No basta la memoria
El recuerdo prefiere lo heroico y lo ejemplar a lo confuso, a lo ambiguo, al horror sin motivo y al sufrimiento sin redenci¨®n
Una tarde desoladora de noviembre, me encontr¨¦ visitando lo que hab¨ªa sido el gueto de Cracovia, con cielo bajo de llovizna y fr¨ªo, con una luz como de documental en blanco y negro. En los escaparates de las agencias de viajes, carteles de colores veraniegos ofrec¨ªan tours en autobuses climatizados que inclu¨ªan en programa doble la visita al campo de Auschwitz y unas sesiones de esqu¨ª en laderas cercanas. En lo que quedaba del cementerio jud¨ªo, rudas l¨¢pidas verticales de piedra oscura se inclinaban entre la hierba y la maleza. Sobre algunas de ellas, o al pie, hab¨ªa piedras conmemorativas dejadas por visitantes. Al salir a la plaza a la que daba el cementerio me encontr¨¦ con un grupo grande de turistas, con el aire entre juvenil y provecto de los jubilados americanos, y prest¨¦ atenci¨®n a lo que el gu¨ªa les explicaba, subido a un banco de piedra, con grandes ademanes dram¨¢ticos. Pero no contaba la evacuaci¨®n de los millares de cautivos jud¨ªos del gueto, camino del exterminio, arracimados en aquella misma plaza, en marzo de 1943. Estaba describiendo el rodaje de las escenas correspondientes en La lista de Schindler.
Hace unos d¨ªas, en las ceremonias conmemorativas del desembarco en Normand¨ªa, entre dignatarios y veteranos, se ha visto tambi¨¦n a Steven Spielberg, y junto a ¨¦l a Tom Hanks, que si no participaron personalmente en aquella haza?a se han cubierto de gloria, y de dinero, represent¨¢ndola en una ficci¨®n tan espectacular y tramposa, como La lista de Schindler, y todav¨ªa m¨¢s incrustada en esa zona cr¨¦dula de la imaginaci¨®n visual en la que el cine suplanta a la realidad y la supera en su efectismo, y hasta en su verosimilitud. En los telediarios espa?oles, las pobres im¨¢genes reales del desembarco, apresuradas, desenfocadas, fragmentarias, se han intercalado sin ning¨²n aviso, con las de Salvar al soldado Ryan, que son en color y mucho m¨¢s fotog¨¦nicas.
Como el cine de Hollywood, la memoria institucional es selectiva, y prefiere lo heroico y lo ejemplar a lo confuso, a lo ambiguo, al horror sin motivo y al sufrimiento sin redenci¨®n. En Normand¨ªa las banderas ondeaban al viento del mar y los dirigentes pol¨ªticos lanzaban sus arengas delante de veteranos decr¨¦pitos en sillas de ruedas, y nunca faltaban las im¨¢genes de los cementerios con pulcras extensiones geom¨¦tricas de cruces blancas sobre el c¨¦sped. El cine vuelve imprecisos a los muertos y la memoria elige a aquellos que considera dignos de rememoraci¨®n. La contabilidad precisa es la tarea de la Historia. Es muy improbable que en los discursos del d¨ªa 6 de junio se haya recordado a las decenas de millares de civiles que murieron en las semanas y meses despu¨¦s del desembarco, no por culpa de la conocida barbarie de los soldados alemanes, sino por los bombardeos masivos y en gran medida injustificados o simplemente err¨®neos de la aviaci¨®n americana y brit¨¢nica sobre ciudades portuarias, como Le Havre y Caen, o sobre pueblos aislados sin ning¨²n valor militar. Las personas sal¨ªan a la calle para vitorear a los aviones que cruzaban el Canal y a continuaci¨®n corr¨ªan para no morir bajo sus bombas. En un ensayo de la New York Review of Books, los historiadores Ed Vulliamy y Pascal Vannier calculan que entre junio y septiembre de 1944, en lo que se supone el avance glorioso de los aliados, murieron 18.000 civiles franceses bajo las bombas de sus libertadores. En Le Havre, la noche del 5 de septiembre, cayeron 9.790 toneladas de bombas. El 85% de los edificios quedaron destruidos. Murieron 5.781 civiles, pero solo nueve soldados alemanes.
Despu¨¦s de la guerra, todos los muertos fueron olvidados, y los supervivientes guardaron silencio, o no se les dio cr¨¦dito cuando alzaron la voz. No era decente mostrar resentimiento hacia los aliados salvadores. Y la memoria no admite contabilidades desagradables ni zonas grises entre h¨¦roes y malvados, verdugos y v¨ªctimas. Al menos 420.000 civiles murieron durante los bombardeos indiscriminados de las ciudades alemanas hasta el final de la guerra en zonas que carec¨ªan por completo de valor militar, con el ¨²nico objetivo de sembrar la destrucci¨®n y el terror. Y en las conmemoraciones de la ¡°Gran Guerra Patria¡± en la Rusia de Putin no habr¨¢ nunca un recuerdo para los muchos millares de mujeres alemanas violadas durante el avance hacia Berl¨ªn de los soldados sovi¨¦ticos.
En un pa¨ªs tan propenso como el nuestro a erigir memorias incompatibles entre s¨ª, no nos vendr¨ªa mal un poco de atenci¨®n a la ecuanimidad de las cifras. Llevo un tiempo sombr¨ªamente sumergido en un libro a la vez apasionante e ingrato, Fuego cruzado, de Fernando del Rey y Manuel ?lvarez Tard¨ªo (Galaxia Gutenberg), un estudio sobre la violencia pol¨ªtica en Espa?a en la primavera de 1936, entre la victoria en febrero del Frente Popular y el levantamiento del 17 de julio. En la memoria oficial de derechas, los des¨®rdenes y los cr¨ªmenes de esos meses convulsos fueron responsabilidad de una izquierda volcada a una inminente revoluci¨®n comunista: la violencia de extrema derecha, y el golpe militar, habr¨ªan sido la respuesta leg¨ªtima para restaurar el orden y evitar una dictadura sovi¨¦tica; en la memoria de la izquierda, la violencia fue una estrategia desestabilizadora de la derecha y la extrema derecha: la izquierda no habr¨ªa tenido m¨¢s remedio que defenderse contra las agresiones, y las organizaciones obreras respondieron al levantamiento militar y fascista con las armas en la mano, en defensa de la legalidad republicana.
?lvarez Tard¨ªo y Fernando del Rey han preferido dejar a un lado los testimonios memoriales elaborados al paso de los a?os, para centrarse en las fuentes primarias, en lo que suced¨ªa en el momento, lo que contaban y ocultaban los peri¨®dicos, lo que proclamaban los dirigentes en los m¨ªtines y en escalofriantes sesiones parlamentarias; y sobre todo en los n¨²meros, registrados en informes y archivos judiciales: cu¨¢ntos atentados con armas de fuego, con navajas, con palos; cu¨¢ntos asaltos a iglesias o sedes pol¨ªticas; cu¨¢ntos tiroteos entre pistoleros de un extremo u otro o entre miembros de sindicatos obreros rivales; en Madrid, en Barcelona, en capitales de provincia, en pueblos apartados, en cualquier lugar donde estallaba de golpe una violencia que se alimentaba a s¨ª misma en espirales de venganza. Militares, mon¨¢rquicos y ricachones oligarcas como Juan March conspiraban sin disimulo contra la Rep¨²blica, pero los partidos y las organizaciones sindicales que hubieran debido defenderla la socavaban con irresponsabilidad y sectarismo, con una violencia verbal y f¨ªsica que no dio un d¨ªa de tregua durante esos pocos meses. Entre el 17 de febrero y el 16 de junio se quemaron total o parcialmente 325 iglesias. Entre el 17 de febrero y el 17 de julio, hubo 484 muertos y 1.659 heridos graves en un total de 977 episodios de violencia pol¨ªtica. M¨¢s de la mitad de esos incidentes fueron iniciados por militantes de izquierdas, pero el n¨²mero de v¨ªctimas ocasionados por falangistas y similares fue algo superior: 541 heridos graves y 223 muertos en la izquierda; 381 heridos graves y 147 muertos en las derechas, a todos los cuales hay que a?adir los 21 muertos y 91 heridos causados por las fuerzas del orden, y las v¨ªctimas colaterales o no identificadas. Un ba?o de sangre que ni los m¨¢s exaltados imaginaban en qu¨¦ espanto derivar¨ªa muy pronto: lo que pod¨ªa, a pesar de todo, no haber sucedido, de no ser por el golpe militar y la ayuda de Mussolini y Hitler a los sublevados, y por la fr¨ªa sed de castigo y revancha que mantuvieron los vencedores durante una postguerra m¨¢s larga y m¨¢s oscura que la postguerra europea. Qui¨¦n podr¨¢ inventar una memoria edificante sobre aquella primavera.
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