Vivir del cuento
Hemos perdido la capacidad de imaginar un futuro, una utop¨ªa, un ma?ana proyectado que d¨¦ sentido a nuestras luchas presentes
El cuento y la verdad parecen polos opuestos. Condiciones dispuestas una frente a la otra, incluso una contra la otra, condenadas a competir por nuestro aprecio o devoci¨®n. ¡°Tenemos arte para no morir de la verdad¡±, apunt¨® Friedrich Nietzsche, y aunque sus palabras se han repetido alegremente en forma de cita, ep¨ªgrafe y tuit, el sentido que encierran dista de ser transparente. A Joan Didion tambi¨¦n se la invoca con frecuencia, y la lectura que se hace de su ¡°nos contamos historias para poder vivir¡± es similar: el cuento aparece como escondite o huida de los paisajes insulsos y hasta opresivos de la realidad.
Vida y ficci¨®n ocupan lugares separados en nuestra imaginaci¨®n compartimentada. Se turnan a la hora de elevarnos o arraigarnos, de ofrecernos respiros escapistas o de enfrentarnos con los l¨ªmites de nuestra inmediatez. Ambas esferas se relacionan de una forma transaccional y casi ortop¨¦dica, sin quererse mucho, pero aceptando la presencia del otro para asegurar su propia continuidad.
En las primeras p¨¢ginas de Pol¨ªtica y ficci¨®n (Pen¨ªnsula), Jorge Lago y Pablo Bustinduy se?alan el poso narrativo que subyace a todo ordenamiento u organizaci¨®n pol¨ªtica de la vida. ¡°Algunos de los conceptos fundamentales de la teor¨ªa pol¨ªtica en realidad se originaron en el seno de la po¨¦tica, es decir: son conceptos po¨¦ticos politizados¡±. Subrayan que el nacimiento del Estado, seg¨²n Thomas Hobbes, se remonta nada menos que a una met¨¢fora art¨ªstica. La representaci¨®n pol¨ªtica se entiende en el sentido m¨¢s teatral del t¨¦rmino: del mismo modo que un actor representa un texto que fue escrito para ¨¦l por otro ¡ªel dramaturgo ausente¡ª, tambi¨¦n el Estado (actor) act¨²a en representaci¨®n de un pueblo (dramaturgo) que lo ha creado.
La gracia de las met¨¢foras es que rara vez se limitan a ilustrar. Hacen algo m¨¢s complejo: se aproximan a la verdad de una forma privilegiada, atendiendo a las contradicciones y solapamientos entre el hecho y la figuraci¨®n. En este caso, la po¨¦tica no es solo una imagen de la que Hobbes se sirve para explicar el funcionamiento de la pol¨ªtica. Es, m¨¢s bien, una pista, un indicio que conduce al verdadero sentido de sus palabras: pol¨ªtica y po¨¦tica nacen juntas en un parto de gemelos.
La diferencia entre una y otra ¡ªpol¨ªtica y po¨¦tica¡ª es, sobre todo, una cuesti¨®n de orientaci¨®n temporal. La po¨¦tica es capaz de trascender el tiempo. Habla no solo de lo que es y ha sido, sino de lo que podr¨ªa ser o podr¨ªa haber acontecido. Conjuga no solo la promesa de un futuro en el horizonte, sino tambi¨¦n un despliegue de caminos paralelos, cauces y cruces simult¨¢neos, que se multiplican a lado y lado de la v¨ªa o arteria principal.
Cuando Lago y Bustinduy sugieren que, con la consagraci¨®n del capitalismo en los noventa y el auge populista de la ¨²ltima d¨¦cada, tal vez nos encontremos ante el tan vaticinado fin de la historia ¡ªpero no solo pol¨ªtica: tambi¨¦n po¨¦tica¡ª, lo que quieren decir es que nos enfrentamos a un bloqueo creativo. Hemos perdido la capacidad de imaginar un futuro, una utop¨ªa, un ma?ana proyectado que d¨¦ sentido a nuestras luchas presentes. Nos hemos quedado sin un continuar¨¢¡ para nuestro cuento. No hay pulso literario, ni tensi¨®n narrativa, ni licencia po¨¦tica.
A menudo, culpamos a la ficci¨®n por el empobrecimiento de la verdad, la acusamos de convertirla en un relato sin verificaciones, de vaciarla de hechos y llenarla de supuestos, cuando lo que ocurre en realidad es todo lo contrario: la verdad se debilita por renunciar a la ficci¨®n. El podr¨ªa ser muere a manos de lo que hay.
El deterioro narrativo, o desnarrativizaci¨®n, de nuestras vidas tiene sin duda una causa m¨²ltiple. Causas que son, al mismo tiempo, s¨ªntomas. El individualismo neoliberal. La precarizaci¨®n del empleo y la vivienda. El retraso de una emancipaci¨®n (material y mental) de los j¨®venes. La disoluci¨®n de fronteras que conllevan las redes sociales (de fronteras y, por tanto, de relaciones, pues para que haya un intercambio real entre un yo y un otro debe existir una frontera que les haga de puente, de medio o veh¨ªculo para conversar). La devaluaci¨®n del rigor con el que se trata o trataba de contar el mundo, y el triunfo en su lugar del imperativo comercial: clickbait, fake news, bestsellers¡
Todas conducen al mismo punto muerto: una ap¨¢tica soledad. Nos falta compa?¨ªa, un horizonte compartido, un lugar de reposo desde el que imaginarlo, una imagen propia en la que reconocernos como sujetos fuertes. Tambi¨¦n nos falta un Otro con el que fraguar di¨¢logos de esperanza. Para organizarnos pol¨ªticamente no debemos preguntarnos ¨²nicamente qui¨¦nes somos, en torno a qu¨¦ idea o comunidad nos constituimos, sino tambi¨¦n qu¨¦ lugar ocupa la otredad en nuestro mundo.
Este es el terreno de la ficci¨®n. Escribir es reconocernos en lo desconocido, invocar voces ajenas y propias, trabajar con lo que existe y lo que no. Es aqu¨ª, en lo otro, en aquello que no somos (pero podr¨ªamos ser), donde cuento y verdad se vuelven indisociables y se funden en un prop¨®sito com¨²n. Dar sentido al mundo m¨¢s all¨¢ de lo que vemos, m¨¢s all¨¢ de lo conocido. Crear realidad, crear presente a trav¨¦s del potencial de lo que podr¨ªa ser, y no a partir de la certeza de lo que ya es. Urge una oda al cuento. No como escape ni subterfugio, sino como ejercicio de transformaci¨®n.
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