La Habana llora
El esp¨ªritu de la otrora deslumbrante capital cubana sufre hoy, como organismo vivo que es, depresi¨®n, desidia y deterioro moral
Uno. Desde sus diversas perspectivas mucha gente ha sostenido que las ciudades son organismos vivos. Que en algunos casos incluso poseen, junto al cuerpo, un alma propia. Esa condici¨®n de ente palpitante, refrendada por los juicios de arquitectos, urbanistas, soci¨®logos, escritores y artistas, parece ser una realidad constatable, que se manifiesta a trav¨¦s del crecimiento, de las transformaciones y hasta convulsiones no siempre deseables de la trama urbana, que se pueden suceder ante nuestros ojos y, de manera evidente, en el plazo vital de una generaci¨®n. En cambio, el privilegio de la posesi¨®n de esa alma intangible, m¨¢s o menos perceptible, no resulta tan com¨²n y funciona a trav¨¦s de manifestaciones culturales e identitarias muy viscerales que, a lo largo de su existencia f¨ªsica en la Historia, le confieren a determinadas ciudades sus moradores, muy en especial los artistas ¡ªno solo los arquitectos¡ª con su capacidad de leer las l¨ªneas profundas de los destinos y fijarlas para una veleidosa posteridad.
Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, que era un escritor rabiosamente urbano, aseguraba en los a?os finales de su vida que hab¨ªa nacido en una Barcelona y que, ya en el ocaso del siglo XX, moraba en otra que no era la misma siendo la misma. El novelista marcaba como frontera m¨¢s distintiva entre esos dos estadios citadinos el salto ol¨ªmpico concretado en 1992. La adecuaci¨®n de la capital catalana para la cita deportiva, con adecuaciones muy fehacientes, revolucion¨® la imagen de la ciudad y, al mismo tiempo, borr¨® muchos de los sitios y comportamientos que hab¨ªan devenido referenciales, marcas de identidad entre las que hab¨ªan corrido la existencia del escritor. Una Barcelona m¨¢s abierta al mar, un barrio del Raval tan adecentado que extravi¨® su car¨¢cter e incluso su nombre de Barrio Chino, unas Ramblas y un Barrio G¨®tico cada vez m¨¢s adecuados como parque tem¨¢tico para turistas (no solo japoneses) ciertamente hab¨ªan adecentado la ciudad pero sustra¨ªdo parte de un car¨¢cter casi ancestral. Para el creador de Pepe Carvalho, y para el propio personaje novelesco, se hab¨ªa iniciado un proceso que me gusta llamar de ¡°ajenitud¡± y que ocurre cuando lo raigalmente propio comienza a resultarnos extra?o.
En Las geometr¨ªas de la memoria, la suma de entrevistas que le realizara Georges Tyr¨¢s, el novelista reflexionaba sobre la imagen que al paso del tiempo nos legan las ciudades: ¡°Igual como rasgamos las fotos que no nos gustan y guardamos las que m¨¢s nos satisfacen, la ciudad tiene una manera selectiva de hacer lo mismo. Al fin y al cabo en una ciudad ves lo que corresponde a los mejores momentos de su historia, que suelen ser aquellos en los que abundaba el dinero¡±, aseguraba. Y Barcelona, como Madrid, o Par¨ªs o Praga y otras capitales, aun sufriendo los embates de la modernidad, han tenido la fortuna de guardar en pie muchas de sus mejores fotos, preservadas en un ¨¢lbum armado por memorias individuales y colectivas.
Dos. Mi ciudad, La Habana, tambi¨¦n posee esa colecci¨®n de im¨¢genes magn¨ªficas que advierten de lo que fue, y todav¨ªa es: una urbe suntuosa y coqueta que, incluso, figura entre las dotadas de alma propia.
Pero la misma idea, tan bella y rom¨¢ntica, de que las ciudades son organismos vivos y m¨®viles puede provocar tambi¨¦n una reacci¨®n inquietante: porque si as¨ª fuera, la ciudad en la que nac¨ª, todav¨ªa habito y donde desde hace casi medio siglo escribo, ha sufrido ante mis ojos un proceso de ¡°ajenitud¡± distinto al que percibi¨® V¨¢zquez Montalb¨¢n. Y si aceptamos su condici¨®n de organismo sintiente, hoy La Habana deber¨ªa estar profiriendo alaridos de dolor. Lamentos que yo escucho con angustia intelectual y pesimismo ciudadano, pues algunos ya son estertores ag¨®nicos.
La otrora deslumbrante capital cubana, que a inicios del siglo XX se propuso convertirse en la Niza de Am¨¦rica, es una ciudad con una biograf¨ªa peculiar. Urbe que durante los primeros tres siglos coloniales se pobl¨® de m¨¢s fortalezas militares que de grandes iglesias (no en balde su escudo de armas exhibe tres bastiones almenados), su gran crecimiento urbano se comienza a producir en el siglo XIX cuando en la isla, por supuesto, abundaba el dinero ¡ªen buena parte debido al espurio comercio de esclavos y al trabajo de estos en las plantaciones ca?eras¡ª. Y es entonces cuando se produce en su espacio f¨ªsico e imaginario un singular proceso de doble v¨ªa, pues mientras se concreta el de su construcci¨®n f¨ªsica, con sus edificios p¨²blicos y privados, calzadas y plazas, tambi¨¦n se potencia y hasta financia una intencionada escritura de las novelas (narrativas) que fijar¨ªan en el ¨¢mbito imaginario una trama humana y psicol¨®gica capaz de singularizarla. Semejante proyecto, impulsado en la primera mitad del XIX por mecenas burgueses, resultaba una condici¨®n necesaria en la conformaci¨®n de la imagen propia de un pa¨ªs que a¨²n no pose¨ªa la condici¨®n de Estado, pues pol¨ªticamente a¨²n era un territorio del ya desvencijado imperio espa?ol de ultramar.
Con palabras y con piedras se forja desde entonces la fisonom¨ªa de la ciudad que entra en el siglo XX como capital de la naci¨®n independiente y lo hace con ¨ªnfulas de modernidad y suntuosidad, cada vez m¨¢s dispuesta a posar para esas fotos que ni el tiempo ni las desidias han logrado rasgar.
Pero los organismos vivos, como debe ser, corren diversos riegos intr¨ªnsecos a su condici¨®n: enfermedad, afeamiento, envejecimiento. Su esp¨ªritu, por su lado, puede estar aquejado de depresi¨®n, desidia, deterioro moral. Y todos esos padecimientos, lamentablemente, hoy los sufre La Habana.
Con la notable excepci¨®n de una parte de su casco antiguo, esa Habana Vieja donde en las ¨²ltimas d¨¦cadas se concret¨® un proyecto de rescate de su fondo f¨ªsico, mi ciudad ha sufrido un visible proceso de deterioro o deconstrucci¨®n en virtud del cual se han ido borrando o deformando demasiados sitios de referencia. Ha sido un tr¨¢nsito en el que los edificios en distintos niveles de deterioro y aquejados por la at¨¢vica falta de pintura han sido acompa?ados por la devastaci¨®n de las v¨ªas, el empobrecimiento de espacios p¨²blicos (parques, plazas), el florecimiento de vertederos de desperdicios. Ha sido un fen¨®meno generado por una mezcla de precariedad econ¨®mica y desidia institucional y que ha tenido adem¨¢s el efecto de contaminar con su invasiva presencia los comportamientos individuales que se manifiestan en una alarmante p¨¦rdida del sentido de urbanidad y de pertenencia ciudadanas, abocando a la villa a ese doloroso estado que provoca sus alaridos.
Junto a esas ruinas, La Habana de hoy exhibe otros rostros que acent¨²an esa sensaci¨®n de extra?amiento o ajenitud. El florecimiento de peque?os negocios privados es una de esas se?ales: desde cafeter¨ªas y establecimientos de cierto lujo hasta ¡°candongas¡± callejeras de resonancias tercermundistas. En las casas, mientras tanto, ahora pululan los carteles ofreciendo la venta de inmuebles que nadie compra, pues los que pudieran hacerlo prefieren emigrar, como los que ofertan sus casas a precios casi rid¨ªculos.
Como cualquier organismo vivo, las ciudades reclaman afectos y desde hace d¨¦cadas La Habana ha recibido pocos con la abundancia exigida. Hoy, tal vez, recibe menos caricias que nunca. Y mi sentido de pertenencia sufre con ese proceso que me hace preguntarme incluso si alguna vez, de tan ajena y por momentos hasta tan hostil, de tan desfigurada y con el alma en pena, yo tambi¨¦n dejar¨¦ de sentir que La Habana todav¨ªa es mi ciudad.
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