Por qu¨¦ vivimos enfadados
Antes compart¨ªamos la culpa de lo que nos pasaba con el dios de turno, pero ahora somos due?os completos de nuestro destino
?Por qu¨¦ te enfadas? ?Porque tu jefa no te asciende, el doctor no te hace una receta, la profesora le pone una mala nota al ni?o o cualquier acci¨®n o inacci¨®n de otras personas? ?O por algo que t¨² has hecho mal?
Adivino que la culpa suele ser de los dem¨¢s. Una de las frases m¨¢s repetidas de nuestro tiempo es ¡°nadie se responsabiliza de nada¡±: ni los pol¨ªticos de sus errores (o de las medallas ol¨ªmpicas) ni los guardias de un recinto de no dejarnos entrar.
Esto no ha sido siempre as¨ª. En un pasado no remoto hab¨ªa una arquitectura mental ¡ªdogmas religiosos, c¨®digos de honor y otros constructos estramb¨®ticos pero efectivos¡ª que derivaba parte de la responsabilidad de la vida en nosotros mismos. Era la, ahora denigrada, culpa judeocristiana. Como era una carga muy pesada, la compart¨ªamos con el dios de turno. Si el resultado de nuestras acciones era aciago, ten¨ªamos el consuelo de que era la ¡°voluntad del Se?or¡±.
La modernidad nos sac¨® de la cueva y nos dijo que ¨¦ramos due?os completos de nuestro destino. ?Bravo! Pero se le olvid¨® recordarnos que, al aire libre, llueve. A la intemperie, respiramos libertad, pero nos ahogamos de responsabilidad. Ser plenamente libres tiene dos caras: la sonriente de los incentivos (si trabajas duro, conseguir¨¢s mucho) y la deprimente del autocastigo (si fracasas, es tu culpa). Y en el hiperindividualismo de nuestra ¨¦poca estas dos caras han alcanzado proporciones tit¨¢nicas. De Elon Musk a Taylor Swift, nunca ha habido acumulaciones tan r¨¢pidas de riqueza. Los sueldos de los ejecutivos americanos, que estaban en niveles obscenos, suben hoy a un ritmo no visto en lustros.
Pero, a la vez, la responsabilidad individual se ha alargado como una sombra siniestra sobre toda nuestra trayectoria vital. Perdemos el trabajo porque hemos tecleado una palabra de m¨¢s en un tuit (y hemos ofendido a alguien) o un n¨²mero de menos en la hoja de Excel (y nos ha superado en rendimiento el compa?ero de al lado). Hoy nos podemos ver en el banquillo de un juicio penal por fallos que anta?o eran meras chapuzas, como empalmar mal unos cables de alta tensi¨®n. Que tengas que pagar una indemnizaci¨®n millonaria por servir caf¨¦ demasiado caliente ya no es una an¨¦cdota propia de los yanquis. Se ha judicializado la cotidianidad. Y la presi¨®n educativa cada vez empieza antes. El chiste de Woody Allen de ¡°mi hijo no ha entrado en la guarder¨ªa de la calle 52, ser¨¢ un fracasado¡± ya no es una gracia, sino una realidad.
Nos enfadamos porque quien tira los dados ya no es dios, sino nosotros.
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