La democracia debe desconfiar del poder y de la gente
La crisis actual de los sistemas democr¨¢ticos deriva de la falta de autocr¨ªtica de su modelo liberal
Resulta parad¨®jico que en un momento hist¨®rico en el que ha disminuido el n¨²mero de golpes de Estado y hay m¨¢s cambios de gobierno que se realizan a trav¨¦s de las elecciones, aumenten los diagn¨®sticos que anuncian su recesi¨®n. La confianza en la democracia nunca hab¨ªa sido tan alta en Europa y no es cierto que se reduzca su apoyo entre las j¨®venes generaciones. Y, aunque disminuya el grado de satisfacci¨®n con la democracia, eso no cuestiona una generalizada aceptaci¨®n de su legitimidad como forma de gobierno. Se critican sus prestaciones, no su legitimidad. Si examinamos los casos en los que los llamados populistas han accedido al poder y el hecho de que los anunciados destrozos han sido mucho menores que los temidos, puede concluirse que la democracia tiene una notable capacidad de resistencia.
La cantidad de teor¨ªas sobre la crisis de la democracia no es debida a que se prefiera otra cosa, sino a que no responde a las expectativas que le dirigimos. En este sentido, puede afirmarse que nuestra mayor exigencia es un signo de vitalidad democr¨¢tica, y la percepci¨®n de la crisis de la democracia es tan profunda porque hay una gran distancia entre lo que nos proporciona y lo que demandamos de ella. Y en ning¨²n caso, ni entre los acomodados ni por parte de los m¨¢s exigentes, se apela a un modelo alternativo; las cr¨ªticas se mantienen en su marco de valores y principios que, lejos de estar en cuesti¨®n, han vencido frente a sus concurrentes.
Si los diagn¨®sticos sobre la crisis de la democracia dependen de la concepci¨®n que se tiene de ella, tambi¨¦n es diverso el modo de concebir su deterioro. A grandes rasgos, esos diagn¨®sticos se dividen entre quienes la ven deteriorada por el hecho de que la gente no tiene el poder que deber¨ªa tener y quienes piensan que la gente tiene demasiado poder, por exceso o por defecto, podr¨ªamos decir, por la incompetencia de las ¨¦lites o por la irracionalidad de los electores. Los diagn¨®sticos del primer tipo suelen describir procesos de desempoderamiento popular, ya sea por el poder de las ¨¦lites, del capitalismo incompatible con la democracia o de los algoritmos. Las propuestas l¨®gicas de este campo suelen apuntar hacia una mayor participaci¨®n y en la l¨ªnea de una democracia deliberativa m¨¢s directa. En el grupo de quienes lamentan que la democracia sea demasiado directa se critica el mito del votante racional, la falta de competencia y responsabilidad de los electores o simplemente el hecho de que el votante medio carezca de la formaci¨®n y los conocimientos necesarios; como dice Brennan, o son hobbits (ciudadanos con baja informaci¨®n, poco inter¨¦s y deseo de participaci¨®n) o hooligans (demasiada informaci¨®n y opiniones fuertes con muchos prejuicios).
En mi opini¨®n, cualquier balance ha de tener en cuenta que la democracia debe combinar adecuadamente la desconfianza hacia el poder y la desconfianza hacia la gente. El modelo que surgi¨® tras la experiencia de los totalitarismos del siglo XX y que culmin¨® en la tesis del final de la historia como victoria de la democracia liberal, acentu¨® el elemento de hiperprotecci¨®n de las instituciones frente a la voluntad popular. La arquitectura institucional de la posguerra hab¨ªa fortalecido aquellas instituciones que limitaban la soberan¨ªa popular y parlamentaria. Por razones que son f¨¢ciles de entender, el consenso antitotalitario se tradujo en unas instituciones de democracia disciplinada, especialmente en la gran competencia que se conced¨ªa a instituciones sobre las que los ciudadanos no ten¨ªan poder electoral. Este es el modelo de democracia liberal que est¨¢ en crisis, pese a c¨®mo se entiende a s¨ª misma por contraste con las llamadas democracias iliberales.
La contraposici¨®n entre democracia liberal y democracia iliberal explica pocas cosas y solo en parte da cuenta de las crisis actuales de la democracia. Tan cierto es que las llamadas democracias iliberales no son democr¨¢ticas como que el liberalismo, en muchas de sus actuales manifestaciones, tiene graves d¨¦ficits democr¨¢ticos y que est¨¢ dando lugar a ciertas disfuncionalidades, como se pone de manifiesto en el crecimiento de los populismos o de la extrema derecha. Entiendo por democracia liberal no la simple separaci¨®n de poderes o el rule of law, sino un dise?o institucional que concede un gran poder a instituciones no mayoritarias, organismos no electos, agencias independientes, revisi¨®n judicial, un constitucionalismo cerrado o que dificultaba su modificaci¨®n constituyente, es decir, que resuelve la tensi¨®n entre soberan¨ªa popular y primac¨ªa del derecho con un claro desequilibrio hacia este segundo t¨¦rmino. Estamos presentando el liberalismo como una v¨ªctima inocente de las pulsiones iliberales y no consideramos la posibilidad de que haya una fuerza expansiva del liberalismo que limita la democracia. Como ha sostenido Philip Manow, la crisis de la democracia liberal no equivale a la crisis de la democracia. Estamos ante una crisis de la democracia liberal y no ante una crisis de la democracia. La crisis actual de la democracia es la crisis del dise?o institucional que se hizo en torno a los a?os ochenta y noventa del siglo pasado, en la ola de democratizaci¨®n tras la salida de las dictaduras en los pa¨ªses del sur y el este de Europa. Es una crisis consecuencia de una victoria, del triunfalismo y la falta de autocr¨ªtica del modelo liberal de democracia.
El problema de fondo es que seguimos sin equilibrar convenientemente liberalismo y soberan¨ªa popular, que interpretamos con ligereza como un conflicto entre dem¨®cratas y antidem¨®cratas. Los dem¨®cratas (liberales) asegurar¨ªan la estabilidad del sistema, pero a costa de limitar en exceso el poder del demos; los populistas (iliberales) pondr¨ªan demasiadas cosas en manos del pueblo, hasta el punto de generar una inestabilidad institucional. Es una cuesti¨®n que desde la Revoluci¨®n Francesa se ha planteado una y otra vez y que solo puede resolverse temporalmente: cu¨¢ndo y de qu¨¦ modo detener la din¨¢mica pol¨ªtica desatada por las revueltas populares. La representaci¨®n es una de esas estrategias para conseguirlo, unas veces m¨¢s popular y otras m¨¢s olig¨¢rquica. Seg¨²n el grado de calentamiento de la pol¨ªtica, la relaci¨®n entre liberalismo y soberan¨ªa popular se ha resuelto con una institucionalizaci¨®n m¨¢s estricta o dando curso a una mayor espontaneidad popular. En el n¨²cleo de las teor¨ªas de la democracia hay siempre una tensi¨®n entre inmediatez y construcci¨®n. Podr¨ªamos decir que la historia de la democracia es la sucesi¨®n de momentos de mediaci¨®n y momentos de desintermediaci¨®n, que hay tanto una construcci¨®n como un desorden democr¨¢ticos.
En la celebraci¨®n del formato actual de la democracia y su institucionalizaci¨®n se da a entender que no est¨¢ abierta a futuras configuraciones. Pero una sociedad democr¨¢tica es un espacio donde se hace valer la capacidad ¡°jurisgenerativa¡± del activismo pol¨ªtico (Seyla Benhabib). La democracia tiene una dimensi¨®n de incertidumbre, de juego imprevisible, de apertura y libre decisi¨®n, que puede ser limitada por las instituciones, pero no hasta el punto de eliminarla. Su estabilidad no consiste en dejarlo todo bien atado, en considerar que cualquier cuestionamiento equivale a abrir la caja de Pandora, en pensar que el poder constituido es superior al poder constituyente. Las democracias tienen que estar abiertas a la toma en consideraci¨®n de nuevas perspectivas que hab¨ªan sido desatendidas en los procesos instituidos. Mientras esto no sea posible, est¨¦ demasiado limitado o sea as¨ª percibido por la sociedad, no se desactivar¨¢ la sospecha de que no es suficientemente democr¨¢tica y tendremos populismo para rato.
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