Pedro S¨¢nchez nunca fue el objetivo
La actuaci¨®n del jefe del Ejecutivo lanza un aviso sobre la necesidad de tener un partido y un Gobierno menos presidencialistas
Pedro S¨¢nchez nunca fue el objetivo. La campa?a de deslegitimaci¨®n que lleva a?os sacudiendo al presidente del Gobierno no ha tenido otro prop¨®sito que quebrar a la persona, a sabiendas de que ir carcomiendo al ser humano pod¨ªa ser el ¨²nico camino para acabar destrozando su proyecto pol¨ªtico. Jam¨¢s le perdonar¨¢n sus pactos con Podemos y los independentistas. Pero ser un verso libre tambi¨¦n tiene sus riesgos, m¨¢xime cuando los proyectos son tan presidencialistas.
S¨¢nchez revent¨® una regla no escrita, que desde 2015 se extendi¨® desde la vieja guardia del PSOE hasta la derecha, de que no se puede pactar con los llamados ¡°enemigos de Espa?a¡±. No casualmente, dimiti¨® como secretario general y Mariano Rajoy acab¨® gobernando porque Espa?a no estaba preparada, tras la implosi¨®n del bipartidismo, para algo que no pasase por alg¨²n entendimiento entre el Partido Popular y el PSOE. En definitiva, toda la animadversi¨®n que ha reca¨ªdo sobre el presidente deriva de que se atrevi¨® a configurar mayor¨ªas alternativas, con Pablo Iglesias, ERC, Carles Puigdemont o Bildu.
Sin embargo, que el proyecto haya sido tan propio o genuino, pivotando sobre la voluntad de un S¨¢nchez a contracorriente todo el tiempo, ha supuesto a la vez la virtud y el tal¨®n de Aquiles para intentar destruirlo. Sus adversarios se dieron cuenta de que, si esto iba de una persona, era posible hacer caer la obra entera mediante la deshumanizaci¨®n y el todo vale contra ¨¦l o su familia. Si el presidente se hubiera marchado este lunes, el resultado hubiese sido una izquierda a la deriva, un partido sin recambio y la dificultad de encontrar otra una figura que aunara desde el independentismo catal¨¢n y el vasco hasta la izquierda alternativa para culminar la amnist¨ªa o las pol¨ªticas progresistas. Es decir, lo que sus adversarios m¨¢s desear¨ªan.
El episodio de la reflexi¨®n lanza un aviso sobre la necesidad de los contrapesos en la pol¨ªtica: un partido y un Gobierno menos presidencialistas. Algunos han criticado que S¨¢nchez se haya tomado cinco d¨ªas para aclararse y no van desencaminados: poner a la persona emocionalmente en jaque ha dejado a un pa¨ªs entero en suspense por el agujero que hubiese causado su renuncia. De un lado, por lo mucho que tem¨ªan ERC o Carles Puigdemont quedarse sin amnist¨ªa, o Sumar y Podemos que les llevase a elecciones ¡ªquiz¨¢s el toque ayude a una gobernabilidad m¨¢s fluida¡ª. Del otro, porque si S¨¢nchez hubiese decidido emprender cualquier reforma o presentar una cuesti¨®n de confianza, sus ministros ¡ªque nada sab¨ªan¡ª tendr¨ªan que haber salido a defenderla aun sin haber sido part¨ªcipes de la decisi¨®n.
Por ello, el caso invita a reflexionar sobre el impacto de ciertas pr¨¢cticas medi¨¢ticas o judiciales en democracia, y a solidarizarse, aunque ello tampoco lleve a creer que nadie es intocable. Existe una v¨ªa intermedia entre hablar de ¡°golpismo¡± o secundar acr¨ªticamente a cualquier l¨ªder. Pero la ¨²nica forma de mitigar que S¨¢nchez siga siendo el blanco para destrozar su proyecto pol¨ªtico, el verdadero objetivo, pasa tambi¨¦n porque ello no pivote ¨²nicamente sobre una sola persona, en el PSOE y en el Ejecutivo.
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