El caf¨¦ berlin¨¦s que odiaba Goebbels
Una cr¨®nica recupera la breve historia del Romanisches, por el que pasaron Albert Einstein, Bertold Brecht, Billy Wilder o Joseph Roth
Francisco Uzcanga Meinecke, director de los departamentos de Espa?ol y Estudios Culturales en la universidad alemana de Ulm, estaba buscando informaci¨®n para escribir un ensayo sobre el mundo de la cultura en el Berl¨ªn de entreguerras cuando se top¨® con un p¨¢rrafo que le llam¨® la atenci¨®n: "Los jud¨ªos bolcheviques est¨¢n sentados en el Romanisches Caf¨¦ y urden ah¨ª sus siniestros planes revolucionarios; por la noche invaden los locales de esparcimiento de la Kurf¨¹rstendamm, se dejan incitar al baile por orquestas de negros y se r¨ªen de las miserias de la ¨¦poca". Cuando ley¨® que su autor era Joseph Goebbels, el famoso ministro de Propaganda de Hitler, pens¨® para s¨ª mismo: "Deb¨ªa de ser un lugar fascinante".
Indag¨® sobre el local, que ya no existe, y descubri¨® que, durante los convulsos a?os en que Alemania pas¨® de la hiperinflaci¨®n galopante y el trauma de Versalles al ascenso nazi al poder, el Romanisches Caf¨¦ fue lugar de reuni¨®n, debate y borracheras de tantos artistas, intelectuales y periodistas que hoy ocupan un lugar destacado en la historia que basta con citar unos pocos (Albert Einstein, Bertold Brecht, Billy Wilder, Joseph Roth, Otto Dix¡) para entender su importancia. Fue entonces cuando decidi¨® convertir la cafeter¨ªa en el tema central de su libro, publicado por la editorial Libros del K.O. con el t¨ªtulo El caf¨¦ sobre el volc¨¢n, que parafrasea una expresi¨®n alemana referida a la Rep¨²blica de Weimar: "El baile sobre el volc¨¢n".
¡°El Romanisches encarn¨® el Berl¨ªn de aquella ¨¦poca. Es decir, todo aquello que odiaban los nazis: el cosmopolitismo, la modernidad, la literatura de asfalto¡¡±,?asegura Uzcanga Meinecke por tel¨¦fono desde Alemania. Las cafeter¨ªas berlinesas, a?ade, representaban el concepto antag¨®nico de las cervecer¨ªas b¨¢varas en las que germin¨® el nazismo.
Ubicado en la c¨¦lebre avenida Kurf¨¹rstendamm, el Romanisches se convirti¨® en lugar de moda por casualidad, cuando los miembros de una tertulia abandonaron enfadados una cafeter¨ªa cercana y recalaron all¨ª. ¡°Quiz¨¢s tan solo porque llov¨ªa y estaba al lado", se?ala el autor. El sitio -c¨¦ntrico, grande, acristalado y con una amplia terraza- fue ganando fama.
En su apogeo, en la primavera de 1929, era tan popular que los autobuses tur¨ªsticos se deten¨ªan frente a ¨¦l. "All¨ª se mezclaban todos: habituales, buscavidas y turistas", resume Uzcanga Meinecke. Elias Canetti, entonces un traductor adolescente, describ¨ªa el sitio como una mezcla nada virtual de lo que hoy ser¨ªan Twitter, Tinder y LinkedIn juntas: "Las visitas al Romanisches Caf¨¦, que por supuesto eran placenteras, no eran solo eso: nac¨ªan de la necesidad de exhibirse, de automanifestarse. Nadie se resist¨ªa a ello. Quien no quer¨ªa ser olvidado ten¨ªa que dejarse ver por ah¨ª". Pocos a?os antes, el sitio figuraba en una gu¨ªa alternativa sobre gemas desconocidas en la zona.
Acud¨ªa en esa ¨¦poca una actriz casi an¨®nima, Marlene Dietrich, que rodaba con Josef von Sternberg el film que le lanzar¨ªa al estrellato, El ¨¢ngel azul. Quien ya era famoso entonces (hab¨ªa ganado el Nobel ocho antes) era otro habitual, Albert Einstein. No ten¨ªa mesa fija, pero cuando llamaba le reservaban una mesa a la que a veces acud¨ªa acompa?ado de alguna admiradora, lo que le gan¨® el apelativo del "marido relativo". Stefan Zweig o Thomas Mann, que viv¨ªan respectivamente en Salzburgo y M¨²nich, lo frecuentaban cuando pasaban por la capital.
All¨ª compart¨ªeron mesa dos conocidos actores, Heinrich George y Peter Lorre. El tiempo les reservar¨ªa destinos muy distintos. George, que hab¨ªa militado en el partido comunista, se sum¨® con entusiasmo a las pel¨ªculas de propaganda nazi y muri¨® en un campo de concentraci¨®n sovi¨¦tico tras la guerra, en 1946. Lorre emigr¨® a Estados Unidos a ra¨ªz de la victoria electoral de Hitler y acab¨® rodando a las ¨®rdenes de John Huston, Alfred Hitchcock, Frank Capra o Michael Curtiz. Hoy es considerado uno de los mejores secundarios de la historia del cine.
En una ciudad con m¨¢s de cien productoras, cuatrocientas salas de cine y cuna de obras maestras del expresionismo como El gabinete del doctor Caligari, Nosferatu o Metr¨®polis, no es de extra?ar que un grupo de j¨®venes preparase su ¨®pera prima en el Romanisches. Eran cuatro cin¨¦filos empedernidos con tres elementos en com¨²n: proceder del este, ser jud¨ªos y haber recalado en Berl¨ªn so?ando con una carrera detr¨¢s de la c¨¢mara. Con un presupuesto exiguo, gestaron una pel¨ªcula muda, Los hombres del domingo, con actores aficionados que se representaban a s¨ª mismos y rodada en parte en la terraza del caf¨¦ porque el due?o no les cobraba por ello. Esa enigm¨¢tica secuencia en el Romanisches (un di¨¢logo seductor interrumpido por el hallazgo de una oruga en uno de los vasos) dio inicio a las carreras de Billy Wilder, el genio que acabar¨ªa firmando El apartamento, Perdici¨®n o Con faldas y a lo loco y al que Fernando Trueba dedic¨® su ?scar porque no cre¨ªa en dios pero s¨ª en ¨¦l; Fred Zinnemann, cuatro estatuillas por cl¨¢sicos como Solo ante el peligro o De aqu¨ª a la eternidad; Robert Siodmak, un nombre fundamental del cine negro; y Edgar G. Ulmer, famoso por sus largometrajes de serie B.
Tambi¨¦n frecuentaban el caf¨¦ personajes peor tratados por el filtro de la historia, pero que formaban parte de su esencia. Es el caso de la actriz Elizabeth Bergner, que iba de mesa en mesa provocando a los clientes masculinos con la frase "El ¨²nico hombre que me ha hecho da?o ha sido mi dentista", o de su colega de profesi¨®n Ruth Landshoff, "a veces gallina, a veces gallo", como sol¨ªa describir su bisexualidad.
As¨ª fue hasta el inicio de la d¨¦cada de los Treinta, cuando empez¨® a palparse el fin del ciclo glorioso del Romanisches. Tocado por el abandono de algunas de sus viejas glorias y los efectos en Alemania del ¡®crack del 29¡¯ neoyorquino, se hundi¨® definitivamente en marzo de 1933, cuando una patrulla nazi entr¨® y destroz¨® el mobiliario. Dos meses antes, Hitler hab¨ªa sido nombrado canciller. No est¨¢n muy claros los detalles del episodio, pero s¨ª que a partir de ese d¨ªa el Romanisches dej¨® de ser el Romanisches. ¡°Se convirti¨® en un caf¨¦ vulgarcito y normal. Escribir una cr¨®nica de esos diez a?os ser¨ªa dejar muchas p¨¢ginas en blanco", se?ala el autor tras recordar que con el paso del tiempo "en torno al 70% de los clientes del caf¨¦ se fue al exilio, bastantes acabaron en los campos de concentraci¨®n y unos pocos, no jud¨ªos, en el exilio interior".
El edificio perdur¨® hasta 1943, cuando fue bombardeado por la fuerza a¨¦rea brit¨¢nica en el marco de la Segunda Guerra Mundial. El caf¨¦ desapareci¨®, pero su nombre sigui¨® vivo en las mentes de algunos nazis como sin¨®nimo de inferioridad y decadencia. Con Alemania camino de la derrota, el presidente del m¨¢ximo ¨®rgano judicial del Tercer Reich, Roland Freisler, dict¨® en 1944 las sentencias contra los organizadores de la Operaci¨®n Valquiria, una fallida conspiraci¨®n de militares arist¨®cratas para asesinar a Hitler. Al condenar a muerte a uno de ellos, Adam von Trott, se lanz¨® a describirle a gritos: "Una triste figura tanto en cuerpo como en esp¨ªritu, tanto en la actitud vital como intelectual; el prototipo de intelectual ingeniosillo, desarraigado y sin car¨¢cter del Romanisches Caf¨¦". "No se le ocurri¨® insulto peor",?se?ala Uzcanga Meinecke. "Tampoco necesitaba decir m¨¢s para que entendieran al tipo de gente al que se refer¨ªa".
Durante muchos a?os apenas qued¨® all¨ª un solar que alberg¨® n¨²meros circenses, espect¨¢culos de lucha libre y hasta un podio para oradores mesi¨¢nicos. Luego se instalaron unos barracones con puestos de comida r¨¢pida y una sala de cine X. Hoy ocupa el lugar un centro comercial con una cafeter¨ªa bautizada Romanisches. ¡°Estoy seguro -lamenta- de que el 90% de sus clientes no sabe que se llama as¨ª en homenaje a un caf¨¦ legendario que hubo all¨ª¡±.
Un lugar para Josep Pla, Eugeni Xammar y Chaves Nogales
El Romanisches Caf¨¦ alberg¨® una tertulia de corresponsales extranjeros, atra¨ªdos por la amplitud del lugar y los ejemplares de prensa de otros pa¨ªses. Entre ellos estaban dos conocidos periodistas catalanes, Josep Pla y Eugeni Xammar, que integraban all¨ª lo que el primero defini¨® como "un grupo divertido". Pla estaba destinado unos meses a Berl¨ªn para cubrir la hiperinflaci¨®n, que gener¨® gran inter¨¦s en el resto de Europa, mientras que Xammar vivi¨® varios a?os en la urbe y fue uno de los principales cronistas del ascenso del nazismo. "Estoy bien y aqu¨ª hemos formado un grupo divertido, en el Romanisches Kaffee, en Charlottemburg, que es el barrio jud¨ªo de Berl¨ªn. Viene Xammar, que es formidable; el ruso Tassin, furibundo antibolchevique; (Julio ?lvarez del) Vayo; dos o tres periodistas italianos y tres profesores espa?oles pensionistas, que son una gente que no mata a moros pero que es lo mejor que tienen los espa?oles. Charlamos mucho", escrib¨ªa Pla a su hermano Pere en una carta fechada en 1923.
En una ¨¦poca de inflaci¨®n desbocada en que se codiciaban las divisas extranjeras viv¨ªan a cuerpo de rey gracias a un truco: recibir el sueldo en billetes peque?os y cambiar a marcos un billete de una peseta justo antes de entrar al restaurante.
Ambos publicaron en esa ¨¦poca en La Veu de Catalunya y La Publicitat sendas entrevistas con Hitler, poco despu¨¦s del fallido putsch de M¨²nich de 1923. Parece que son falsas, un invento, pero no est¨¢ demostrado.
Fue en el Romanisches donde Pla recordaba haber conocido a su futura novia Aly Herscovitz, una jud¨ªa berlinesa de 21 a?os. "Hab¨ªa recibido una ense?anza y una educaci¨®n muy buenas, dominaba el franc¨¦s y el ingl¨¦s, y ten¨ªa una conversaci¨®n agradabil¨ªsima [...] La conoc¨ª en el caf¨¦, probablemente en el Romanisches caf¨¦, muy cerca de Furfu¨¹rstendamm. La invit¨¦ a cenar; acept¨®, y al cabo de dos o tres comidas vino a vivir al piso donde yo viv¨ªa", contaba Pla en una nota autobiogr¨¢fica. Una d¨¦cada m¨¢s tarde, cuando el partido nacionalsocialista gan¨® las elecciones, huy¨® a Par¨ªs, donde fue detenida en 1942 en la famosa Redada del Vel¨®dromo de Invierno y deportada al campo de exterminio de Auschwitz.
Tambi¨¦n pis¨® el Romanisches otro gran cronista espa?ol, Manuel Chaves Nogales, enviado especial del diario Ahora para cubrir la investidura de Hitler. En un art¨ªculo relat¨® una visita de madrugada al lugar: "A¨²n se ven unos tipos agudos arbitristas y unos sujetos con aires de son¨¢mbulos a los que identifica ese color cetrino y ese aspecto feble del intelectual de oficio. Pero por poco tiempo. Por Tauentizien avanzan, cada vez m¨¢s arrogantes, los hombres de Hitler con sus altas botas ferradas y sus camisas pardas. Y la gente que daba el tono a Berl¨ªn va encogi¨¦ndose y disimul¨¢ndose m¨¢s y m¨¢s. Pronto no quedar¨¢ ninguno".
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