El verano del narcisismo
Puede que el est¨ªo y las vacaciones sean la ¨¦poca m¨¢s ensimismada y eg¨®latra de unas sociedades basadas en la b¨²squeda ilimitada de placer a trav¨¦s del consumismo
Contemplo maravillada las fotos de vacaciones paradis¨ªacas que brotan en Instagram, impulsadas por un algoritmo que parece no conocerme. Retazos de sombrilla y arena sobre los que destaca una figura humana, aparentemente sola, aunque si ha revelado la ubicaci¨®n probablemente la playa se encuentre atestada, y el subterfugio solitario sea obra del encuadre; piscinas artificialmente azu...
Contemplo maravillada las fotos de vacaciones paradis¨ªacas que brotan en Instagram, impulsadas por un algoritmo que parece no conocerme. Retazos de sombrilla y arena sobre los que destaca una figura humana, aparentemente sola, aunque si ha revelado la ubicaci¨®n probablemente la playa se encuentre atestada, y el subterfugio solitario sea obra del encuadre; piscinas artificialmente azules que riman con el cielo, enmarcadas de palmeras; c¨®cteles ex¨®ticos a la luz de sonrisas ahuecadas, dentro de las cuales me gustar¨ªa colarme para preguntar a sus due?os c¨®mo se sienten verdaderamente. Quiz¨¢ el verano constituya la ¨¦poca m¨¢s narcisista de unas sociedades basadas en la b¨²squeda ilimitada de placer, siempre insatisfecho ¡ªme digo¡ª, el momento en que fingir felicidad es obligatorio, pues qui¨¦n podr¨ªa, en buena medida, no pretender algo del sue?o capitalista que invita al viaje sin descubrimientos, el mero desplazamiento significante, a menudo, m¨¢s por la exhibici¨®n que por la experiencia.
Era 1979, cuando Christopher Lasch public¨® La cultura del narcisismo (Capit¨¢n Swing, 2023), libro que se convirti¨® inmediatamente en best seller en su Estados Unidos natal. De cariz prof¨¦tico a ojos contempor¨¢neos, en ¨¦l advierte de que la agitaci¨®n pol¨ªtica de los a?os sesenta daba lugar, una d¨¦cada despu¨¦s, a un ensimismamiento carente de valores susceptibles de desarrollarse a largo plazo ¡ªcomo la solidaridad, el civismo¡ª, al culto a la inmediatez. Como sustituci¨®n de la protesta o la rebeli¨®n, afirma, se yergue el consumismo engarzado de ego a trav¨¦s del que se compra, no un objeto, sino la pr¨¢ctica de transformaci¨®n en un sujeto alienado, quien procura con el mismo veneno que lo da?a labrarse un ant¨ªdoto. Estas p¨¢ginas, que alertan asimismo de la disoluci¨®n del futuro y la destrucci¨®n de un compromiso intergeneracional (si s¨®lo me miro el ombligo, no existen responsabilidades frente a quienes vengan m¨¢s tarde), lanzan al p¨²blico reflexiones en su d¨ªa populares que hoy se encuentran m¨¢s o menos sepultadas: Pasolini examin¨® la potencia del consumo de masas para destruir culturas enraizadas en la clase social; Packard denunciaba el desperdicio resultante en un mundo de recursos escasos, y Sontag, seg¨²n recuerda el propio Lasch, analiz¨® la proliferaci¨®n excesiva de im¨¢genes hasta el punto de que esta consigue que perdamos ¡°el sentido de la realidad¡±.
El narcisista-hijo del consumismo es, adem¨¢s, incapaz de querer a nadie profundamente, puesto que las relaciones personales s¨®lo conforman el corrillo promotor de su ambici¨®n ganadora, y de ello se deriva una angustia vital asociada a la carencia de afectos. Esos males, podr¨ªa decirse, no han parado de ampliar los estragos que causan desde que las llamadas redes sociales ¡ªque s¨®lo entrelazan parcialmente almas aisladas frente a una pantalla¡ª fagocitasen la atenci¨®n y vapuleasen las subjetividades hasta volvernos celebrities aspiracionales, cada quien en su categor¨ªa, desde el chiringuito de Torrevieja al resort de Bali. La espectacularizaci¨®n de trayectorias biogr¨¢ficas mediadas por la c¨¢mara, as¨ª como esos likes utilizados para cuantificar la popularidad, los filtros que tornan a las personas irreconocibles cuando se las contempla en directo, durante estos d¨ªas estivales cumplen, muy probablemente, la funci¨®n opuesta a la atribuida a las vacaciones: pocos disfrutar¨¢n de un descanso reparador a la espera de la siguiente notificaci¨®n; la ¡°desconexi¨®n¡± de las fatigas laborales se efect¨²a conectados al m¨®vil, y la posible vinculaci¨®n a amigos y familiares contar¨¢ con el muro fronterizo de la exposici¨®n digital constante. Al final, si nos mimetizamos con un anuncio de eventos optimizados y cuerpos volcados al hedonismo, poco quedar¨¢ del entretejer comunal. Como expon¨ªa Lasch: ¡°La publicidad institucionaliza la envidia y sus ansiedades concomitantes¡±. La publicidad, obviamente, somos tambi¨¦n nosotros.
En un giro de guion, a veces me gustar¨ªa contemplar una reivindicaci¨®n de la casa antes que loas a la aventura que ya ni siquiera puede realizarse, pues los espacios receptores de turistas han sido uniformizados y degradados a no-lugares. Alguna pista que remitiese a un mensaje similar al siguiente: ¡°Me encuentro tranquila, el derecho a la vivienda se cumple, mis vecinos engrosan el barrio con generosidad y sentido del humor, por lo tanto, no necesito escapar a ning¨²n sitio y la palabra ¡®desconexi¨®n¡¯ suena absurda¡±. A veces, me imagino que escuchamos todas esas advertencias difundidas desde hace medio siglo, el futuro no representa ninguna amenaza e invita a que cuidemos los caminos por los cuales se alcanza, y celebramos la convivencia cercana m¨¢s que la bebida servida por el trabajador precario que, por supuesto, no saldr¨¢ en la foto. Significar¨ªa que las condiciones laborales dignas se han diseminado tanto, reduci¨¦ndose la jornada laboral, que marcharse a enclaves lejanos con el solo objetivo de relajarse o reposar la anatom¨ªa explotada no ser¨ªa necesario, pues no estar¨ªamos tan cansados. A veces, doy un paseo nocturno por mi ciudad, a la ¨²nica hora en que la temperatura regala una tregua, me detengo sobre los carteles de los comercios cerrados, los aparcamientos libres y la ausencia de unos turistas que, cuando el calor escampe, volver¨¢n a inundarlo todo. La paz que se respira ni cabe en una instant¨¢nea ni permite que se le ponga precio.