H¨¢gase justicia y h¨²ndase el mundo
Se est¨¦ de acuerdo o no con la ley de amnist¨ªa, ser¨ªa de esperar que el poder judicial respete al legislativo, no que lo enmiende
La conocida sentencia latina, fiat iustitia et pereat mundus, cuyos or¨ªgenes e historia pueden reconstruirse acudiendo a cualquier enciclopedia, tiene dos sentidos reconocidos por la misma historia de su transmisi¨®n y recepci¨®n. El primero, el que podr¨ªamos calificar de original, la entiende de este modo: ¡°H¨¢gase justicia, aunque perezca el mundo¡±. Su variante ser¨ªa: ¡°Aunque perezca este mundo presente, debe hacerse justicia, porque con la justicia emerger¨¢ un mundo mejor (m¨¢s justo)¡±. El segundo, que atribuiremos aqu¨ª al uso que hace de ella Hannah Arendt en su ensayo Verdad y pol¨ªtica, cambiando significativamente la palabra ¡°justicia¡± por la palabra ¡°verdad¡±, viene a decir que ¡°hacer justicia a toda costa puede implicar que se hunda el mundo¡±. Y se entiende: no para que emerja un mundo ¡°m¨¢s justo¡±, sino simplemente para que prevalga lo justo o la ¡°justicia¡± a pesar de los costes para el ¡°mundo¡±. Si entrecomillo las palabras ¡°justicia¡± y ¡°mundo¡± es para dejar claro que una discusi¨®n afinada sobre el tipo de problemas que plantean esta sentencia y sus dos interpretaciones fundamentales exige tambi¨¦n tener claro qu¨¦ cosa entendemos por justicia y qu¨¦ otra cosa entendemos por mundo. La importancia de aclarar eso radica en la posibilidad de comprender la frase latina enfrentando dos afirmaciones contradictorias: una que dice que ¡°s¨®lo con justicia puede haber mundo¡±, y otra que afirma que ¡°de nada sirve la justicia si esta lo que hace es estropear (o hundir) el mundo¡±.
No creo que esto se resuelva distinguiendo una justicia buena de otra mala, es decir, injusta a pesar de las apariencias formales y de la legitimidad obtenida por el principio de autoridad, pues jueces al servicio de causas injustas los ha habido siempre, no hace falta invocar los repugnantes berridos del juez estrella del III Reich, el siniestro Roland Freisler, ni la teatralidad justiciera de los grandes juicios en los a?os treinta bajo el estalinismo en la URSS, con otro fiscal aficionado a la destrucci¨®n verborreica de los acusados ¡ªy sentenciados de antemano¡ª, el viscoso Andr¨¦i Vyshinski. Jueces malvados, jueces malintencionados, jueces entregados a causas criminales los ha habido siempre. Tambi¨¦n jueces c¨ªnicos o simplemente instrumentales, por as¨ª decirlo, e imperfectos aplicadores de la ley que toca ¡ªpor humanos, por no ser sabios y menos a¨²n santos¡ª, incluso cuando esta no se corresponde con aquel tipo de leyes en cuyos valores fueron formados. Los jueces franceses que condenaban a los ¡°terroristas¡± de la Resistencia bajo el r¨¦gimen de Vichy fueron los mismos que condenaron a los colaboracionistas en la posguerra y en la IV Rep¨²blica. Tampoco cambi¨® el cuerpo jur¨ªdico en Espa?a con la Ley de Reforma pol¨ªtica de enero de 1977 o con la Constituci¨®n de 1978.
Decir aqu¨ª que los jueces forman un mundo aparte, una suerte de isla flotante que sobrevuela la realidad instalada en otra dimensi¨®n, ser¨ªa subrayar una evidencia sobre la que de nada sirve dar vueltas, pues para bien y para mal eso seguramente debe ser as¨ª. Pero decir o dar a entender que s¨®lo ellos ¡ªy no el poder legislativo y el poder ejecutivo¡ª son Estado, como ha dado a entender alg¨²n ilustre analista de la pol¨ªtica espa?ola, y por tanto reconocerlos como un basti¨®n del Estado, un n¨²cleo de incorruptible pureza, eso no es s¨®lo malinterpretar la l¨®gica de la divisi¨®n de poderes que garantiza una democracia, sino convertirlos de facto en un instrumento pol¨ªtico por s¨ª mismo, semoviente o movido por los mismos que se vanagloriaban de controlar cierta sala del Supremo ¡°desde atr¨¢s¡±.
Volviendo a la frase latina, lo interesante que se desprende de ella es la pregunta de si debemos ver la justicia como la que dice qu¨¦ cosa ha de ser el mundo, o si no es m¨¢s bien el mundo el que define lo que es la justicia. En ninguno de los dos casos estaremos hablando de conceptos o ideas filos¨®ficas abstractas, sino de realidades hist¨®ricas, pol¨ªticas y sociales concretas. Un mundo con instituciones democr¨¢ticas, con divisi¨®n de poderes, con reconocimiento de derechos y garant¨ªas judiciales no admitir¨¢ una justicia propia de un Estado autoritario o totalitario. Y unos jueces que se respeten a s¨ª mismos no aceptar¨¢n convertirse en instrumentos de un poder arbitrario, ni se pondr¨¢n al servicio de ninguna otra causa que la de la aplicaci¨®n sensata, prudente y razonada de las leyes que el Estado democr¨¢tico al que sirven promulga desde el poder legislativo.
Cuando la ley exige al juez un acto de interpretaci¨®n ¡ªy aqu¨ª vuelve a ser oportuna la frase latina en el sentido de que la justicia no debe hacer que el mundo perezca, no debe imponerse a cualquier precio, si resulta que el precio es excesivo y a todas luces contraproducente para la buena marcha del mundo¡ª, entonces parece m¨¢s razonable esperar del juez una interpretaci¨®n prudente, atenta a lo que los griegos, y concretamente Arist¨®teles en la ?tica a Nic¨®maco, llamaban la epikeia, o epie¨ªkeia, esto es: la interpretaci¨®n realista, equilibrada, equitativa y atenta a la realidad del mundo circundante, de una ley. Esperar eso, se est¨¦ de acuerdo o no con la ley, es esperar que el poder judicial respete al poder legislativo, no que lo enmiende, y menos a¨²n si hay una sospecha fundada de que esa enmienda responde a una maniobra pol¨ªtica partidista. Ahora bien, ?qui¨¦n decide aqu¨ª lo que es una ¡°buena marcha del mundo¡±? En una sociedad democr¨¢tica, la voluntad popular representada en el poder legislativo. Si la ponemos en duda, troceando legitimidades e incluso degradando la misma idea de representatividad ¡ª¡±esos s¨ª, pero aquellos no¡±¡ª, entonces el sistema se desliza por la peor pendiente. Es cierto que el independentismo juega a ponerlo dif¨ªcil. Pero la democracia ha de sobreponerse a sus propias debilidades frente a quienes la ponen a prueba desmarc¨¢ndose en ese caso del conjunto del pueblo espa?ol mientras se aprovechan de sus mecanismos de representaci¨®n.
Bloqueando la ley de amnist¨ªa ¡ªque nunca el abajo firmante ha celebrado, dicho sea de paso, y que en todo caso ha contemplado con sentimientos que han ido del rechazo a justamente esa epikeia, pasando por el bochorno y el escepticismo¡ª, ?qu¨¦ se consigue? Aqu¨ª viene la pregunta decisiva de a qu¨¦ mundo sirve en este caso el ¡°h¨¢gase justicia¡±, o qu¨¦ mundo se deja que perezca sin el mayor reparo o escr¨²pulo. Cuesta creer que el objetivo sea que prevalezca sin m¨¢s la justicia con relaci¨®n a los hechos delictivos del proc¨¦s incluso al precio de entorpecer la pol¨ªtica catalana, de complicar la expresi¨®n de la voluntad popular, de perpetuar el conflicto en Catalu?a y de hacer m¨¢s profunda la ruptura emocional con el resto del Estado, que no es s¨®lo lo que unos jueces dicen que debe ser, y menos si toda opini¨®n jur¨ªdica est¨¢ ya de antemano descalificada por ser de parte: un Supremo conservador, un Constitucional progresista. Lo que se busca bloqueando la ley de amnist¨ªa ni tan siquiera es poner en evidencia sus supuestas imperfecciones, y el estropicio en Catalu?a s¨®lo es un peque?o da?o colateral que ya habr¨¢ ocasi¨®n de enmendar ¡ªo no, qu¨¦ importa¡ª. El objetivo principal consiste directamente en hundir al actual Gobierno, provocar un adelanto electoral y favorecer la llegada al poder de unos pol¨ªticos que, cuando lleguen, har¨¢n lo que podr¨¢n y deber¨¢n, como han hecho en otras ocasiones. Es decir, que por lo menos volver¨¢n a hablar en catal¨¢n en la intimidad. Pero ya no ser¨¢ este Gobierno. Eso es lo que cuenta, y eso es lo que est¨¢ en juego. H¨¢gase justicia, y v¨¢yase por fin se?or S¨¢nchez. ?Pero a qu¨¦ precio?
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