?Guerra cultural? ?No!: guerra ideol¨®gica
El desacertado uso del concepto entre polit¨®logos, l¨ªderes y representantes de partidos o de opini¨®n merece una respuesta activa para no seguir desprestigi¨¢ndolo como un conflicto banal
Primero fueron los polit¨®logos. Despu¨¦s los pol¨ªticos. Ahora, algunos periodistas y l¨ªderes de opini¨®n lo han adoptado como t¨¦rmino sin oponer ninguna resistencia cr¨ªtica. El concepto guerra cultural se est¨¢ convirtiendo en una se?a de enfrentamiento. Deber¨ªa alarmarnos, porque la esencia de la identidad que define a la misma es la de puente y no la de conflicto de intereses de corto alcance.
Llaman guerra cultural a lo que no es m¨¢s que una batalla ideol¨®gica. Esa degeneraci¨®n de la idea de la cultura como tal resulta un agravio que deber¨ªa llevarnos a la reflexi¨®n y, de manera urgente, a que dejara de utilizarse la palabra con esa connotaci¨®n contaminada de todo aquello que no representa. Estamos a tiempo de detener esta peligrosa perversi¨®n. Al menos, intentarlo.
Los gur¨²s de la politolog¨ªa a derecha e izquierda, tanto las extremas como las moderadas, demuestran una preocupante pereza mental a la hora de dejarse empapar por una expresi¨®n que se empez¨® a utilizar en Estados Unidos a lo largo de la ¨²ltima d¨¦cada. Vino, adem¨¢s, por parte de la facci¨®n m¨¢s ultraderechista. Hablamos de un anglicismo del que se echa mano por no pensarlo dos veces, como sucede con otras expresiones de pobreza cargante. La traducci¨®n literal de ciertos t¨¦rminos resulta para algunos m¨¢s cool que trasladarlos a la riqueza del castellano, aunque creen confusi¨®n y distancia. Habr¨ªa que sacar del circo medi¨¢tico, por ejemplo, al tan cacareado elefante en la habitaci¨®n y dejar as¨ª que alguien se hiciera cargo del mismo, si nos atenemos al sentido correcto que habr¨ªa que aplicarle en nuestro idioma.
Fue en concreto Steve Bannon quien proclam¨® que, previamente a la toma del poder en Estados Unidos por parte de alguien como Donald Trump deb¨ªa librarse una guerra cultural. El gur¨² obsesivo de la destrucci¨®n de la democracia en su pa¨ªs no se refer¨ªa con ello a una lucha de corrientes de pensamiento ni de creaci¨®n, sino a la toma de posiciones rocosas en torno al aborto, la inmigraci¨®n, la desigualdad social, el desprestigio de las instituciones¡ Es decir, materias de programa estrictamente pol¨ªtico con las que convencer mediante las armas del populismo, la polarizaci¨®n y la posverdad ¡ªlas tres pes de los l¨ªderes autoritarios, seg¨²n se?ala Mois¨¦s Na¨ªm en La revancha de los poderosos (Debate)¡ª a un electorado que les permitiera el asalto al poder.
Lo asombroso ha sido el seguidismo que en nuestro pa¨ªs, primero desde la ciencia pol¨ªtica y ahora desde diversos ¨¢mbitos, se hizo respecto a esa venenosa corriente. La vagancia intelectual es una de las defensas bajas por la que se cuelan las bacterias m¨¢s tenaces dispuestas a corromper el lenguaje. Pero conviene detenerse a reflexionar cuando estos manipulan, tergiversan y vac¨ªan de contenido el verdadero significado de las palabras. En este caso, la agredida es ni m¨¢s ni menos que la cultura como ideal.
Pero nadie ha contraatacado el asedio y este ha calado despu¨¦s entre los pol¨ªticos y ¨²ltimamente, entre periodistas, comentaristas y l¨ªderes de opini¨®n como un insoportable lugar com¨²n que se extiende como moneda de cambio a otros ¨¢mbitos con m¨¢s variantes deformadoras: por ejemplo, el concepto cultura de la cancelaci¨®n. Para definir algo tan abrupto y basto, convendr¨ªa utilizar antes el t¨¦rmino estrategia. Mucho m¨¢s adecuado que cultura, de nuevo, para emparentarlo con un acto que promueve la censura y no la tolerancia.
Si tomamos como referencia el Diccionario de la Real Academia Espa?ola (RAE) leemos dos acepciones respecto a la palabra cultura. La primera habla de conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio cr¨ªtico. En la segunda se refiere a los modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo art¨ªstico, cient¨ªfico e industrial en una ¨¦poca, grupo social¡
Mar¨ªa Moliner la ampl¨ªa a conjunto de saberes no especializados adquiridos por una persona mediante el estudio, las lecturas, los viajes. O aludiendo al conocimiento, grado de desarrollo cient¨ªfico e industrial, estado social, ideas, arte, y dem¨¢s, de un pa¨ªs y de una ¨¦poca.
Muchos pensadores y creadores han tratado de definirla tambi¨¦n. En su ensayo El vientre de la ballena (Galaxia Gutenberg, 2022), Diego Moldes da cuenta de varios, as¨ª como de que el t¨¦rmino latino resulta com¨²n a todas las lenguas romances y muchas m¨¢s de distintas procedencias. Difiere de su ra¨ªz en muy raras excepciones, salvo en el caso del griego, que se refiere a la misma, curiosamente, como politism¨®s, o del island¨¦s y el gal¨¦s. Del ¨¢mbito romano a las lenguas eslavas e indoeuropeas, dentro de un amplio territorio, todos nos entendemos cuando lanzamos al vuelo la palabra cultura. Su eco nos conduce a lugares de encuentro agradables donde prima el di¨¢logo. De construcci¨®n y placer. De hondura, conocimiento, bagaje, riqueza espiritual, expansi¨®n. Nada que ver con el reduccionismo al que someten ahora el t¨¦rmino rebaj¨¢ndolo a luchas partidistas.
Entre otras definiciones filos¨®ficas, la m¨¢s profunda y contundente, a mi juicio, es la que desarroll¨® Dietrich Schwanitz en su magistral ensayo de referencia: La cultura. Todo lo que hay que saber (Taurus, 2002). ¡°Llamamos cultura a la comprensi¨®n de nuestra civilizaci¨®n¡±, sostiene, ¡°a la familiaridad con los rasgos fundamentales de la historia en relaci¨®n a las grandes teor¨ªas filos¨®ficas y cient¨ªficas, as¨ª como con el lenguaje y las obras m¨¢s importantes del arte, la m¨²sica y la literatura¡±. La concibe as¨ª, como una complicidad de saberes abiertos respecto a la creaci¨®n y no como un reduccionismo sectario en busca de la destrucci¨®n o la desintegraci¨®n, que es lo que en su ideario excluyente defienden quienes levantaron la bandera de la guerra cultural malentendida.
Para Schwanitz, la cultura busca aportar, no enfrentar. Confrontar ideas y no usar opiniones como armas de contienda. Todo lo contrario a quienes han lanzado el t¨¦rmino equivocadamente con ¨¦xito borreguil entre quienes a derecha e izquierda lo siguen sin el m¨¢s m¨ªnimo atisbo de cr¨ªtica y, mucho menos, de esc¨¢ndalo.
Tras la equivocada teor¨ªa de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia a finales del XX, sobrevino un desprestigio palpable de la palabra ideolog¨ªa, muy acorde con la ambigua ley de la posmodernidad. Por esa raz¨®n, hoy los abogados del enfrentamiento en el siglo XXI, lejos de manosear dicho campo ¡ªy totalmente metidos en ¨¦l, ya que no son otra cosa que facciones profundamente ideol¨®gicas¡ª han decidido enfangar el terreno de la cultura.
Existen guerras en ese sentido que s¨ª se han librado a lo largo de las seis ¨²ltimas d¨¦cadas. Pero no tienen nada que ver solo con la pol¨ªtica. S¨ª, en cambio, y muy profundamente, con hondas transformaciones sociales y morales. Tanto la contracultura pop en los a?os sesenta como la irrupci¨®n en nuestras vidas de la tecnolog¨ªa e internet hace 30 a?os han sido las dos grandes guerras culturales ¡ªahora s¨ª, con todas las letras¡ª que hemos experimentado en Occidente y en el planeta a nivel global. Ambas han tra¨ªdo consigo definitivos cambios de costumbres y mentalidades de los que a¨²n no somos plenamente conscientes porque todav¨ªa no han concluido.
Pero esta lucha sectaria y partidista sobre la base de un dogmatismo que en todos los extremos se reduce a enfrentamiento pol¨ªtico no tiene nada que ver con la cultura. En absoluto. De ah¨ª que urja dejar de utilizar el t¨¦rmino para evitar arrojarlo a las cloacas del lenguaje al desproveerlo del sentido y el significado noble y amplio que debe conservar. Este queda ligado a un elemento de puente y no de muro.
Inspirado por el genio de George Steiner, Moldes se?ala tambi¨¦n en su ensayo que la cultura de cualquier civilizaci¨®n vive sus fases. Concretamente seis. Las cinco primeras son: precultura, cultura, contracultura, poscultura, neocultura¡ Pero, atenci¨®n. A juzgar por la aguda decadencia que la injustificada repetici¨®n del t¨¦rmino guerra cultural adquiere hoy entre nosotros en radios, televisiones, peri¨®dicos y discursos hemos entrado desgraciadamente de lleno en la sexta y ¨²ltima etapa que recoge el autor: ni m¨¢s ni menos que la de la incultura.
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