasiones como la del acceso de las mujeres a una lectura libre sin la supervisi¨®n de un hombre que decidiera qu¨¦ s¨ª y qu¨¦ no. En cualquier caso, y visto que somos sospechosos desde una perspectiva y desde la contraria, tras este peculiar planteamiento de tesis y ant¨ªtesis, pasemos a la s¨ªntesis: si hay algo que los nuevos sistemas de entretenimiento masivo no pueden ofrecernos es esa facultad del alma, como dice el Diccionario de la Lengua Espa?ola, que nos saca de lo inmediato, nos transforma, nos hace emp¨¢ticos y nos permite realizar las actividades creativas que nos caracterizan como especie: la imaginaci¨®n. En palabras de Einstein: ¡°La imaginaci¨®n es m¨¢s importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado y la imaginaci¨®n da la vuelta al mundo¡±. Somos seres fabuladores y frente a las im¨¢genes impuestas, que son como la comida r¨¢pida, que aplaca el apetito un rato pero no nutre en condiciones, generamos las mentales gracias a una imaginaci¨®n que se alimenta, como es bien sabido, de lo que hemos le¨ªdo en los libros. Frente a la tiran¨ªa de la inmediatez, el libro aguarda. Frente al entretenimiento digital, que nos cae de arriba abajo, que no pide ni espera nuestra participaci¨®n, el libro demanda un di¨¢logo constante, una creaci¨®n mancomunada. Somos los lectores quienes le otorgamos el poder al libro. As¨ª, el autor propone y el lector dispone. El libro es el gran exponente de la tecnolog¨ªa robusta: est¨¢ hecho para durar, no necesita variaciones, ha demostrado su resistencia frente a todo tipo de modificaciones sociales, pol¨ªticas, ambientales¡ No se le puede pedir mayor rendimiento a un dispositivo de tan reducidas dimensiones, que no necesita enchufes ni bater¨ªa ni pantallas antirreflejantes y que es capaz de trasladarnos a otros universos. Adem¨¢s, goza de autoridad, particularidad nada desde?able en tiempos de terror a lo falso. Como enunci¨® Pardo Baz¨¢n, ¡°queda lo escrito, todo lo dem¨¢s no queda¡±.
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