La revoluci¨®n de los ricos
Las izquierdas, que no pueden ofrecer rebeli¨®n, llegan demasiado tarde para aspirar a otra cosa que a frenar a la ultraderecha
Hace unos d¨ªas, Daniel Innerarity escrib¨ªa una tribuna titulada Los reaccionarios, cuya tesis fundamental, muy sensata, es la de que ¡°defender la democracia no pasa hoy por intensificar el combate entre la izquierda y la derecha, sino por acudir en ayuda de la derecha cl¨¢sica, que no se est¨¢ entendiendo correctamente a s¨ª misma¡±. Esta frase desvela esa mitad que nuestro narcisismo tuerto a menudo no ve. Pol¨ªticamente, es cierto, la crisis democr¨¢tica tiene menos que ver con la deserci¨®n de una sedicente izquierda verdadera que con la ausencia de una derecha conservadora civilizada. Ahora bien, si los humanos repetimos la historia no es porque no nos la sepamos de memoria, sino porque no la vivimos. Sabemos, s¨ª, que los impulsos fascistas (llam¨¦moslos as¨ª por abreviar) se imponen socialmente cuando las derechas cl¨¢sicas, para defenderse de las izquierdas y creyendo poder recular despu¨¦s, acaban manteniendo relaciones incestuosas con los monstruos. La pregunta es: ?de qu¨¦ izquierdas se est¨¢n defendiendo hoy nuestras derechas iliberales? Por mucho que agiten ese fantasma en sus arengas, ya no existen ni el socialismo ni el comunismo ni hay ninguna revoluci¨®n en ciernes. Alguna vez he dicho que los pobres se rebelan cuando no tienen nada que perder y los ricos cuando no tienen nada que ganar. Pues bien, creo que para el sector neoliberal de la econom¨ªa capitalista la democracia misma, en su versi¨®n m¨¢s ¡°burguesa¡±, es hoy un obst¨¢culo tan grande para sus intereses como otrora lo fuera el comunismo. Por eso la llaman ¡°comunismo¡±. El fascismo es, s¨ª, una revoluci¨®n de ricos que ya no tienen nada que ganar. Pero, ?por qu¨¦ se suman tambi¨¦n los pobres?
En un reciente art¨ªculo, Alberto Garz¨®n se preocupaba con fundamento de que la ultraderecha interpele sobre todo a los m¨¢s j¨®venes, esa franja de edad comprendida entre los 18 y los 25 a?os. Hay que explorar ese malestar, tratar de entenderlo, ofrecerle algo m¨¢s que un analg¨¦sico. ¡°La izquierda¡±, dice, ¡°debe trabajar para proporcionar a la mayor¨ªa social la certidumbre que anhela¡±. La cuesti¨®n es que Garz¨®n, que se?ala con buen criterio ¡°los l¨ªmites de la pol¨ªtica de gestos¡±, apunta a una explicaci¨®n y una soluci¨®n en clave estrictamente econ¨®mica: ¡°Se trata de garantizar un programa de suficiencia que permita cubrir las necesidades m¨ªnimas (vivienda, empleo, alimentaci¨®n) y que funcione, al mismo tiempo, como un programa social de anticuerpos contra el virus de la extrema derecha¡±. Estoy de acuerdo, y ese ¡°programa de suficiencia¡± debe ser adoptado sin dilaci¨®n porque es, en s¨ª mismo, justo. Ahora bien, mucho me temo que, rota la cuerda, tambi¨¦n los efectos de la justicia social son electoralmente muy limitados.
En la vuelta del fascismo, ?no se oculta un misterio que a¨²n no hemos resuelto? Quiero decir: no es que la ¡°pol¨ªtica de gestos¡± no funcione. Lo que tenemos que averiguar es por qu¨¦ nuestra pol¨ªtica de gestos no funciona mientras que s¨ª lo hace la de la ultraderecha, cuyo programa neoliberal es, al mismo tiempo, devastador. Milei ha ganado blandiendo una motosierra; Ayuso, sosteniendo un vaso de cerveza. No creo que los j¨®venes de hoy se sientan m¨¢s privados de perspectivas econ¨®micas que, por ejemplo, los de 2011. No hay una relaci¨®n mec¨¢nica entre el malestar econ¨®mico y la amenazadora respuesta destropopulista. Pensemos en el movimiento Juventud Sin Futuro, nacido en la estela de la grave crisis de 2008 y que, como su propio nombre indica, denunciaba las condiciones materiales de una juventud que se sent¨ªa abandonada por sus mayores. Pues bien, como sabemos, Juventud Sin Futuro fue uno de los manantiales que nutri¨® en 2011 el 15-M, esa protesta democr¨¢tica respaldada por la mayor¨ªa social que dio lugar a Podemos y gracias a la cual ¡ªpens¨¢bamos entonces¡ª los espa?oles quedaban vacunados frente a la ola reaccionaria que lam¨ªa las paredes de la UE. Hoy comprendemos que el 15-M retras¨®, pero no impidi¨® la irrupci¨®n del tsunami. Podr¨ªamos decir que fue el fracaso de Podemos el que abri¨® las puertas a la avenida de agua que el 15-M hab¨ªa retenido moment¨¢neamente. Podr¨ªamos decirlo. Podr¨ªamos a?adir que ese fracaso era inevitable en las condiciones en las que se intent¨® el ¡°asalto a los cielos¡±: un bipartidismo fosilizado y un neoliberalismo devastador. Podr¨ªamos tambi¨¦n decirlo.
Da igual. La paradoja es que la ultraderecha avanza precisamente cuando el bipartidismo, al menos en su versi¨®n del 78, se revela irrecuperable y cuando, obligados por las circunstancias, tanto la UE como el Gobierno de S¨¢nchez, tras el desaf¨ªo de la pandemia, se desplazan t¨ªmidamente hacia la socialdemocracia. El PP se asimila a Vox; el PSOE gobierna a rega?adientes en coalici¨®n con partidos situados a su izquierda. En cuanto a Europa, lo que Enric Juliana llama la ¡°ampliaci¨®n de la zona gris¡± nos anticipa, en v¨ªsperas de las elecciones europeas, una radicalizaci¨®n evidente del PPE, infiltrado por esa ultraderecha que Weber, Von der Leyen y Feij¨®o consideran ¡°homologable¡±, y el retroceso de una izquierda incapaz de ponerse de acuerdo ni siquiera sobre Palestina y Ucrania. Para medir todo lo que ha cambiado y todo lo que se repite desde el periodo de entreguerras del siglo pasado, basta pensar en el desequilibrio de esta nueva confrontaci¨®n: la derecha, radicalizada, adquiere un impulso global ¡°revolucionario¡±; la izquierda, enflaquecida, sostiene apenas un aliento reformista y democr¨¢tico con el que la mayor parte de la poblaci¨®n, europea y mundial, ya no engancha. Respecto de 1930, falta un polo revolucionario de izquierdas que no se puede crear desde la nada; a¨²n m¨¢s, una radicalizaci¨®n vac¨ªa del discurso izquierdista solo sirve hoy para movilizar a¨²n m¨¢s a la derecha y, como dice Innerarity, para debilitar a¨²n m¨¢s la democracia.
Estoy totalmente de acuerdo, pues, con Innerarity en que el problema de Europa no es que falte una ¡°verdadera izquierda¡± (huyamos, por favor, de las doctrinas ¡°verdaderas¡±), sino una derecha democr¨¢tica; y estoy de acuerdo con Garz¨®n en que, sin ciertas medidas econ¨®micas y sociales, las mayor¨ªas sociales tender¨¢n a ponerse en manos de payasos, caudillos y coachers trileros. Los que insisten en la guerra cultural tienen raz¨®n; los que insisten en la necesidad de tomar medidas econ¨®micas tambi¨¦n la tienen. Mi tesis, no muy estimulante, es que las izquierdas han perdido la guerra cultural y llegan demasiado tarde para dar la batalla econ¨®mica (suponiendo que la quieran dar). No es f¨¢cil en este atolladero encontrar el bot¨®n salv¨ªfico. Veamos. Porque dispone de m¨¢s medios de comunicaci¨®n, de m¨¢s youtubers millonarios y de mas bots en la Red, un bulo de la derecha ser¨¢ siempre m¨¢s escuchado que una verdad ¡ªo sencillamente un desmentido¡ª de las izquierdas. Pero no es esa la ¨²nica raz¨®n: el bulo neofascista resulta m¨¢s cre¨ªble asimismo porque es m¨¢s apetitoso, m¨¢s agresivo, m¨¢s incendiario; cada vez hay m¨¢s gente cabreada que prefiere una mentira estimulante a una verdad banal. Ese cabreo neur¨®tico, espoleado y saciado en el mundo virtual, no se desactiva ya, me temo, con medidas econ¨®micas. Contiene, por un lado, una dimensi¨®n sacrificial que solo se satisface a la contra y mediante una especie de altruismo destructivo, como hemos podido ver en el caso de Milei en Argentina. Al mismo tiempo, ese cabreo ha germinado en un desierto antropol¨®gico neoliberal, asentado sobre un subsuelo humanamente com¨²n, en virtud del cual, si necesitamos encontrar un culpable al que reprochar lo que nos falta, no agradeceremos nunca, en cambio, y mucho menos con el voto, el hecho de que se nos devuelva aquello que consideramos un derecho inalienable. Necesitamos nombrar un enemigo para el mal; el bien, en cambio, lo reputamos rutinario y merecido. Cuando nos sentimos abandonados, volcamos nuestra c¨®lera en los sanitarios y los maestros, v¨ªctimas tambi¨¦n ellos del neoliberalismo (o en los homosexuales, las mujeres y los inmigrantes), pero nos parece enteramente normal (porque en realidad lo es o deber¨ªa serlo) tener un contrato fijo, un salario m¨¢s alto y atenci¨®n sanitaria normalizada. En resumen: es perfectamente posible (y de hecho ocurre as¨ª) beneficiarse de los derechos sociales y laborales defendidos por las izquierdas y votar a las ultraderechas que nos los van a quitar. Milei nos ofrece una motosierra; Llados, una varita m¨¢gica. La motosierra y la magia son se?uelos irresistibles en tiempos de crisis. Las izquierdas, que no pueden ofrecer revoluci¨®n, que solo pueden proponer la defensa numantina de una democracia no muy lozana, llegan demasiado tarde para la transformaci¨®n y demasiado blandas para la indignaci¨®n.
Me temo que es ya demasiado tarde, s¨ª, para aspirar a otra cosa que a frenar a la ultraderecha; y me temo que, de alg¨²n modo, solo se la puede frenar provisionalmente y mediante discursos que retrasan y aseguran su victoria. Los discursos radicales le dan la raz¨®n. La homeopat¨ªa socialdem¨®crata desengancha a los votantes. ?Qu¨¦ hacer? Frenarla. Jugar con las bazas que tenemos para reba?ar al menos un empate favorable: asustar al abstencionista de izquierdas, proteger socialmente al abstencionista estructural, convencer a las derechas sensatas de que la batalla por la democracia es una batalla com¨²n. Por favor ¡ªpor favor¡ª que no sean necesarios otra vez 80 millones de muertos para que volvamos a apetecer un poco de democracia, un poco de libertad civil y un poco de justicia social.
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